Capítulo 35

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Marbella Vélez

No sé qué tenía en mente al pensar que era buena idea estudiar. Me dolía la cabeza, me estresaba y me ponía de mal humor. En definitiva... Odiaba matemáticas y odiaba el instituto, deseo con todas mis fuerzas que el tiempo se pase rápido y poder largarme de aquí cuanto antes.

En los libros siempre romantizan el instituto, estaba cansada de leer lo bonito que era ir y encontrarse por los pasillos con tu crush, lanzarse miradas en clase e incluso hacer debates solo para molestar al otro, cabe resaltar los triángulos amorosos, las peleas por la atención de la protagonista, todo el drama que en la vida real no pasa.

Porque la realidad es que el instituto no mola.

El instituto está lleno de adolescente con las hormonas revolucionadas y la cabeza llena de ideas que no sirven para nada. Adolescentes con malas intenciones, que dicen lo que sea para conseguir un par de risas al fondo. Adolescentes que solo quieren atención.

El instituto está lleno de profesores, que según muchos están ahí para ayudarte, pero la realidad es que están solo para cobrar su sueldo a fin de mes. Lo único que hacen es su trabajo, ni más ni menos. Bueno, algunos incluso hacen menos porque dar clases no es tampoco su punto fuerte. Profesores que parecen adolescentes, que buscan también humillarte frente a los compañeros solo para ganarse unas risitas de aprobación. Profesores que se creen superiores solo por tener una carrera. Profesores que te bajan el autoestima cuando deberían de hacer lo contrario.

El instituto trae consigo estrés, agobio y ansiedad. Afecta más a la salud mental de lo que la gente cree y nadie, absolutamente nadie, quiere hablar del tema porque está normalizado. Justifican a los adolescentes con cosas tan estúpidas como "son niños, están en la edad, ya sabe cómo son", y a los profesores con otras del estilo de "si hacen eso por algo será, están haciendo su trabajo".

Menos cuento y más realidad, por favor.

—Mar, ¿está siendo muy difícil? —la voz de Chiara me hace volver a la realidad, me miraba con la cabeza ladeada a la espera de una respuesta por mi parte.

—Está siendo imposible —murmuré, dejando el bolígrafo sobre la libreta.

Para mi desgracia ese día había tenido matemáticas y mi querido profesor me recordó varias veces en una maldita hora que no iba a aprobar. Tenía muy claro que tras hacer el examen iba a denunciarlo, sólo quería dejarle claro que podía aprobar sin su ayuda, o lo que fuera que quisiera ofrecerme.

Chiara se acercó y tomó el bolígrafo con su mano para hacer el ejercicio paso a paso, explicando cada pequeña operación que hacía. Me gustaba la delicadeza que tenía al escribir y la manera de mirarme después de cada pequeña cosa para comprobar que estaba entendiendo.

—Aplica la regla de la a —besó mi sien—. Atender, aprender y aprobar.

—Lo dice la que tiene una media de nueve con ocho —me mofé.

—La tuya sería la misma de no ser por matemáticas, así que no le des el privilegio —me tendió el bolígrafo, hice un puchero antes de tomarlo de mala gana—. Es tu turno, no me pongas mala cara.

—¿Si lo hago bien que obtengo a cambio?

—Un besito —murmuró divertida.

Puta, que ofertón.

Así si que me ponía yo a hacer los deberes, si. Chiara sabía motivarme, sin duda.

—La pregunta debería de ser otra —apoyó sus codos sobre la mesa y descansó su cabeza en sus manos—. ¿Que gano yo a cambio de estas clases, eh?

Oh, eso ya lo tenía yo pensado desde hacía tiempo.

—Si apruebo te pediré que seas mi novia el día de la graduación frente a todo el mundo.

La cara de Chiara es un poema, pasa de ponerse pálida a sonrojarse en apenas segundos. Suelto un chillido por la emoción y le aprieto las mejillas.

—¡Que tierna! —exclamé, inclinándome para llenarle el rostro de besos.

Eso solo hizo que enrojeciera más y a mi me causara más ternura. Por favor, quería comerla a besos.

—¡Oh, basta!

—¿No te ha gustado la idea, Pimentel? —alcé mis cejas, divertida.

—¿A ti que te parece? —sacudió ligeramente su cabeza—. Tiene que gustarte a ti.

—Bueno, si, pero a ti también —murmuré con obviedad—. Imagínate que me dices que no, quedaría en ridículo y me romperías el corazón.

—Yo jamás te rompería el corazón —señaló.

—Promételo.

Sus labios se estiraron en una sonrisa a medias mientras tomaba mi mano, la miré confusa cuando entrelazó la suya con la mía y la dejo en su pecho, dejándome sentir el latido de su corazón. Pum-pum, pum-pum, pumpumpum, pum-pum-pum...

—Mi corazón late por el tuyo. Si el tuyo se rompe, yo me rompo con él —susurró, llena de sinceridad.

Mi corazón estaba a punto de sufrir una taquicardia por sus palabras.

El instituto no estaba tan mal. Al fin y al cabo, allí estaba Chiara, y donde estuviera ella yo era feliz. Incluso con una sociedad de mierda alrededor, porque ella tenía la magia de hacerlo todo más bonito. Era la calma para las olas del mar en medio de una tempestad, un atardecer bonito después de un día lluvioso, una noche de luna llena sin estrellas en el cielo. Era Chiara y muy pronto sería mi novia.

—Joder, te amo —suspiré, apoyando mi cabeza en su hombro, sin apartar mi mano de su pecho, sintiendo como mis latidos acompasaban los suyos.

Ti amo molto di più, presuntuosa —susurró, endulzándome los oídos un poquito más.

A mi alrededor flotaban corazón de color rosa con brillitos mientras sonaba una canción de esas románticas que ponen en la radio.

Todo era perfecto con ella.

Ella era perfecta para mi.

—Espera —levanté la cabeza y abrí la boca con indignación—. ¿Me acabas de llamar presumida en italiano?

—La traducción literal es engreída, la verdad es que no domino el italiano como mamá —admitió, soltando una risa—. Pero no se lo digas porque me manda a academia de italiano o algo por el estilo, es capaz.

Si, si que lo es, es Fiamma.

—Quizá debería, te ves muy sexy hablando italiano —ronroneé.

—Tú te ves muy sexy haciendo problemas de matemáticas —tocó la punta de mi nariz con su dedo índice al apartarse—. No te distraigas.

Es difícil teniéndote al lado...

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