Capítulo 6

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Chiara Pimentel

Las calles estaban abarrotadas de gente. ¡Ni que fueran las rebajas del Corte Inglés! Y nosotras como éramos un par de adolescentes no teníamos coche para desplazarnos por la ciudad. Si, teníamos a dos hermanos muy majos que nos podían llevar si se lo pedíamos, pero así perdería la gracia.

—¡Qué calor! —exclamó la rubia teñida, abanicándose el rostro con las manos.

—Mar, tía, hace literalmente cinco minutos te estabas quejando del viento.

Porque si, no habíamos caminado ni bien cien metros y ya iba maldiciendo el viento porque la despeinaba mucho.

No la entendía. Ella siempre se veía guapa. Llevara el pelo atado, suelto, semirecogido o sin peinar. No podía decir lo mismo, mi pelo era un verdadero desastre, no era liso como el de mamá ni rizado como el de papá, simplemente era ondulado... O no sé, era un misterio aparte que no tenía ánimos de resolver en esos momentos.

—¡Puede hacer viento y al mismo tiempo calor! —volvió a quejarse, esta vez poniendo morritos, porque sabía de sobra que eso conmigo le funcionaba para ganar nuestras supuestas discusiones.

Lo que ella no sabía es que la dejaba ganar solo porque me causaba ternura la satisfacción en su rostro. Sus ojitos le brillaban y la sonrisa se le ensanchaba. Simplemente era preciosa.

—No he dicho lo contrario, solo digo que no puedes quejarte por todo.

—Por supuesto que puedo... Es más, lo estoy haciendo.

—Me estoy dando cuenta —respondí con cierta burla que la hizo reír.

Mar también tenía sus complicaciones, pero no era momento ahora de nombrarlas. Tenía toda la vida para hacer referencia a sus manías, a sus miedos, a sus problemas...

Porque dudaba de que alguien en el mundo se tuviese tanta confianza como nosotras dos. Muchos solo nos veían como mejores amigas de toda la vida, pero en el fondo yo sentía que ese lazo iba más allá de una simple amistad.

¿Habéis oído hablar alguna vez del hilo rojo invisible?

"Un hilo rojo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar tiempo, lugar o circunstancias. El hilo se puede estirar o contraer, pero nunca romper".

¿Pero qué pasa si a ese alguien ya lo has encontrado?

Según el poeta los labios más urgentes no tienen prisa dos besos después: hay que esperar nuestro momento, no correr a buscar nuestro destino, tiene que ser el hilo rojo el que nos lleve allí en "el tiempo, lugar y circunstancia" adecuadas.

El hilo va contigo desde tu nacimiento y te acompaña a lo largo de tu vida, como lleva haciendo Marbella conmigo. Hay una conexión mágica y un vínculo especial, diferente al resto. No sé si se trata de un amor romántico, de si realmente ella es el amor de mi vida y yo de la suya. Lo que sí sé es que se trata de mi alma gemela, esa que quiero que esté en cada paso que dé. Era mi compañera.

Y allí, con su mano entrelazada a la mía, supe reconocerlo.

—Es aquí —le hice saber nada más llegar al piso de nuestros hermanos.

No tuvimos que hacer uso de llave ni tampoco llamar, pues una señora que salía a sacar el perro nos dejó la puerta abierta al reconocernos, le agradecimos de inmediato para después entrar en el dichoso piso. No estaba acostumbrada a ir en ascensor, pues como mi hermano tiene pánico a los espacios cerrados supuse desde pequeña que eran algo malo. Los usaba más bien poco, solo en caso de urgencia o por presión social. Como en este caso, que Marbella me arrastró hasta allí solo porque no tenía ganas de subir las escaleras.

—No entiendo la necesidad de subir las escaleras cuando existen los ascensores.

—Las escaleras son geniales.

—No, los ascensores sí que son geniales —refutó.

Arrugué mi nariz cuando las puertas metálicas se cerraron, dejándolos allí solas, un tanto aisladas de la realidad. La rubia teñida presionó el número del piso en el que queríamos parar y después me miró con una sonrisa, yo opté por desviar la mirada al reflejo de nuestros cuerpos en una de las paredes de este.

No entendía a la gente que se hacía fotos en los ascensores. ¿Qué tenía eso de guay? Literalmente es algo tipo "Ey, mira, estoy en un ascensor". Genial, campeón, ¿quieres que te felicite?

Que rabia.

Ya sé que parezco una señora de ochenta años diciendo estas cosas, pero realmente me da cringe y no lo soporto.

—¿Qué tienes en contra de los ascensores? ¡Alegra esa cara! —las manos de Marbella se ponen en mis hombros para empujarme ligeramente, como queriendo que reaccionase a algo que no le encuentro sentido.

—Simplemente son... aburridos.

—Tú sí que eres aburrida —ríe, meneando su cabeza, moviendo a su tiempo su cabellera rubia—. Necesitas tener un buen recuerdos en los ascensores para después entrar y sonreír de solo pensar en ello.

—¿Qué te hace pensar que eso pasará?

—Te conozco lo suficiente como para saber que eso pasará —me asegura, con su característica sonrisa maliciosa.

Cuando ponía esa sonrisita solo podía significar algo que a mi me molestara, lo hacía ya con esa intención, bueno... Algo que ella creía que me molestaba, como cuando hacía bromas o comentarios fuera de contexto, o cuando se le ocurría una muy mala idea, de esas que no te esperas para nada.

Así era Marbella, espontánea.

Y aunque ella pensara lo contrario, a mi me fascinaba así.

—No puedes hablar antes de...

Tiempo.

Sus brazos terminan de empujarme, haciendo que mi espalda choque con la pared de atrás, y sus labios son rápidos en buscar los míos.

Madre mía.

Nos estábamos besando.

Bueno, ella me estaba besando, porque yo acababa de entrar en tal estado de shock que mi cuerpo no respondía a las órdenes de mi cerebro.

Sus labios eran finos y suaves, besaba con delicadeza, así como las protagonistas de las historias de romance. Sus manos me acariciaban entretanto los hombros, como si fuera ese algún tipo de distracción.

Cuando se separó no lo hizo del todo, apoyó su frente con la mía y me sonrió al tiempo que las puertas del ascensor se abrían.

—Un recuerdo —susurró con cierta burla.

Y entonces supe que para ella solo se había tratado de un momento de diversión.

Chiarbella Donde viven las historias. Descúbrelo ahora