KATNISS.
Me desperté por los pasos fuera de la puerta de mi habitación. Me tomó un minuto orientarme y recordar que me hallaba en mi nuevo apartamento, por lo que la persona caminando por delante de mi puerta tenía que ser mi nuevo compañero de cuarto. De repente despierta, me incorporé. Durante tres días, habíamos vivido juntos, y durante tres días, fui una tensa ruina emocional. No cruzamos caminos desde el día en que nos mudamos. Él me ayudó a llevar todas mis cosas del maletero de la camioneta de Noel, y una vez que estuvo hecho, desapareció en su habitación. Sin embargo, no podía decir mucho sobre eso, ya que estuve evitándolo tan abiertamente. Pero dudo que contuviera la respiración cada vez que me escuchó a través de las paredes finas como el papel, no de la forma en que yo lo hice. Sobre todo me sentaba y esperaba a la próxima vez que sus pasos pasaban por mi puerta. Lo escuchaba en la cocina, consiguiendo comida, bañándose, en la puerta, yéndose para el trabajo. Me conmocionaba que se encontrara tan cerca, tan... ahí mismo, y yo no hacía nada al respecto. Miré la hora y casi gemí en voz alta, preguntándome qué hacía a las siete de la mañana. Trabajó la noche anterior así que no habría llegado a casa hasta mucho después de las dos. Traté de esperar así podría escucharlo entrar —ya que me convertía en su acosador personal— pero me dormí en algún momento después de la una A menos que estuviera llegando ahora —en cuyo caso me preguntaba con quién pasó la noche— pero eso no parecía correcto ya que sonaba como si abriera la puerta del apartamento para salir, no para entrar. Espera. ¿Salía? Pero, ¿a dónde iba? Lanzando mis mantas, salí volando de la cama, metí los pies en unas zapatillas de casa, agarré una sudadera, y corrí desde mi habitación. Pasé los brazos y cabeza por todos los agujeros mientras corría fuera del apartamento en persecución. No tenía idea de por qué mi curiosidad me hacía hacer esto, pero era como una mujer poseída. Tenía que saber a dónde iba, qué hacía. En todo momento. Aunque arrastré mi culo para alcanzarlo, él estaba a mitad de la cuadra para el momento en que salí del edificio, lo que, en realidad, era perfecto. No me podría atrapar siguiéndole si me quedaba a esa distancia. Peeta tenía su capucha puesta y las manos metidas en los bolsillos. No parecía tener prisa, simplemente caminaba así de rápido. No pensé que iría tan lejos a pie, pero seis cuadras después, me hallaba jadeando y sudando como una loca en mis pantalones de dormir de franela, lista para un descanso y tal vez un masaje en los pies. Una vez más, me pregunté por qué diablos fue tan importante para mí seguirlo. Me encontraba a punto de rendirme, llamándome a mí misma loca, y yendo a casa, pero finalmente se desvió en un estacionamiento, donde pasó filas de coches para entrar en un edificio llamado Gimnasio Speedy. Me detuve en seco y parpadeé mientras desaparecía en el interior. Bueno, así que se ejercitaba. Por alguna razón, no vi venir eso, a pesar de que era fornido como una casa de ladrillo en estos días. Simplemente no se veía como algo que el Peeta de dieciocho años hubiera hecho, lo que hace aún más difícil para mí creer que él era la misma persona que el hombre que acababa de seguir por ocho cuadras. Pero en serio, ¿cómo es posible que alguien pudiera cambiar tanto? Dándome cuenta de que me encontraba vagando fuera de un gimnasio de entrenamiento en pijama como una total lunática, caminé a casa y me metí en la cama. Cuando por fin me dormí, soñé con mi bosque, el lago y un chico que al parecer ya no existía. Era un hermoso, agridulce sueño que cuando me desperté otra vez, lágrimas empapaban mis pestañas. La ducha se escuchaba en el baño. Sabiendo que él se encontraba allí, desnudo y enjabonado, pasando sus manos por su amplio pecho definido, me tuvo una vez más totalmente alerta. Pero luego lo imaginé sin camisa y tendido de espaldas en el muelle, esperando a que lo besara. Y entonces me lo imaginé en el mirador, sonriendo mientras saludaba mis pechos. En el asiento trasero de mi coche, haciéndome mujer. Mi corazón dolía, y más lágrimas llenaron mis ojos mientras lamentaba la pérdida de ese chico. Cuestioné toda esta situación ridícula de compañeros de habitación por millonésima vez. Sabía que me torturaba a mí misma tanto como sabía que no iba a hacer nada al respecto. Me aferraba a los fantasmas, y debía ser el error más estúpido de mi vida, pero no era capaz de parar. Tenía que estar cerca de él, a pesar de que era un completo desconocido para mí ahora. Pero estuvo de acuerdo con este arreglo de vida primero, y no fui capaz de poner fin a la esperanza de que tal vez mi Peeta todavía podía volver. No me di cuenta que me sumí en mi depresión durante tanto tiempo, hasta que oí la puerta del baño abriéndose. Una vez más, contuve la respiración y me centré en nada más que sus pasos mientras se dirigía a la cocina. Como que temía enfrentarme a él, temerosa de que echaría a llorar si lo hacía. Pero luego me sentí horrible también, porque no fui nada más que una cobarde en estos últimos días, solo escondiéndome. Sin embargo, no podíamos evitarnos para siempre. Si realmente íbamos a ser compañeros de habitación y hacer que esto funcionara, teníamos que aprender a comunicarnos. Poniéndome las metafóricas bragas de chica grande, me quité las mantas y salí de la cama. Cuando me arrastré hasta la cocina, pies descalzos y bostezando, Peeta se giró hacia mí boquiabierto desde el tostador. Me detuve, sin esperar encontrarlo sin camisa y en nada más que un par de pantalones vaqueros azules de poca altura. Envolvió su toalla alrededor de su cuello y la tela cubrió parte de su pecho, pero no ocultó lo absolutamente bien definido que era. Santo...
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Mi Felicidad.
RomanceMe enamoré una vez. Fue asombroso. Ella era asombrosa. La vida era asombrosa.