2. Derrotados

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Sur de la muralla Rose. Distrito de Trost. Año 845. 

NARRADOR EXTERNO: 

— Abrígate bien. Hoy va a hacer frío —dice la madre de Ibsen mientras cubre a su hijo con un enorme abrigo gris de lana con forma de túnica y con un gran gorro del mismo material y color. 

El pequeño asiente en silencio mientras se acomoda la enorme prenda para poder sacar sus manitas por los extremos de las largas mangas del abrigo. Una vez consigue ver sus dedos, se echa las manos a la cabeza y se mete por debajo del gorro las orejas y unos pocos mechones de su cabello gris brillante. A pesar de que dentro de la tienda se está medianamente caliente, sus mejillas se han enrojecido por el frío de la mañana, al igual que su nariz, de la cual asoma de vez en cuando una pequeña gotita de agua que el pequeño se limpia con las mangas del abrigo. Mientras tanto, su madre se aleja para terminar de preparar las cosas para trabajar.

Han pasado dos meses desde que la muralla María cayó. Ahora, Ibsen y su familia viven como refugiados en el distrito Trost. Al principio, se les dio comida a todos los refugiados, no mucha, pero la suficiente como para sobrevivir. Sin embargo, las reservas de comida se agotaron rápido, y empezó la escasez y la hambruna. Es por eso que actualmente se envía a todos los refugiados a labrar los campos para poder producir más comida. Sin embargo, la cantidad de comida que producen los campos es limitada y no se obtiene de forma inmediata. Todos los adultos y niños más atentos saben que por mucha gente que haya trabajando en el campo, llegará un momento en el que no sea suficiente y volverá la escasez. Pero estando casi al borde del abismo, como lo están todos, nadie quiere hablar sobre ese tema. Solo lo repiten una y otra vez en sus mentes. Pareciera como si tuvieran miedo de decirlo en voz alta, por si eso causara que ocurriera antes todavía. 

Por ahora las cosas no van del todo mal para Ibsen. Es cierto que, desde que la muralla cayó, su vida ha sido mucho peor que antes, pero aun así hace todo lo posible por ayudar a su familia y no quejarse. Su hermano, que ya no trabaja en la muralla María, sigue ayudando de vez en cuando a los soldados de las tropas de guarnición de la muralla Rose. Pero también es enviado más de una vez con los demás a labrar los cultivos cuando su ayuda no es necesaria. Después de todo, desde la caída de la muralla María, muchos soldados de las tropas de guarnición han tenido que venir a buscar trabajo en la muralla Rose. Pero incluso después de haber perdido una muralla y con planes de reforzar la segunda, hay exceso de trabajadores. Los más ancianos y los menos hábiles ya han perdido su trabajo. Y si la cosa sigue así, solo es cuestión de tiempo que desechen también a los demás sobrantes.  

Sus padres, al igual que Ibsen, pasan todo el día trabajando en el campo. Es duro, pero es mejor que estar en una esquina pasando hambre o fuera siendo devorado por los titanes. Aunque para un niño pequeño como Ibsen, que se ha pasado la vida imaginándose a sí mismo matando a cientos de estos seres y que ve a los soldados de las tropas de guarnición y el cuerpo de exploración como superhéroes capaces de enfrentarse a cualquier amenaza, que no parezca haber ningún intento por acabar con los titanes es algo estúpido. Claramente, él no conoce lo horribles que son y que enfrentarse a ellos significa un suicidio. 

Por suerte para el pequeño, trabajar en el campo lo mantiene lo bastante ocupado como para pensar en eso. Hoy, por lo menos, no ha sido un día especialmente malo. La recolección de patatas es dura. Pero por lo menos tener que cargar con las cestas de tubérculos hacia los carros no es tan difícil y laborioso como tener que labrar la tierra para cultivar otros cultivos como han estado haciendo hasta ahora. Para sus pequeñas manos, es un alivio poder descansar de tener que agarrar la azada todo el día. Siempre fue un niño con las manos bastante llenas de callos y desgastadas, por lo mucho que le gustaba jugar constantemente, pero usarlas para trabajar es un tipo de daño diferente, y ya estaba comenzando a acostumbrarse a la sensación de dormirse con las palmas de sus manos despellejadas.

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