Marbella VélezHay mucho ruido en mi cabeza. Mis pulmones bailan y bailan hasta que se cansan y necesitan más aire, dejándome jadeante ante ese mar de emociones que se me venía encima. Colapso.
Otros lo llaman ansiedad.
Me duele el pecho, siento que no estoy bien. Sé que no estoy bien. Quiero pedir ayuda a gritos, pero siento que puedo sanar sola. Sé que no puedo hacerlo.
Vuelve mi peor enemigo: mi mente. Lloro en silencio mientras me abrazo las rodillas y busco una solución a toda la mierda que me envuelve. Nadie dijo que sería fácil, con diecisiete años no estás lista para enfrentarte a esos comentarios sin sentido de tus compañeros, ni mucho menos a las críticas de la sociedad (que vendrán, siempre vienen y ya están tardando). No, con diecisiete años estás confusa, no te entiendes ni a ti misma. Con diecisiete años quieres hacerlo todo y sientes que no das para más.
Pero ojo, los diecisiete años no vuelven (y menos mal).
Saqué mi teléfono de la mochila y con dedos temblorosos marqué el número de mi padre, uno de los pocos que me sabía de memoria. Él no tardó nada en responder.
—Papá... —sollocé—. Por favor, necesito que vengas a buscarme.
—Mar, corazón, escúchame... —colgué.
Sabía que tenía mucho que decirme pero no iba a enfrentarme a ello a través de un teléfono. Papá solo quería calmarme, solo quería que dejara de llorar. Es por eso que no se tardaría demasiado en acudir a mi rescate, da igual si tenía mucho camino desde su empresa hasta el insti, no se tardaría.
Limpié mis lágrimas de mala manera antes de salir del baño con la mochila colgada en mi hombro, todos los estudiantes se encontraban ya en clases así que no me encontraría a ninguno por los pasillos. Era desesperante escuchar mis pasos aun tratando de hacer el mínimo ruido posible.
Sin embargo, me quedo paralizada en la salida cuando veo a Chiara sentada en las escaleras, con los codos apoyados en las rodillas y la mirada perdida en algún punto del suelo.
Chiara, la chica más correcta del mundo, se estaba saltando las clases.
—¿Qué haces aquí?
—Esperar por ti —susurró sin siquiera voltearse—. Necesitabas tu espacio así que estoy respetando tu decisión.
Sus palabras me hacen apretar los labios. Estaba ahí por mi. Se estaba saltando las clases porque le importaba saber cómo estaba. Mi corazón hizo una extrañaba danza en mi pecho, ahora entiendo porque el amor se dibuja con corazones, porque las emociones las sientes en este de una manera muy profunda.
—Deberías de ir a clases, no desperdicies horas por mi.
Levanta la mirada con el ceño fruncido, molesta por mis palabras.
—Mi tiempo jamás será desperdiciado cuando se trata de ti, grábatelo.
—Chiara...
—No tienes nada que decir, Mar —negó con la cabeza—. Me pongo en tu lugar, de veras que si.
Se levantó con pesar y se acercó para tomar mi rostro con una de sus manos.
—No puedo prometerte que vaya a ser fácil, ni tampoco perfecto, solo puedo prometerte algo real, algo nuestro —susurró, mirándome a los ojos para confirmar la sinceridad de sus palabras—. Como un atardecer en la playa.
Y es que claro, vuelvo a repetir que entre mis cosas favoritas están el mar, los atardeceres y ella.
—No necesito que sea perfecto —le hice saber—, solo que sea contigo.
Ella sonríe y acorta la distancia entre nuestros labios para besarme de manera casta. No necesitaba nada más, solo a ella, sus besos, sus ojos calmando la tempestad de los míos.
El teléfono me vibra en el bolsillo y no necesito ver de que se trata, sé que es mi padre avisándome que estaba ahí.
—No voy a ir a clases, llamé a mi padre para que viniera a buscarme y ya está ahí, creo que tenías razón, estaba evitando tener esa conversación con ellos y cuando más la atraso, más me afecta. Tengo que hacerle frente a mis problemas de una vez.
—Eso es algo muy valiente, haces lo correcto —volvió a dejar un pequeño beso en mis labios y se separó—. Tendré el teléfono con sonido, escríbeme cuando lo necesites, ¿vale?
—Vale.
—Nos vemos, Mar —me guiñó un ojo y pasó por mi lado dispuesta a entrar.
Yo me quedé mirándola, con las palmas de las manos sudando.
—¡Espera, Chi! —la detuve en último momento, antes de que desapareciera de mi campo de visión.
Ella se giró, confusa.
—¿Qué pasa?
—Te quiero.
Las comisuras de sus labios se levantaron y me regaló una de sus tan bonitas sonrisas.
—Yo a ti te amo.
Abrí la boca, pero ella continuó su camino como si nada. Ahora yo también sonreía, después de sus palabras me sentía casi renovada.
Caminé fuera del insti, divisé pronto el coche de mi padre allí aparcado y no tardé en acercarme para entrar. Él me miró antes de inclinarse en el asiento y abrazarme.
—Gracias —susurré—, lo necesitaba.
—No tienes que agradecerme, eres mi hija —me acarició el cabello—. Se me partió el alma con esa llamada.
—Lo siento, no le digas nada a mamá —pedí en voz baja, lo que menos quería era preocuparla.
—Tenemos que hablar, será cuando tú quieras y te sientas segura, pero en algún momento será.
—Quiero ir al psicólogo —admití, casi avergonzada—. Creo hay algo malo en mi y me vendría bien.
—Hey... —me levanta la mirada para que lo mire, no veía decepción en su rostro—. No hay nada malo en ti, te lo puedo asegurar sin haber estudiado psicología. Pero si hablarlo con un profesional te ayuda entonces no lo debatiré.
Papá era todo lo que estaba bien en el mundo, de eso no tenía duda. Ojalá todos pudieran tener un padre así, supongo que yo solo tuve suerte.
—Suspendí matemáticas, me gusta Chiara y la sociedad es una mierda —le hice saber.
—Lo sé —asintió ligeramente con la cabeza.
¿Cómo?
—¿Lo sabes?
—Mi vida, me preocupo por tu educación, no se me pasaría por alto algo así. Y bueno... En cuanto a Chiara, digamos que muy disimulada no eres.
No me lo puedo creer.
—Papá... ¡No me dijiste nada! Estaba preocupada por esto todo el tiempo y tú... ¡Tú ya lo sabías!
—Relájate, fiera —me dio un golpecito en la frente que me hizo cerrar los ojos—. Una nota no te define. ¿Querías que te gritara por suspender? No es el fin del mundo. Sé que puedes aprobar esa materia si te lo propones y sino, no pasa nada.
De nuevo me entran ganas de llorar.
Si, definitivamente mi padre era el mejor.