Capítulo 38

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Chiara Pimentel

Marbella era bondadosa e inocente. Es obvio que siempre va a pensar lo mejor de la gente, ella tiene complejo de Sócrates; no existe gente mala, solo gente ignorante, pues si esas personas conocieran el bien no harían el mal.

Yo no es que no tuviera fe en la humanidad... Es que desconfiaba de las intenciones de la gente.

A día de hoy es más probable encontrarte con gente mala que encontrarte con gente buena, a la vista está.

—Todavía no hemos hablado de tu examen de matemáticas —señalé, ella me miró con una sonrisa en los labios mientras se encogía de hombros—. ¿Qué significa eso?

—Que no sé ni cómo me ha salido, prefiero esperar a ver la nota antes que decir que me ha salido bien y luego suspender —chasqueó su lengua—. Porque yo creo que no me fue tan mal, pero después empezaron a hablar todos del examen y no me daba ninguna operación como a ellos...

—Eso puede significar que le ha ido mal a ellos, Mar, no puedes guiarte por eso.

—Ganan por mayoría, yo creo que si puedo guiarme por eso.

—No tiene nada que ver —insistí—. Ten un poco de confianza en ti misma, mujer.

¿Por qué habría de salirle a todos bien y a ella mal? ¿Por qué no podría ser al revés? Quizá eran pocas las posibilidades, pero no era algo imposible.

—Ya veremos cuando tenga los exámenes corregidos —suspiró—. Aunque va para largo, ese hombre se tarda semanas.

—Pero si solo tiene tres cursos...

—Ya, pero tiene más vida —murmuró burlona.

—Literalmente le pagan para eso, pero bueno, ¿quienes somos nosotras para juzgar, eh?

Podía entenderlo de profesores que tuvieran que darle clases a toda la secundaria y también a bachiller, pero ese tío solo le daba matemática aplicadas a los de letras, podía ponerle un poco más de ánimo a su trabajo.

El taxi se detuvo frente a mi casa y Mar fue la primera en bajar, yo la seguí de cerca. El señor nos ayudó a sacar nuestras bolsas de la maleta y nos ofreció llevarlas dentro, pero papá fue rápido en salir para venir a por ellas y también para pagarle.

—No tan rápido, señoritas —nos dijo al ver nuestras intenciones de subir a mi habitación—. Tenemos algo que hablar.

Cuando un padre te dice eso no puede significar nada bueno, ¿verdad?

Yo tragué saliva y miré a Mar, que mordía su labio también con nerviosismo. Vaya, al parecer estábamos las dos en un estado similar.

—Claro, papá, tú dirás —sonreí, intentando dejar a un lado los nervios.

Fuimos hasta la sala para hablar más cómodos, él se sentó en un sofá y nosotras en otro. Crucé las piernas, una sobre la otra, y un tic nervioso apareció en la que tenía arriba. Marbella lo notó al instante y puso su mano sobre esta para calmarme.

—Me acaba de llegar una denuncia —nos hizo saber.

—Bueno, papá, ¿y que tenemos nosotras que ver? —cuestioné confusa.

—Porque resulta que mi hija pequeña ha hecho de las suyas en el instituto —alzó sus cejas—. ¿Os suena un teléfono roto?

Mierda.

¿Tan rápido había ido a denunciar Lydia?

—No, la verdad es que no nos suena —murmuró Mar, haciéndose la desentendida.

—No me interesa el teléfono, ya me encargué de comprar otro y enviárselo —hizo un gesto para restarle importancia—. Me importa saber qué ha pasado.

Suelto el aire que estaba reteniendo en mis pulmones y miro a la rubia antes de volver la mirada a mi padre, dispuesta a contarle lo sucedido.

—Verás... —mis palabras se ven interrumpidas por mi madre, que entra en el salón y se deja caer al lado de mi padre, cruzando las piernas de la misma manera que yo había hecho, cruzando también sus dedos sobre su regazo.

—El chisme se cuenta conmigo delante o no se cuenta —señaló.

Marbella se carcajeó, incluso yo tuve ganas de hacerlo, pero el momento era serio y tenía que contenerme.

Empecé a relatarle todo lo que había pasado ese día, mis padres me escucharon en silencio y con especial atención, Mar también lo hizo. Admito que la mirada de estos sobre mi hizo que me pusiera nerviosa, eso era peor que exponer en clase (y eso que yo odiaba exponer en clase).

Al terminar me encogí de hombros, como diciendo "pues eso ha sido todo".

—Madre mía, y yo que pensaba que el movidito había sido el primero —murmuró papá, casi divertido.

—Pimentel... —lo regañó mamá entre dientes.

—Era broma —aclaró, alzando sus manos—. Hicisteis lo correcto, no vamos a regañaros por eso.

—Estoy de acuerdo —murmuró mamá, sonriente—. Esa perra se lo merecía.

—¡Fiamma! —exclamó él, mirándola con las cejas levantadas—. No puedes decir eso de una adolescente.

—Claro que puedo, esa adolescente no es buena, ya tiene cabeza para pensar con ella y en lugar de eso busca hacerle mal a otras que no le han hecho nada —resopló—. Te juro que me es muy difícil entender la mente de los adolescentes.

—A mi también —admití en voz baja.

—Y a mi —agregó Mar, haciendo un puchero—. Bueno, yo no entiendo a la sociedad en sí.

Nadie lo hace, ni la propia sociedad siquiera.

Queremos cambiar, siempre lo intentamos, pero aún así no avanzamos lo más mínimo, nos quedamos en el mismo punto de siempre. Y ahí es cuando te das cuenta de que verdaderamente hay un problema.

Los siguientes minutos nos los pasamos criticando a diestro y siniestro, al parecer a mis padres les interesaba escucharnos hablar mal de nuestros compañeros, incluso ellos comentaban comparándolos con sus padres.

Era gracioso.

Después hicimos lo que teníamos pensado hacer desde que llegamos, subimos a mi habitación. Marbella me convenció de hacer un TikTok, cuando yo realmente no sabía hacer tiktoks. Estuvo media hora explicándome algo que se hacía en quince segundos, me sentí patética.

—Ese no ha quedado bien —señalé.

—Oh, vamos, pero si es el que mejor nos ha salido de los cincuenta anteriores.

—Mándalo a borradores y grabemos otro.

Era una excusa. Sabía que ese vídeo había quedado bien, solo quería verla bailar ese dichoso trend una vez más.

Chiarbella Donde viven las historias. Descúbrelo ahora