Marbella VélezHabía pocas cosas que me hicieran sonreír de una manera tan sincera: los libros, el mar y Chiara.
Así que fuimos hasta la playa que nos quedaba más cercana. Disfruté como una niña pequeña quitándome los zapatos para sentir la arena bajo mis pies, cerré los ojos por un momento y dejé que las sensaciones más guays del mundo me consumieran. Escuché el sonido de las olas y también la risa de Chiara, vamos, mis dos sonidos favoritos en el mundo mundial.
Estados Unidos estaba bien... Pero en el fondo era una mierda. No por nada, pero al fin y al cabo ya nada podría sorprenderte aquí, era todo tan igual que llegaba un punto donde te aburrías de los paisajes, de la gente, de las propias emociones... Pero claro, era un país donde la economía estaba bastante bien y todo negocio prosperaba adecuadamente.
Yo no tenía ningún negocio entre manos ni tampoco me interesaban demasiado, hasta el momento había pocas cosas que me interesasen y para mi desgracia tenía que entrar a la universidad el año que viene. No sabía lo que quería hacer el próximo día, menos iba a saber a lo que quería dedicarme toda la vida. Es una decisión que todavía no estaba lista para tomar.
—¿Nos damos un baño? —propuse, mirándola sobre mi hombro. El cabello se le movía con el viento, al igual que a mi, pero a mi esta vez no me importaba lo más mínimo, estaba siendo feliz por otras cosas. Cosa rara, ya que mi estado de ánimo solía depender de mi pelo, si se me veía feo ya estaba llorando todo el día, el pelo era lo más importa.
Me miró como si estuviera loca, claramente, poca gente se atrevía a bañarse en el mar en plena primavera. ¡Con suerte se bañaban en verano!
—¿Quieres pillar una pulmonía?
—No sería mala idea, la verdad —bromeé y tomé su mano para tirar de ella.
—Mar, no es una buena idea.
—¡Las buenas ideas están sobrevaloradas!
Así es como empieza una locura de esas que sabes que recordarás durante una larga temporada, por no decir toda la vida.
El mar estaba congelado, yo chillé entre risas al sentir como el frío me calaba los huesos, Chiara abrió su boca mientras cerraba los ojos y contenía un jadeo de impresión. Dos personas diferentes.
Yo no dejé de moverme, salpicando a todas partes; ella se mantuvo quieta, como si eso fuera mejor.
—¡Me estás mojando! —se quejó cuando le salpiqué el rostro.
—No sabía que eso fuera un problema —nadé hacia ella y enredé mis brazos tras su nuca, empapando la parte superior de su cuerpo que todavía no había entrado demasiado en contacto con el agua—. Dime, Chi, ¿es un problema que te moje?
—Tú siempre me mojas, Vélez —respondió, casi burlona, pero mirándola a los ojos me di cuenta que eso de broma tenía poco.
Yo podía decir lo mismo, la verdad, pero por razones obvias no lo admitiría en ese momento.
—¿Debería de sorprenderme por algo que era más que obvio? —cuestioné divertida—. Pfff, solo hay que mirarme, belleza española.
La hice reír una vez más e inevitablemente sonreí como una tonta. Hacerla reír era lo más bonito, me sentía llena de verdad, completa.
—Eres una presumida —me dijo, pero no había ningún tono peyorativo ni nada por el estilo, más bien lo decía para no dejar morir la conversación.
—Tú eres una listilla y nadie te dice nada.
—Presumida —repitió, mirándome con una ceja elevada, haciéndome saber que no podía negárselo.
—Listilla —contraataqué, sonriendo, aún consciente de que esa batalla la iba a tener más que perdida.
Pero me daba igual, porque perder con ella era incluso más satisfactorio que ganar.
Sus dedos apretaron ligeramente mi cintura y fue el paso que necesitaba para saber que quería que la besara. Yo también quería hacerlo. Yo siempre quería hacerlo.
Me incliné hacia ella y cubrí sus labios con los míos, la besé despacio, sin prisas, disfrutando del suave roce de sus labios, olvidándome que estábamos bañándonos en el helado mar en plena primavera, dejando a un lado todas y cada una de las preocupaciones que se pasaban por mi mente... Centrándome en ella, solo en ella.
Sus dientes mordisquearon mi labio inferior y reprimí un gemido. Sentí como sus labios se estiraban en una sonrisa. ¿Quién era ahora la que estaba presumiendo, eh?
—Creo que me gustas —susurró, haciéndome abrir los ojos al instante, los suyos todavía permanecían cerrados pero no tardó demasiado en abrirlos.
Creía que le gustaba.
Vaya, ¿cómo me tomo eso? Es mejor que la friendzone, eso seguro, pero tampoco me podía poner a saltar de alegría porque con Chiara nunca se sabía.
—¿Ah, si?
—Estoy hablando en serio, Mar —me apretó contra su cuerpo, moviendo el agua a su paso—. Las amigas no se besan así, las amigas no se hacen sentir lo que tú me haces sentir a mi... No sé si es amor, pero maldición, algo más que amistad si que es.
—¿Qué te hago sentir? —inquirí, tragando saliva que por poco se queda agolpada en mi garganta de lo nerviosa que estaba.
—Me hace sentir de todo —tomó mi mano para llevarla a su pecho, aguanté las ganas de decir algo sobre sus tetas porque era un momento romántico y no quería arruinarlo.
Sentí al instante el frenesí del latir de su corazón y me recordó de inmediato al mío, tomé su otra mano para llevarla también a mi pecho y mostrarle que no era la única que se estaba sintiendo así.
Nuestros corazones conectaban.
Nos sonreímos como dos adolescentes enamoradas, lo que éramos, allí en medio del mar con una mano en el pecho de la otra para sentir los acelerados latidos que nos causábamos.
Si, definitivamente eso me gustaba.
Nunca lo había leído antes en ningún libro donde te establecen equis clichés para el amor y aún así ese pequeño gesto me pareció lo más romántico del mundo, más que todo lo que había leído antes, porque aquello era real y era con ella. Con la chica que me tocaba el corazón, que me lo aceleraba.