— Mi amor! ¿Cómo estás?
— ¿Quién te dio permiso?
— ¿Disculpa?
— ¿Dónde estás?
— Cheng Xiao, estoy de paseo con mis padres.
— Justo a eso me refiero. Ni siquiera me avisaste.
Yibo tenía el altavoz. Liying que estaba a su lado resopló... No le caía bien Cheng Xiao.
Yibo gruñó a su hermana por estar escuchando la conversación. El se puso el teléfono al oído. — ¿Resulta que tenia que pedirte permiso?
— Así yo he visto que los novios actúan. Tú ni siquiera me comentaste nada. ¿Quieres terminar?
Yibo se golpeó la cara apoyándola fuerte contra la pared. — ¿Estás hablando en serio?
— Muy en serio Wang Yibo. Cuando vuelvas hablaremos claro. Se suponía que tendríamos planes hoy con nuestros bebés y la sorpresa es que vengo a tu casa y no hay nadie.
— Para que fuiste sin avisar.
— Piri qui fiisti sin ivisir. Porque tengo un idiota que no me dice nada.
— Estabas enojada. Ni siquiera contestaste mis llamadas.
— En fin... Ya sabes. Apenas llegues te quiero ver acá con tu regalo de disculpas.
— ¿Otro regalo?
Al paso que iba iba a quebrar a su padre.
— Cheng Xiao... Princesa.
La chica le colgó. Yibo no podía estar más frustrado, también sexualmente... Se dejó caer en la cama y escuchó ruidos, al buscar la fuente se dio cuenta que era su conejo. Se sintió más frustrado.
Tener ese conejo tonto... No había sido su idea. Y ahora tenía que sacarlo a pasear. Tenia una responsabilidad con ese animal aún estando en vacaciones.
Debido al humor de Yibo, Zhan se sintió incómodo al ser cargado. Así que cuando ya estaban en la zona verde que era grande... y colindaba con otras fincas y el río. Yibo lo liberó.
El empezó a escuchar música y a navegar en su celular, mientras el conejito iba de un lado a otro, hasta que se quedó completamente dormido.
Al caer la noche, Zhan levantó las orejas... y trató de seguir el resquicio del aroma del alfa. Sintió un poco de miedo cuando el cielo parecía querer romperse y no vio a Yibo por ninguna parte.
Zhan no quería mojarse, pero tampoco tenía donde meterse... No sabía por cual camino debía tomar para regresar al interior de la casa.
El somnoliento Yibo se había levantado del césped adormilado, después de escuchar música un rato y había olvidado que había salido con el conejito en su mano.
Un trueno... Lo hizo despertar... No... No fue el trueno.
En algún lugar cercano. Había un omega asustado... Su hermana no lo podía sentir... Era una beta...
Lo extraño es que no sabía si el aroma era fuerte o si el personalmente lo podría percibir así, ya que su madre le había comentado que la percepción aumentaba, cuando entre alfa y omega había un grado excepcional de compatibilidad... El quiso acostarse de nuevo y entonces vio la jaula vacía...
—Mierda! ¿Dónde está?
Tardó varios segundos para recordar que el lo había sacado y no lo había traído de regreso.
Zhan se ensucio sus patas tratando de hacer una madriguera para protegerse pero pronto se embarro todo y se llenó de agua...
Unas manos grandes lo tomaron... Cuando se había quedado paralizado viendo los truenos, el sonido era aterrador para el.
Yibo lo sostuvo contra su pecho.
El miedo se fue dispersando... O eso creía el... Yibo encendió la leña de la hoguera en el interior de la casa. El quiso escapar en un rincón mientras temblaba.
¿Iban a cenar conejo asado?
Pero enseguida el chico le tomó para envolverlo en un trapo. Mientras lo secaba. Zhan no dejaba de temblar... Hasta que sintió ese aroma del alfa...
— Yo soy el tonto esta vez, ¿Está bien?... No tengas miedo. — La voz resonó en sus oídos. De nuevo su cuerpo se sintió muy extraño. Yibo lo acarició y Zhan se avergonzó porque sus manos estaban en todos lados mientras lo secaban... El empezó a restregar su nariz contra Yibo cuando el otro lo acurrucó en su pecho...
Ahh...
El chico olía también.
Su corazón inquieto y esa vocecita interior estaban dichosas.
Por ese momento sin saberlo, Yibo también olvidó sus frustraciones. El aroma de Zhan debido a su inmadurez biologica seguía siendo leve...
— ¿A que huele? — Preguntó su madre hastiada con el olor de Yibo... Era tan fuerte que no podía descifrar el segundo aroma... Era dulce... Pensó que se trataba del chocolate que Yibo bebía o los malvaviscos que comía. — ¿Estás feliz? — No pudo dejar de ver el conejo acurrucado en el regazo de su hijo.