PRECENTE

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KATNISS.

El deseo me recorrió ante la orden de Peeta; los músculos al fondo de mi estómago se tensaron mucho conforme la humedad brotaba entre mis piernas.

Iba a intentarlo. Intentaría tener sexo conmigo sin ninguna emoción,
como un extraño.

Mi cuerpo se estremeció de placer ante el reto, pues me sentía confiada y ganaría esta ronda.

Qué empiece el juego, guapo.

Pero en cualquier caso, no podía perder porque iba a sentirse muy bien.

Jalando mi camisa, mantuve el contacto visual mientras, lentamente, me la quitaba por la cabeza. Sus ojos azules brillaron con un tipo de deseo primitivo.

Iba a follarme. Duro.
Dios, casi me corro por la anticipación.

Cuando comencé a quitarme los pantalones, sus propias manos fueron a su cremallera. Nos miramos desvestirnos; él parado cerca del apagador, hincándose en la cama. Una vez que estuvo desnudo y yo igual, dijo—: Ahora
recuéstate y abre las piernas.

Lo hice, y nunca antes me sentí tan expuesta, probablemente porque no
solo le entregaba mi cuerpo, sino mi alma. Yo era completamente suya para que me dominara.

Caminó hacia la cama, con un brillo depredador en el rostro. —Más —ordenó.

Tragando, abrí mis piernas tanto como pude.

—Tócate.

Con un gemido, seguí sus órdenes, deslizando mi mano por mi cuerpo
hasta que mis dedos se hallaban en mi clítoris, deslizándose sobre mis músculos húmedos y sensibles que me hicieron pegar un salto y mis pezones endurecerse.
Mientras me miraba como me tocaba, agarró su polla y se hincó en la cama entre mis muslos abiertos.

—Tomo la píldora —dije. No sé por qué lo dejé escapar; tal vez porque
deseaba sentirlo sin ninguna barrera, darle algo nuevo que nunca le había dado a ningún hombre.

Asintió. —Lo sé. Las he visto en el gabinete de las medicinas al lado de
mi rasuradora.

—Y, —Mordí mi labio, temiendo la respuesta—. ¿No has estado con
nadie desde que saliste?

Negó con la cabeza. —Solo he estado contigo.

Con escalofríos y completamente excitada que temí correrme antes que siguiera me penetrara, dejé escapar un suspiro y llevé mi atención a la gota de líquido pre-seminal en la punta de su polla. Dios, no podía esperar.

—Entonces supongo que no hay necesidad de usar un condón —dije.

—Supongo que no. —Me miró de nuevo, con sus ojos brillando como si estuviera listo para que cambiara de opinión. Pero solo le sonreí.

—Estoy tan ansiosa de sentirte en mi interior otra vez.

La incertidumbre destelló en su rostro. No me sentía segura de sí él
podría mantener sus emociones a raya. Pero lo intentaría. Luego de que su garganta luchara un trago particularmente difícil, puso una mano en el colchón al lado de mi rostro para sostenerse; luego, aún sosteniéndose, alineó la cabeza
de su polla con mi entrada.

Me di cuenta que iba a tocarme lo más mínimo posible. Pensó que eso le ayudaría a ganar. Pero no me importaba; esta seguía siendo la experiencia más ardiente de mi vida, y sabía algo que él no. No era posible mantener a nuestros
corazones fuera de lo que sea que hiciéramos juntos. Habían estado atados hace seis años en nuestro árbol de problemas.

Juro que ni respiraba conforme observaba el lugar en el que estábamos a punto de unirnos. Casi podía leer cada idea en su cabeza: ¿debería entrar rápido, probar que no le importaban mis sentimientos, o ir lento y torturarme al
resistirse y retirarse antes de que me pudiera correr? Supongo que quería hacerlo lento y enloquecedor, porque luego de
apenas empujar, solo metiendo la cabeza, se detuvo. Ambos nos quedamos sin aliento.

Mi Felicidad.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora