|Henry Hewitt.

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𝘌𝘱𝘪𝘴𝘰𝘥𝘪𝘰 𝘕𝘶𝘦𝘷𝘦: 𝘏𝘦𝘯𝘳𝘺 𝘏𝘦𝘸𝘪𝘵𝘵.

Leah Allen:

No sé como iniciar esto, supongo que solo debo dejar que todo fluya. Aunque no soy buena escritora, intentaré ser lo más descriptiva posible.

Leí en internet que escribir en un diario te podría ayudar a liberar tus emociones, en especial las negativas, supongo que por eso estoy aquí, para deshacerme de este peso sobre mis hombros que hace que cada día se sienta más difícil que el anterior.

Sabía que no sería sencillo. Quiero decir, ¿Quién cree que es sencillo tener poderes y salvar a las personas?

No soy la misma de hace tres años.

Leah Allen murió hace tiempo, no fue en la explosión de el acelerador. Fue tiempo después, cuando mi humanidad se vio obligada a... cambiar.

Nunca fui un ejemplo a seguir, es decir, no era como Barry.

Y tal vez sea extraño compararme con mi hermano mayor, pero él siempre fue... mi ejemplo a seguir.

Pero, poco a poco, me di cuenta de que mi gran hermano, no era perfecto. Supongo que nadie lo es. Nadie puede serlo, porque la perfección es subjetiva, como la belleza.

Sabía que mientras que para mí Barry era la definición de perfección, para otros no lo era.

Bueno... igual me estoy alejando un poco del tema.

Al despertar del coma, no pude dejar de pensar en Barry. Y cuando él despertó, yo... supe que debía irme. Porque sabía que estaba en buenas manos, con personas que cuidarían de él.

Por supuesto no hablo de Eobard Thawne.

Pero sí de Joe, Iris, Cisco, Caitlin e incluso Eddie.

Personas que realmente valían la pena.

Fue un día normal en Star City, quiero decir, todo comenzó bien. Y terminó conmigo teniendo las manos manchadas, sucias de aquel líquido caliente que se adhería a tu alma.

Desde ese día, dejé de ser yo.


También leí que debía escribir un poco de mi día, para, ya sabes, organizar ideas y pasar la página.

Así que supongo que eso haré, comenzando por donde lo dejé.

El profesor Stein.

Cuando logramos llevarlo a una camilla en la salón que funcionaba como enfermería, el hombre seguía con la cabeza rodeada por una flama azul, sus ojos ya estaban cerrados, pero hacía movimientos involuntarios.

Con ayuda de mis poderes, lograba que sus movimientos fueran mínimos.

—Vamos, vamos, vamos—. Susurraba nervioso el muchacho de cabello negro y largo casi como una mantra.

—Cisco, lo estamos perdiendo—. Advirtió la castaña sin despegar la vista de la tablet que tenía en sus manos.

—¡Lo tengo!—. El nombrado colocó un aparato en el pecho del profesor Stein y casi corrió a la computadora detrás de él.

Aunque pareciera fácil, me era difícil mantener quieto a Martin. Parecía que entre más lo detuviera, más fuerza tomaba para moverse.

—¡Chicos, deprisa!—. Rogué en un jadeo.  Estaba segura de que mis ojos en ese momento se encontraban del mismo dorado que salía por mis manos.

Leah. | Caitlin Snow. | 1. | En Proceso.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora