Capítulo 14

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Chiara Pimentel

Para cuando llega el lunes mis ganas de ir a clases son nulas. Aunque ese es el día a día de todos los adolescentes, para mi era lo más raro del mundo, solía levantarme siempre con ganas de ir a clases, era una forma de despejar la mente y mantenerme entretenida. Ni siquiera era un día con algo interesante, pues mañana habría examen y esta tarde me tocaría darle un repasito, pero durante el día iban a ser las clases aburridas y se me harían las horas eternas.

—¿No has dormido lo suficiente? —se burla mi hermano cuando me ve bajar las escaleras.

—¡Papá, normal que no lo hiciera, son las siete de la mañana! —se queja CJ, que al parecer era igual a mí en eso de querer dormir cuanto más mejor.

—Tú cállate, niño —pidió, divertido—. Chiara no se duerme a las dos de la mañana como otros.

¿A las dos de la mañana CJ durmiendo?

Casi se me sale la risa tonta, pero la mirada de advertencia de mi sobrino me hace saber que su padre realmente pensaba que así era. Pobrecito. Si se ponía a ver vídeos en YouTube y se quedaba dormido en alguno de AuronPlay, sobre todo en las bromas telefónicas que hacía con Wismichu. Podría apostar que había visto los mismos vídeos cientos de veces y aún así seguía riéndose como la primera vez. Cosas de adolescente.

Para mi una cosa perdía la gracia cuando se repetía tanto.

Voy a dejar que Killian siga pensando que su hijo se duerme a las dos y no más tarde, me la cobraré más tarde.

—He quedado con alguien para desayunar en la cafetería —miento, pero la realidad es que no me apetecía desayunar, sentía que si metía algo en el estómago terminaría devolviéndolo más tarde. Quizá eran nervios, ¿pero nervios de qué?

—¿Eso quiere decir que no desayunas en casa? —preguntó, elevando una de sus cejas.

—Veo que entiendes por dónde voy, que listo eres eh —me burlo, acercándome para despeinarle los rizos.

Si había algo que Killian odiara a muerte era eso. Sus rizos no se tocaban por nada del mundo. No exageraba si decía que se ponía a chillar o algo por el estilo si alguien se atreví a ponerle una mano sobre su perfecto cabello. No por nada presumía de él.

—Siendo así no puedo negarme, no quiero que tu amigue te tache de impuntual.

—¿Amigue?

—No dijiste si era un chico o una chica, así que opté por el lenguaje inclusivo para generalizar —se encogió de hombros como si no tuviera importancia, pero la tenía.

Él no quería que nadie se sintiera excluido, eso era de mucha más importancia de lo que podía llegar a imaginarse.

Sonrío por ello y él hace lo mismo, aunque seguramente es solo para que no sonría yo sola, suele hacer siempre lo mismo. Se despide de su hijo y casi puedo asegurar que este estaba deseando que nos fuéramos para así volver a la cama.

No miento, podría ser yo tranquilamente.

Mi hermano intenta sacarme conversación durante el camino, pero yo tenía pocas ganas de hablar así que me limito a subirle el volumen a la radio para escuchar las canciones de Paulo Londra, probablemente uno de los pocos cantantes de la actualidad que podía soportar.

—¿Más tarde paso a por ti? —me preguntó en cuanto paró su coche frente a la entrada.

—No, hará un buen día y aprovecharé para caminar —admito, dándole un rápido vistazo al despejado cielo para comprobar que efectivamente no había ni una sola nube desde tan temprano—. Ya nos veremos, Ki.

Le doy un rápido beso en la mejilla antes de escabullirme de lo que sea que tenga que decir como respuesta. Es gracioso que ambos nos llamemos de la misma forma, pues el "Chi" en italiano se pronuncia "Ki", así que llamarnos por nuestro diminutivo era divertido. Lo que no era tan divertido era que los profesores lo pronunciaran mal al pasar la lista de clase. Me daban ganas de lanzarles el estuche a la cabeza por tener que aguantar la risa de mis compañeros de clase y después corregirlos casi con timidez. A veces ya pasaba de ello, que me llamaran como les diera la gana, en mi lista negra ya estaban apuntados.

Tuve la mala suerte de cruzarme por los pasillos con el profesor que peor me caía de todo el instituto: el profesor de matemáticas en el bachillerato de letras.

También conocido como el hijo de puta que le insinuó a Mar que podía aprobar su asignatura si le chupaba la polla.

—Buenos días, señorita Pimentel —me saludó, apenas sonriendo.

Claro, a él le atraían las rubias con carita angelical.

Pues vas a tener que aguantarte a una morena con cara de mala hostia.

—Buenos días —respondí, sin siquiera sonreír—. Justo con usted quería hablar yo, mi mejor amiga está en su clase y no se le da muy bien la asignatura. ¿Cómo va últimamente?

Él me observó con una ceja enarcada y se limitó a suspirar, como si el caso de Marbella fuera un caso aparte y realmente se preocupara.

Gilipollas.

—La señorita Vélez y yo ya hemos hablado, será difícil que recupere todo lo que no ha hecho en los anteriores dos trimestres —indica, ladeando ligeramente la cabeza—. Pero eso no quiere decir que lo tenga imposible, ya le di opciones y estaré encantado en cuanto acepte, porque desde luego le será mucho más fácil aprobar —me hierve la sangre sólo de escucharlo y no lo disimulo ni lo más mínimo—. Ya sabe, clases particulares. No tengo problema en quedarme los recreos con ella para aclarar dudas.

Las dudas te las voy a aclarar yo a ti con un golpe en la cara, pedazo de mierda.

Cada vez tengo más claro que no me gustan los hombres, ya no solo físicamente, sino por su forma de actuar. Si, ya sé que también hay mujeres malas, hijos de puta los hay de todos los sexos y no lo negaré.

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