Marbella VélezEl pasar de los días teniendo exámenes es como si no pasaran, por eso cuando los terminamos (por fin) nos sentimos personas totalmente diferentes. Libres. Personas libres de cargas y responsabilidades. Habíamos terminado una etapa, aprobáramos o suspendiéramos, ya había pasado segundo de bachiller. Ahora solo quedaba selectividad, para lo que nos habían estado preparando todo el curso.
—¿Profe, tienes las notas del examen? —preguntó un chico de la segunda fila cuando lo vio entrar en clase.
Yo me removí en mi sitio, ya sabía la respuesta.
—Si, claro que los tengo, pero no sé si debería de entregarlos, no quiero que lloriqueéis el resto del día —dijo, dejando su mochila encima de la mesa, las protestas no tardaron en llegar y a él le dieron ganas de reír—. Que conste que vosotros habéis querido, eh.
Yo nunca dije que quisiera.
Empecé a rezar internamente mientras sacaba las hojas de una carpeta, se hizo silencio, muchos temblaban (yo incluida) pues de ese examen dependía el curso completo, de no hacerlo tocaría hacer recuperación (y en las recuperaciones nadie aprobaba). Al profesor, que le gustaban esos momentos de miedo, se le curvaron los labios en una sombría sonrisa y se dispuso a repartir los exámenes. Iba por orden de lista así que el mío era de los últimos.
Gracias por el apellido, papá.
—Señorita Vélez —mencionó, haciendo que mi corazón latiera dolorosamente en mi pecho.
Ay, por favor.
Que no sea un suspenso.
Padre nuestro que estás en el cielo...
—¡Un ocho con cinco! —grité con fuerza al ver el número rodeado en rojo al lado de mi nombre.
—Vuelva a gritar así y además de bajarle la nota la mando directa a dirección —amenazó.
Me pasaba sus amenazas por ciertas zonas que no iba a nombrar.
¿Qué más me daban sus amenazas? ¿Qué más me daba él? ¡Si había aprobado mates y eso era lo único que importaba!
Chiara estaría orgullosa de mi.
Y como consecuencia le pediría que fuera mi novia dentro de unas semanas, en la tan esperada graduación. Todo esfuerzo tenía su recompensa y el mío iba a ser nuestra relación, porque si me decía que no me mataría allí mismo y prometió no hacerlo.
—¡Mierda santa! —exclamó Clara—. No era catorce con cinco.
Carmen se carcajeó y yo lo hice con ella, ¿en serio estuvo todo el tiempo pensando que le iba bien el ejercicio?
—¿Aprobasteis? —preguntó Carmen, con una sonrisita divertida en los labios, mientras nos mostraba su examen donde había sacado un siete y pico.
—Claramente si —murmuró Clara con obviedad—. Solo tenia mal ese ejercicio, lo demás está perfecto y tengo un nueve. Ya me jode ese catorce con cinco, tía, yo te juro que mi calculadora ponía eso.
Sus intentos por seguir defendiendo el resultado me hacen reír, solo a Clara se le ocurría hacer algo así.
—Tengo un ocho con cinco, definitivamente es la nota más alta que he sacado en toda mi vida cuando se trata de las matemáticas —admití, sintiendo que era un peso menos en mi vida.
—¡Vamos! —aplaudió, aunque el compañero que tenía de lado la miró mal—. ¿Qué tienes, amargado? No es mi culpa que no hayas aprobado.
Rodeó los ojos molesto pero no le dijo ni la más mínima palabra.
Mientras tanto Clara... pues era Clara, así que estaba peleando por el diez que no había sacado.
—Ya, profe, ¿pero seguro que no daba esto? En plan, todos tenemos errores, puede ser que tú hayas tenido uno.
—Clara, no lo has hecho bien, no puedo darte puntuación ninguna.
—¿Ninguna? —preguntó ofendida—. Si, hombre, algo siempre se puede.
No tiene remedio, supongo que eso es lo que la hace tan única.
—Acéptalo, Clara, sería un milagro de Jesucristo nuestro señor si tuvieras un diez —se burló Carmen, empezando así una ridícula discusión entre ambas.
Yo mientras tanto me entretuve mirando el reloj, esperando que las agujas fueran más rápidas y marcaran de una vez por todas la hora de ir al recreo para contarle a Chiara que había aprobado.
Incluso estuve tentada a sacar el teléfono solo para enviarle un mensaje y decírselo, pero Chiara no sacaba el teléfono durante clases así que no lo leería.
Ella era demasiado correcta y yo tan incorrecta.
Quizá eso nos mantenía así de unidas, porque de esa manera todo era interesante y guay. Bueno, Chiara en sí es interesante y también guay, ella lo es todo.
Me aburrí como una ostra durante la clase, pero pensé en ella y eso hizo que mi ánimo no decayera del todo. Cuando sonó el timbre fui rápida en salir y correr hasta su aula para esperarla en la puerta, no podía esperar más, quería contárselo ya.
Casi me lanzo a los brazos del primero que abre la puerta, menos mal que no lo hice porque era la profesora de biología y sería bastante vergonzoso.
Los alumnos salieron después.
—Hola, Mar... —empezó a saludarme uno de ellos que solo conocía de vista.
—Aparta —lo hice a un lado para adentrarme en el aula y correr hacia Chiara.
Ella aceptó el abrazo, aunque su cara de confusión lo dijo todo.
—¡He aprobado mates! —chillé, besándola por todas partes—. Te amo, te amo, te amo... ¡Eres la mejor profesora del mundo mundial!
—Nunca he dudado de ti, Mar.
Mis ojos se llenan de lágrimas y mis labios forman un mohín.
Eso significaba mucho para mi, muchísimo.
Que lo dijera así sin más me daba la vida.
—¿Estás orgullosa? —pregunté por lo bajito.
—Tienes que estarlo tú —me acarició el pelo despacio.
—Ya, si yo lo estoy, ¿pero tú? —insistí.
—Amor, yo he estado orgullosa de ti toda la vida —susurró, dejando un beso casto en mis labios.
Me había llamado amor.
Tenía el estómago lleno de mariposas y el corazón lleno de amor.
Cuanto amaba yo a esta chica, por Dios.
—Se ha acabado el curso —susurré, tragando saliva.
—Estabas deseándolo, no hagas ahora como si quisieras volver al primer trimestre —murmuró burlona.
—¡No, por favor! —exclamé, horrorizada.
Pero no quería dejar atrás todo este tiempo vivido aquí a su lado.
Lo critiqué todos los días, pero ahora empezaba a notarlo todo tan vacío... Quizá, solo quizá, iba a echar esto de menos.
Porque a ella la iba a tener incluso cuando no hubiera clases, esa era la diferencia, que siempre la había tenido y ahora tenía la oportunidad de tenerla siempre.