PEETA.
Detestaba los días que ella llegaba tarde. En realidad, detestaba cuando no podía venir. Pero aquellos casos no pasaban muy a menudo. Por lo general, su familia le prestaba tanta atención como mi familia me prestaba atención a mí, y ella podía venir al bosque sin que nadie se preocupe o se entere. Pero siempre me estresaba cada hora que no aparecía. ¿Y si estaba herida, o su familia se había enterado, o cambió de parecer y decidió que verse a escondidas conmigo no valía la pena, después de todo? Luego me ponía a pensar que quizá sería mejor si me dejara, porque empezaba a imaginar el futuro y no me hallaba en él. Tenía que pensar en ella. Y un futuro con ella lucía lamentable, dado que no tenía ni idea de cómo cuidarla. Antes, la idea de simplemente ser un vagabundo y adquirir cualquier trabajo que encontrara me hubiera parecido bien. Sin embargo, ahora necesitaba algo seguro, algo permanente, algo lo suficiente bueno como para abastecernos a los dos, si tuviera que hacerlo. De ninguna maldita forma terminaría como mi papá y viviría a costas de mi mujer, dejándola romperse la espalda para traer todo el dinero y criar a todos los niños. Iba a ser un hombre del cual City pueda estar orgullosa de llamarlo suyo. Lo que solo me asustaba más, porque no sabía cómo llegar a ser esa persona. Cuando oí pasos que se acercaban, despojándome de mi pánico, me levanté de un salto, aliviado. El muelle se balanceó bajo mis pies conforme caminaba rápidamente por el muelle para encontrarme con ella en la orilla.
—Hola. —Sonreí en cuanto salió de los árboles vistiendo unas sandalias, pantalones cortos y una camisa de mangas cortas. Hoy tenía el cabello atado en una cola de caballo, pero sabía que podría desatarlo y tener mis manos enredadas en él antes de que la tarde terminara.
—Hola —respondió, aunque su voz sonaba distraída y su mirada parecía estar en otro lugar. Cuando se abrazó a sí misma, fruncí el ceño.—¿Qué pasa? Temblaba. No creo haberla visto tan molesta antes, del tipo asustada y preocupada.
La agarré de los hombros. Intentó sonreír, pero sus labios temblaban. Sus manos se estremecieron ligeramente cuando se aferró a mis antebrazos y se puso de puntitas para besarme. Pero me aparté.
—¿City? —Tal vez su hermano, Max, nos había visto juntos. Fue tan solo anoche que escuchamos a escondidas a él y a Mercedes insultar las relaciones secretas. Quizá estuvo demasiado distraído para decir algo ayer, pero hoy lo hizo. Tal vez... no lo sé. Había estado ansioso todo el día, todavía preocupado de que City podría arrepentirse y decidir no perdonarme por las cosas que le dije. Seguía sintiéndome muy mal por ello, y desde luego yo no me había perdonado. Es por eso que estuve tan impaciente por verla de nuevo hoy, para asegurarme de que estábamos bien.—No es nada —dijo, sacudiendo la cabeza mientras me dedicaba otra sonrisa falsa.
—No me mientas. Algo te tiene nerviosa. Suspiró como si estuviera disgustada por mi insistencia, pero luego cerró los ojos y se zambulló en mí, enterrándose en mi pecho.
—Es una estupidez —murmuró.
—No me importa si es la cosa más estúpida del mundo. Te está molestando y quiero saber lo que pasa. —La tomé en brazos y comencé a cargarla. Envolviendo con fuerza sus brazos alrededor de mi cuello, se aferró a mí soltando un jadeo. —¿A dónde vamos?—Te voy a llevar al árbol. Allí parece ser donde mejor hablamos... y donde menos nos besamos. Sonrió y sus ojos se iluminaron con diversión.—Me parece recordar un beso muy apasionante en ese árbol.
Solté un bufido. —Dije menos, no del todo. ¿De verdad crees que voy a dejarte ir hoy sin conseguir que mi lengua esté en tu garganta al menos una vez?—Vaya, vaya, Peeta Mellark. Tienes una facilidad con las palabras.
—Recuerda que soy una adolescente. El sexo puede no ser lo más importante que quiero de ti pero, ay, está siempre en la lista de sueños. —¿En serio? —Me miró esperanzada, lo que probablemente no era bueno para mi libido, pues mi polla se volvió instantáneamente dura y se esperanzó al igual que ella.
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Mi Felicidad.
RomanceMe enamoré una vez. Fue asombroso. Ella era asombrosa. La vida era asombrosa.