Marbella VélezSus pupilas estaban dilatadas y no sabía si culpar a la noche o a mi misma.
Había leído en varias ocasiones eso en los libros, cuando a un personaje se le dilataban las pupilas era por deseo o porque había oscuridad, supongo que esto último era para ver mejor, no es como si yo fuera una experta en el tema y tampoco quería meter la pata en temas que no sabía. Sin embargo, en su caso me costaba descifrar el verdadero motivo. Sus ojos estaban oscuros y me gustaban así, bueno, me gustaban siempre, pero me atrevía a decir que esa era mi versión favorita.
Intenté mirarla como en los labios, analizándola con mis propios ojos.
¿La diferencia?
Que esto no era un libro y si lo fuera yo no sería su protagonista, solo la amiga graciosa y encantadora que tienen todas las protagonistas, seguro que así nos veían todos.
La chica lista y la chica maja.
Si siguiéramos el cliché ella tendría que terminar con un deportista guapetón, de esos que no se habían fijado en ella hasta ahora que quedaban pocos meses para finalizar el curso, así viviría su amor de instituto y lo intensificaría en el verano. Luego cortarían, porque él le pondría los cuernos como todo deportista hijo de puta y yo estaría ahí para secarle las lágrimas como buena amiga que soy.
¡O peor! Que al deportista terminé gustándole yo y ella se enfade conmigo por un malentendido y no volvamos a hablarnos jamás.
Mierda, Marbella, tienes que dejar de leer Wattpad.
Tan ensimismada estaba en mis pensamientos que cuando volví la mirada a ella, esta vez sin ninguna distracción de por medio, ya tenía mi pijama puesto.
¡Joder! ¿Se había quitado la ropa frente a mis ojos y fui tan estúpida como para no apreciar ese increíble momento?
Soy tonta. Definitivamente no existe ninguna persona en el planeta Tierra mas imbécil que yo. Que baje Dios abajo y me abofetee, por favor y gracias.
—¿Pasa algo, Vélez? —inquirió, alzando una de sus perfectas cejas.
Si, que cada vez que me llamas por mi apellido haces que me tiemblen las piernas.
Y no solo las piernas.
Que el corazón me late a mil por hora.
Y no solo el corazón.
Que mi respiración se detiene y después se vuelve irregular.
Y no solo...
—¡Basta! —mierda, lo había dicho en voz alta, ahora iba a pensar que estaba completamente loca y dejaría de hablarme por mis problemas mentales. No la juzgaría, definitivamente yo también le alejaría de alguien como yo—. Lo siento, es que...
—Ya —me interrumpió, con aquella sonrisa burlona en los labios—. No iba para mi, no eres la única que tiene debates internos.
Oh, entonces compartíamos la misma neurona. Debíamos de ser almas gemelas.
—Pero si la única que responde en voz alta —murmuré, intentando llevarlo con humor.
—No estaría yo también segura, pero si eso te hace sentir especial dejaré que sigas pensando de esa manera —me guiñó un ojo antes de acomodarse en mi cama.
Estaba en mi casa, con mi pijama y tumbada en mi cama.
¿Que más podía pedirle yo a la vida si con eso yo parecía más feliz que las princesas con su príncipe azul?
Ahora que lo pienso, ¿por qué todas las princesas tienen que tener a un príncipe? Maldición, ¿por qué Disney inculcó tanta heterosexualidad? ¿Que tenía de malo que una princesa tuviera a otra princesa? ¡O que no tuviera a nadie! Joder, que la gente podía valerse por sí misma sin necesidad de otra persona para literalmente sobrevivir.
En fin, creo que desde este día odiaré Disney.
Me acerqué a pasos lentos y me dejé caer a su lado, me pegué a su cuerpo casi con timidez y me sentí en el cielo cuando sus brazos me rodearon. Si, eso debía de ser lo que tanto denominaban gloria.
—¿Podemos dormir así? —pregunté, aunque no sabía si quería dormir. De hecho dudaba incluso de que pudiera hacerlo si la tenía tan pegada a mi.
—Si tú estás cómoda así, por mi no habría ningún problema.
Créeme que por mi tampoco, cómoda estaba y el único problema sería no dormir.
Me acomodé, con mi cabeza en su pecho, escuchando el suave latir de su corazón. Su mano acarició mi cabello de manera lenta y pausada, tomándose su tiempo en hacer una caricia bonita e inolvidable. Algo que solo a Chiara se le ocurriría hacer.
Me removí ligeramente y sonreí como una atontada.
—Si, definitivamente tus tetas son muy cómodas —solté, sin ser consciente de mis palabras hasta que me escuché a mí misma.
No. Había. Dicho. Eso.
Tierra trágame y no me escupas nunca más.
Una carcajada se escapó de su garganta al escucharme y su pecho vibró al reír. Era un momento vergonzoso pero tenía que admitir que me gustaba su risa y sentirla, no solo escucharla, era de las cosas más bonitas de mi vida.
—Yo no quise decir eso exactamente...
—¿Ah no? —provocó.
¿Cómo se atrevía a hacer eso en un momento tan serio para mi?
Chiara, púdrete.
—¡Bueno si! Me encantan tus tetas, ya deberías de saberlo, te tengo envidia —froté mi cabeza contra estas. Eso, Mar, aprovecha la situación—. Envidia sana, eh, porque yo no tengo y bueno.. Tus tetas son superiores.
—Mis tetas son superiores —repitió, casi burlándose, pero al alzar la mirada pude percibir el sonrojo en las mejillas.
Al menos no había sido la única en ponerse roja con la situación.
Bueno, ¿cómo no va a ponerse roja? ¡Estoy halagando sus tetas mientras se las toco! Eso muy de amiga tampoco era, ¿no?
Bueno, amigas modernas éramos.
—Deberíamos de dormir antes de que quieras halagar otra parte de mi cuerpo —propuso, pero me pareció buena idea, ¿cómo no?
—Me pasaría la noche entera halagándote a ti y a tu cuerpo, que no te quepa duda, Pimentel —le hice saber, estirando mi cuello para dejar un beso en el suyo. Se estremeció con la acción y yo también, aunque yo supe disimular esta vez.
Sonreí satisfecha y para darle el gusto cerré los ojos, me apetecía soñar con ella toda la noche y toda la vida a poder ser.