Capítulo 37

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Marbella Vélez

Creía que me había ido bien, no dejé ningún ejercicio en blanco y no me dio syntax error ni una sola vez, al parecer no podía irme tan mal...

O eso pensaba hasta que escuché a mis demás compañeros comentar el examen y también los resultados que le habían puesto en cada uno. Mi mayor temor fue que ninguno de esos era igual al que le ponía yo.

Mierda.

—¿Pero estáis seguras de que el último problema daba 3? —cuestionó Clara, frotándose la sien—. No puede ser.

—Lo que no puede ser es que a ti te haya dado 14'5 —se mofó Carmen, apoyándose en su mesa.

—¿Y por qué no, eh? —intentó defenderse.

—Porque preguntaba cuántas personas habían suspendido, Clara —señaló, burlona—. No pueden ser catorce personas y media, ¿entiendes?

—Catorce suspensos y una que está en la cuerda floja, yo lo veo, cinco condicional.

Su justificación me dio risa, tranquilamente podría haberlo dicho yo y quedarme tan ancha. Inventar siempre era mejor que asumir errores.

—¿A ti que te ha dado, Mar? —preguntó en mi dirección.

—Siete —susurré casi con timidez.

—Catorce entre dos es siete, igual no vamos tan desencaminadas —aplaudió Clara.

Carmen se ahorró las palabras, aunque en el fondo tenía ganas de echarle en cara que el ejercicio le iba mal.

—Olvidémonos de matemáticas por un rato, me está dando dolor de cabeza. Lo mejor después de un examen es no pensar en él hasta que den la nota.

Decirlo era fácil, hacerlo no tanto.

¿Y si volvía a suspender?

Esta vez no solo me decepcionaría a mí misma, también la decepcionaría a ella. No quería decepcionarla, hacerlo supondría lágrimas, suspiros y un corazón roto. El mío, quizás. Porque tengo el defecto de que me duele más por los demás que por mí.

No podía suspender, simplemente no podía, me había esforzado muchísimo para que ahora todo se fuera a la mierda por un profesor que me odiaba y una materia que, definitivamente, no se me daba para nada bien.

Intenté no pensar en ello, porque de hacerlo me deprimiría y no quería que eso sucediera.

Para cuando tocó el timbre yo ya tenía mis cosas recogidas y estaba lista para irme. Pero en el pupitre de al lado todavía estaba el estuche de mi compañera, quien no estaba era ella.

—¿Lydia no ha vuelto del baño?

—Parece que no —murmuró uno de mis compañeros de clase, encogiéndose de hombros como si en realidad no le importara lo más mínimo.

Pero a mi me importaba. No es como si la conociera de mucho, habíamos cruzado palabra pocas veces, pero aún así me preocupaba. A día de hoy cualquiera cosa era un riesgo, nunca se sabía que podía pasar, y más si tenía en cuenta cómo eran algunos profesores. ¿Y si el de matemáticas le había hecho una propuesta similar a la mía? ¿O el de educación física de secundaria, que tenía ciertas actitudes que un profesor no debería de tener?

Salí casi corriendo de clase para ir a los baños de la planta alta, las luces estaban encendidas así que había alguien dentro.

—¿Lydia?

—Mierda —la escuché decir para después sorber su nariz.

¿Estaba llorando?

—Lydia, soy Marbella, ya ha tocado el timbre y se están yendo todos... No sé si vas en bus, pero si lo haces es probable que lo estés perdiendo —aclaré mi garganta—. ¡Pero no te preocupes! No te alteres, podríamos llevarte a casa o cualquier cosa que necesites...

La puerta se abrió y la morena salió con un puñado de pañuelos en la mano para tirar en la papelera.

—¿Quieres hablar? Igual no soy de mucha ayuda, pero si necesitas desahogarte estoy aquí —sonreí de lado, ella me miró casi escéptica, haciéndome sentir mal.

Yo sabía lo que era sentirse como la mierda y que vinieran con frases de mister wonderful solo jodía más. Pero quería ayuda, no sé de qué manera pero quería hacerlo.

Entonces, sin que me lo esperara, se acercó para abrazarme con fuerza. Claro, a veces solo necesitamos algo tan simple como un abrazo para sentirnos bien y olvidarnos de toda la mierda por un rato. Así que le devolví el gesto y le acaricié la espalda, como señal de que estaba ahí.

—¿Te sientes mejor? —pregunté, ella se separó unos centímetros solo para mirarme a los ojos.

—No... pero quizá ahora si —susurró antes de pegar su boca a la mía.

La puta madre.

Mis ojos se abrieron en sorpresa y por un momento me tensé, después la aparté con suavidad y llevé mi mano a mis labios para borrar el rastro de este.

—Lydia, no...

—¿Qué coño? —la pregunta vino de la puerta que yo misma había dejado abierta, en esta estaban Clara, Carmen y Chiara.

Chiara.

Puta mierda, dime que esto no está pasando porque me corto las venas aquí mismo.

Pero Chiara no me miraba a mi, sus ojos estaban puestos en Lydia, mirándola con desprecio por mi culpa.

—¡Eres una hija de puta! —ese grito fue de Clara, que no tardó en entrar y arremeter contra Lydia.

Chillé de la impresión.

—Clara, para, ¡le estás tirando de los pelos!

—¡Calva debería de quedarse esta desgraciada!

No entendía nada.

—¿Qué...?

—Lo había planeado, Mar —me hizo saber Carmen, caminando con total tranquilidad por el baño hasta llegar a la pared, se puso de puntillas y, levantando su brazo, cogió el teléfono móvil que descansaba apoyado en la ventana—. Su hermano Carlos está interesado en Chiara, así que sería fácil que ella te besara y le demostraran pruebas de infidelidad.

—Lo escuchamos en la salida cuando te esperábamos —murmuró Chiara—. No iba a creer ese vídeo de todos modos, sé que no te fijarías en ella y que no me harías daño de esta manera. Pero imagínate que lo publican o algo, sería escandaloso, no quiero que tengas que pasar por algo así. Estar en boca de todos es feo.

Sin darme tiempo a asimilar lo que estaba pasando, Carmen rompió el teléfono contra el lavamos.

—¿Eso quería hacer, eh? ¿Publicarlo con malas intenciones? —inquirió la misma para después lanzarlo al retrete y tirar de la cadena—. Vaya por Dios, se me ha caído.

—¿Y la desgraciada soy yo? —inquirió, ofendida, empujando a Clara lejos para ponerse a la defensiva—. Puedo denunciaros por maltrato.

—¡Pero si solo te he despeinado! —exclamó, cruzándose de brazos—. Que delicada es la gente de ahora.

—Chicas... Ella estaba llorando, quizá os equivocáis —murmuré, apenada por la situación.

—Va a teatro —señaló mi... mi nada, joder. Chiara, fue ella quien aportó el dato.

Ah, bueno, genial. Entonces soy una idiota por no desconfiar de todo esto, claro.

—Mar, no tienes la culpa —me susurró, extendiéndome la mano que no tardé en tomar. Nuestro dedos fueron rápidos en entrelazarse.

—Además, tienes amigas súper guays, deberíamos de empezar a cobrar por esto.

—Y yo debería de empezar a cobrar por mi teléfono —escupió Lydia.

—Tú cállate.

Nos lanzó una mirada de esas asesinas, pero asesinas de verdad, antes de irse y dejarnos a nosotras allí. Una vez a solas me explicaron con más detalles todo lo que no había entendido antes y me sentí patética. Yo confiaba siempre en la gente y a cambio recibía lo peor. Ahí estaba el claro ejemplo.

Al final, para celebrar que habíamos hecho ya el examen más difícil del curso, decidimos darnos un capricho e ir de compras esa misma tarde. Total, la tarjeta que pagaría no sería la nuestra sino la de nuestros padres.

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