Chiara PimentelYa está. Ya se lo había dicho. Ya le había confesado mis sentimientos de una extraña manera.
Debió de ser más romántico y no un "creo que me gustas" cuando era más que obvio que me gustaba, me encantaba y que estaba enamorada de ella. Ya tenía claro que no era una confusión... Y que si lo era quería vivir confundida toda la vida.
—Estás muy pensativa —susurró, mirándome directamente a los ojos.
Es que no puedo parar de pensar en ti, en tus labios sobre los míos y en todo lo que me gustaría decirte que probablemente te haría correr lejos de aquí.
—Deberíamos de salir, de lo contrario si que terminaremos con hipotermia, pulmonía o algo por el estilo —solté, rompiendo la burbuja romántica.
Bravo, Chiara, tú si que sabes.
—Tú siempre tan considerada —se burló en mi cara mientras me salpicaba, cerré los ojos para que no me entrase agua en ellos pero me reí, Marbella tenía esa magia de hacerme reír con pocas acciones, esa solo era una de las pequeñas demostraciones.
Nadó hacia la orilla y yo la seguí de cerca, estábamos mojadas y no teníamos nada para secarnos. Nos iban a matar si llegábamos así a casa, sin duda, así que teníamos que buscar la manera de que la ropa secase.
—Deberíamos de quedarnos a ver el atardecer —propuso Mar, mientras sacudía su cabello—. Creo que es mi parte favorita del día.
—Cuando empieces a hacerle fotos al cielo cada dos minutos para después subirlas todas a Instagram como si no hubieras visto un atardecer en tu vida, me voy.
—¡Yo no hago eso! —exclamó, con las mejillas enrojecidas, suficiente para darme la razón.
Claro que hacía eso.
Y yo siempre se las respondía diciéndole que las puestas de sol eran preciosas, aguantándome las ganas de decirle que ella era todavía más hermosa que eso.
Las destacadas de Marbella estaban llenas de fotos bonitas del cielo, del mar y de frases cursis que se encontraba en los libros que leía. Frases que marcaba con diferentes colores para no perderse ninguna.
Cuando quería era organizada... Pero pocas veces quería.
—¿Entonces nos quedamos...?
—Nos quedamos —aseguré, dejándome caer en la arena, sabiendo que después tendría que sacudirme porque se me pegarían en el cuerpo.
Marbella sonrió de oreja a oreja e imitó mi acción, abrazándome mientras fijaba sus ojos en el cielo. No tardó en cubrirse de tonos anaranjados por el sol que empezaba a esconderse, ella me miró en busca de alguna reacción por mi parte, pero a mi me importaba bastante poco el cielo cuando la tenía a ella conmigo.
—Mar, si tanto te gusta el atardecer no sé qué haces mirándome —reclamé, mirándola con los ojos achinados.
—Me gustas más que el atardecer.
Suficiente para que todas las emociones explotasen en mi interior. Mi mano se posó en su nuca y la guié hasta mi boca para poder besarla una vez más. Había pasado diecisiete años de mi vida sin besar a nadie y ahora parecía casi una necesidad estar prendida de su boca todo el tiempo.
Le gusto más que el atardecer... Y eso que el atardecer de encanta, su galería era la prueba de ello. ¿Tendría también fotos mías en su teléfono? No me refiero a las que nos hacemos juntas, sino a otras, ¿las tendrá? ¿Será de esas personas que le gusta fotografiar a otras cuando están distraídas?
Me quedaría con la duda por ahora, quizá en algún otro momento me atreviera a preguntárselo porque ni de broma tomaría su teléfono sin su permiso, no quería que pensara que era una persona controladora o algo por el estilo.
—Bésame hasta que oscurezca —pidió sobre mis labios, incitándome a no detenerme.
Hasta que oscurezca.
Eso puede durar bastantes minutos que yo no pienso desaprovechar.
No sé de donde salió la valentía, pero mi cuerpo empujó ligeramente el suyo para dejarla acostada en la arena. Sus ojos sostienen los míos, quizá a la espera de una respuesta o desafiándome por una, no sé, había veces que no sabía interpretar sus miradas. Su boca se funde con la mía, sujeto su delgada cintura, presionando mi cuerpo contra el de ella, y un gemido se escapa de mi garganta mientras pruebo el calor en su aliento. Embriagada.
—Por favor... —suplica, sus labios se deslizan hasta rozarme la mejilla.
¿Por favor que?
Estoy perdida entre su olor, su tacto y todas las sensaciones nuevas que mi cuerpo está experimentando.
No sé qué hacer.
Solo sé que tengo que dejarme llevar.
Una de mis manos se desliza hasta su garganta y siento su pulso bajo mis dedos, al parecer no era la única a punto de sufrir una taquicardia.
Estoy consumida. Así es como se siente lo correcto. Antes siempre se sentía mal aunque solo fuera el simple pensamiento de besar a alguien, de tocarlo (o que me tocaran). Me hacía sentir insegura, pequeña y rara, porque la mayoría de los adolescentes fantaseaban y yo me sentía mal con ello. Nunca tuve ese agradable ardor en el vientre... Pero ahora lo estaba teniendo mientras escuchaba como Mar respiraba agitada.
Sus manos se deslizan entonces por mi cuerpo y mis pestañas aletean ante su toque, disfrutando de cada mísero roce. Disfrutando como está explorando... Porque todo es nuevo también para ella.
—Quiero esto, Chi —me hizo saber—. Te quiero a ti.
Me quiere a mi y debe de ser mucho como para querer entregarme su cuerpo por primera vez, sabiendo que no tenía ni la más mínima idea en cuanto a lo sexual.
—Yo también, Vélez —susurré, dejándole un beso húmedo en el cuello—. Pero no lo quiero en una playa donde cualquiera podría vernos.
Esas palabras son suficientes para devolvernos a las dos a la realidad. Seguíamos estando en la playa, si continuábamos con aquello sería algo completamente insensato... Y si lo deteníamos quizá no volveríamos a tener la oportunidad de repetirlo.
—Ni siquiera ha oscurecido —soltó una risa, mirándome avergonzada—. Tienes razón, no podemos hacerlo, yo tampoco quiero que alguien te vea desnuda... Es algo que me gustaría contemplar yo solita.
Sus palabras logran hacerme enrojecer, solo Marbella era capaz de conseguir algo así.
Me levanté y le extendí mi mano para ayudarla a hacer lo mismo.
La vida estaba llena de experiencias y las nuestras no hacían más que comenzar.