Capítulo 22

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Chiara Pimentel

Amaba dormir pero esa noche habían sido pocas las horas que tuve los ojos cerrados.

Había sido demasiada obvia con Mar, si la chica no notaba que me gustaba entonces tenía serios problemas de comprensión. Literalmente todo mi ser gritaba por ella, por un momento llegué a ponerme nerviosa en cuanto me miró a los ojos como si pudiera ver más allá de estos. ¿No decían por ahí que los ojos eran la ventana del alma o algo así? Pues los míos de seguro le contaban mis sentimientos hacia ella.

No tenía ni idea de cómo arreglar sus problemas, porque sabía que los tenía aunque quisiera aparentar lo contrario, ¡ni siquiera sabía arreglar los míos! Pero prometo quedarme hasta que lo descubramos juntas.

Era difícil conciliar el sueño teniendo su cuerpo pegado al mío, sentía su respiración en mi pecho y lejos de relajarme me ponía más eléctrica que nunca. Solo tenía que cerrar los ojos, pensar en algo que no fuera ella y dormirme porque al día siguiente habría clases y yo tenía un importante examen de biología.

En algún momento me quedé dormida, a saber a qué horas... Porque tuvieron que venir nuestros hermanos a despertarnos diciéndonos que se nos haría tarde para ir a clases.

—¡Venga! Que no podemos ser todos irresponsables en la familia, por Dios —se quejó mi hermano, pasándose una mano por sus despeinados rizos, se notaba que hacía tan solo minutos que había levantado la cabeza de la almohada.

—Relájate... —gruñí—. Todavía hay tiempo.

—No, no lo hay, así que no demoréis demasiado en vestiros —señaló antes de salir de la habitación.

Entonces caí en cuenta de que Marbella iba a tener que volver a dejarme ropa, pues no había traído yo nada para cambiarme. A ella no pareció molestarle, pues se levantó para estirarse, somnolienta y soltó un bostezo que bien podría haberse escuchado en la planta de abajo. Su ojo ya no estaba tan rojo, si se le notaban un poco las venas oculares pero no llamaba tanto la atención como anoche.

—Parece que el destino quiere que sigas usando mi ropa —murmuró con diversión.

—Tenemos estilos diferentes a la hora de vestir —señalé lo evidente.

Me brindó una sonrisa casi burlona antes de abrir las puertas de su armario y empezar a sacar ropa a lo loco. Decidió que debíamos vestirnos conjuntas, ¿y quien era yo para llevarle la contraria?

No me pasó desapercibida la mirada que le echó a mis tetas al ver que se apretaban contra la tela de aquel top que me había dejado. Claro, había una pequeña diferencia entre los suyos y los míos. Aunque preferí hacerme la loca antes que hacerme ilusiones.

Finalmente nos peinamos de mala manera y bajamos corriendo. Killian tenía razón, no nos daría tiempo.

—Un poco más lentas y no nacéis, ¿eh?

—Cállate y llévanos al insti —pidió Mar, echándose un mechón de su cabello detrás de su oreja. Aunque pronto hizo una mueca para volver a acomodarlo como estaba. Según ella, el pelo detrás de las orejas le quedaba mal, así que tenía que evitar ponerlo así.

Aunque no era cierto, a ella todo le quedaba bien, incluso el pelo detrás de las orejas.

Era guapa, no podía pedir más.

Sonreí inconsciente mientras entrábamos al coche, entonces caí en cuenta de que Mar llevaba su mochila colgada del hombro y yo la mía no.

Oh, oh.

—¡Mi mochila! —exclamé—. Ki, no puedo ir a clases sin mochila. No tengo libros, ni libretas, ¡ni siquiera el estuche! Quería muy ridícula si me presento con las manos vacías en el aula.

Él soltó un suspiro, aburrido, y después me miró por el espejo retrovisor.

—Chiara, tu mochila está en la maleta del coche. Yo ya sabía que nos quedaríamos aquí la pasada noche, así que me encargué de ello. No puedo creer que pienses que soy un hermano tan irresponsable como para no recordar la educación de mi hermana —me guiñó un ojo antes de volver la mirada a la carretera.

Suspiré aliviada.

Bien, al menos no quedaría como una ridícula.

—Gracias —murmuré con sinceridad.

—¿Gracias? No, nada de eso, soy el mejor hermano del mundo, admítelo.

—No voy a admitir tal cosa —fue mi turno de resoplar, o de volver a hacerlo.

—¿Estás escuchando eso, Mar? —inquirió a la rubia—. Yo de ti la castigaba sin besos.

Las mejillas de Marbella se volvieron rojas casi al instante. Si ella se ponía así entonces no quería imaginarme cómo estarían las mías...

—Killian...

—No, tiene razón —asintió ella, mirándome con las cejas alzadas—. Te vas a quedar sin besos al menos durante el día de hoy.

—¡Así me gusta, cuñadita! —exclamó él, más feliz que una perdiz.

Bueno, en teoría, no sabía si las perdices eran o no felices. Tampoco es que les fuera a preguntar ni que me interesara saberlo.

Nos despedimos rápidamente de Killian al llegar al insti y yo me encargué de coger mi mochila antes de olvidarme de que tenía que llevarla. Apenas había personas fuera, los pocos que quedaban eran los típicos que se estaban fumando el primer cigarrillo del día.

—¿Qué tienes a primera?

—Historia —respondió con un suspiro pesado, ambas nos miramos durante unos segundos, entonces abrió los ojos sorprendida—. ¡Historia!

Si, historia.

La materia que impartía la directora.

Más le valía darse prisa si no quería llegar tarde a esa clase y que la señora, que siempre que te la cruzabas por los pasillos estaba seria, le cogiera manía a pocos meses de terminar el insti.

Hizo un ademán de echar a correr, pero antes tomó mi rostro con sus manos y plantó un beso en mis labios.

Eso no me lo esperaba.

—Me gusta incumplir la normas, sobre todo si me las impone Killian —sonrió divertida—. Suerte en tu examen, te saldrá genial.

Me guiñó un ojo y, ahora si, corrió a su aula. Yo me quedé mirándola irse con una sonrisa embobada en los labios.

Marbella había vuelto a besarme como si nada.

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