Presente

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KATNISS.

Apenas llegué a tiempo al baño de Reese y Mason antes de que arrojara todo el contenido de mi estómago. No estoy segura de cuánto tiempo estuve allí, pero Asher, Gale y su esposa, Caroline, se encontraban en el salón cuando
salí, con los ojos tan hinchados por el llanto que apenas podía verlos.

—Mierda. ¿Katniss? ¿Qué pasa? —La voz de Asher en mi oído al tiempo que me envolvieron unos brazos cálidos me hizo empezar a llorar de nuevo.

Luego de eso me quedé callada un rato, con mi rostro enterrado en su pecho, incapaz de pensar en nada más que todo este daño.

—¿Qué demonios le hicieron ustedes dos? —Me pareció oír que exigió saber Gale.

Y luego Aspen apareció allí, murmurando mi nombre. —¿Katniss? Cariño, ¿estás bien?

—No. —Me alejé del pecho de Asher y parpadeé, pero seguía viéndola
borrosa—. Quiero ir a casa.
Quería ver a Peeta. Quería abrazarlo y nunca soltarlo.

—Yo te llevaré. —Cuando Finnick dio un paso adelante, fruncí el ceño,
preguntándome de dónde había salido. Entonces miré a mi alrededor para
descubrir que todo el mundo había llegado mientras tenía mi crisis de nervios. Me apartó suavemente de Asher y me llevó hacia la puerta. No tenía ni idea de por qué, pero me sentía dolorida, como si hubiera trabajado toda la
semana. Todos los músculos gritaban, pidiendo socorro.

—Lo siento mucho —declaró Reese, agarrando mi brazo cuando se
reunió con nosotros en la puerta.
Pero negué con la cabeza. —No lo sientas. Yo quería saber. Lo pedí.
—Girándome a la multitud solemne que me miraba con ojos preocupados, encontré a Mason y asentí—. Gracias por contármelo.

Finnick me guió desde el apartamento. No recuerdo mucho el viaje a casa.

No me obligó a hablar, así que cerré los ojos y dejé que la vibración del motor de su coche me transportara a un estado más profundo. No completamente
dormida, pero tampoco del todo consciente, abrí los ojos e hice una mueca de dolor ante la luz del sol cuando el coche se detuvo.

—¿Puedes caminar? —preguntó. Asentí, más confiada de lo que debí
haber estado porque cuando abrí la puerta y salí por esta, casi me caí de
bruces—. Despacio, cariño. —Finnick se había acercado a mí; tuvo que correr los últimos pasos para atraparme del brazo y evitar que me diera un golpe en el
rostro.

No me cargó directamente en brazos, pero me hizo apoyarme contra él mientras me acompañaba hasta mi puerta, encontró las llaves en el bolso, y luego me ayudó a entrar.

—¿Peeta? —murmuré, mirando los alrededores, pero Finnick negó con la cabeza.

—No creo que esté en casa.

De modo que comencé a llorar de nuevo porque tenía tantas ganas de
abrazarlo.

—Mierda —murmuró Finnick mientras se frotaba la cara y se paseaba frente al sofá donde me dejó sentada. Por último, hizo una pausa para preguntar—:

¿Te traigo un poco de agua?

Negué con la cabeza y traté de respirar a través del ataque de nervios que me tomó desprevenida. El oxígeno abandonó mi cerebro por un momento y pensé que podría desmayarme. De hecho, le di la bienvenida a la idea, pero Finnick regresó con un vaso, a pesar de que le dije que no quería. Me obligó a
respirar por la boca. Luego me hizo beber la mitad del agua.
Después de eso, me acurruqué de costado, llevando las rodillas hasta mi barbilla, y me desmayé.

Me desperté gracias al gruñido enojado de Peeta. —¿Qué demonios,
Finnick? ¿Por qué está llorando dormida? ¿Qué mierda le hiciste?

No me di cuenta que seguía llorando hasta que sentí una lágrima resbalando por mi nariz.

Mi Felicidad.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora