ANGELO
La conversación con Sabrina me ha suavizado un poco el mal genio que me cargo, lo reconozco.
Creo que los dos lo necesitábamos. Soltarlo todo sin tapujos, en mi caso dejando de lado el maldito orgullo y en el suyo...sus barreras.
Es mi hermana y siempre la protegeré del mundo entero si hace falta.
Sin embargo, que esos dos malditos Messina hayan tenido el descaro de presentarse en mi mansión me enfurece hasta el punto de que la razón amenaza con volver a abandonarme.
¿Quién coño se creen que son para irrumpir así en mi propiedad? Especialmente después de que le advirtiera a ese bastardo de Leonardo que se mantuviera alejado de mi hermana.
Es verdad que estaba hablando en caliente y que entonces no sabía toda la historia, pero me importa una mierda. Estoy acostumbrado a que mi palabra sea ley y me hierve la sangre cuando eso no sucede.
Es por eso que no mido mis acciones cuando bajo hecho un demonio las escaleras para salir a su encuentro, pistola en ristre.
Ignoro los gritos desesperados de Sabrina intentando que me detenga. Esos dos han venido a buscarme a mi casa y por descontado que me van a encontrar.
Mis hermanos se quedan a la zaga, conteniéndola para que no tenga que presenciar lo más desagradable. Me conocen bien.
Me presento en la puerta de entrada con un par de zancadas contundentes y el dedo en el gatillo. Allí, me encuentro con que los malditos Messina se están encarando con Nino y Romano, dos de mis mejores soldados, con un Giustiozzi angustiado tratando sin éxito de apaciguar los ánimos.
Romano sostiene la correa de Bestia, mi precioso Rotweiller, y sonrió con malicia al ver que empieza a salirle espuma por la boca y sus ladridos infernales avecinan las ganas que tiene de hincarles el diente. Buen chico.
No sé dónde andarán Azabache y Blanco – los de mis hermanos – pero tanto da. Si esos dos han de morir, será por mi mano. Aunque quizá vendría bien para contribuir en algunas torturas que se me ocurren...
— No pienso repetirlo, tenéis tres segundos para largaros de esta propiedad privada o dejaré que el perro os haga trizas. Claro que también puedo ocuparme yo...— espeta Romano, cuadrando los hombros. Sé que no va de farol y aunque me satisface su lealtad y aprecio que tenga los cojones bien puestos, de esto me ocupo yo.
— Adelante, inténtalo si tan machito te crees. No te tenemos miedo — se le envalentona el tal Pietro y el aludido gruñe, enseñándole los dientes. Leonardo, en cambio, ya me ha visto y me clava una mirada llena de desafío.
— Romano, tranquilo...— intenta mediar Nino, el más cabal, poniéndole una mano en el hombro a su hermano.
Decido que ya he tenido suficiente e intervengo. Bestia se está poniendo frenético.
— No pensé que tuvierais tantas ganas de morir, Messina. ¿Qué coño se os ha perdido en mi casa? — suelto, impetuoso. Me estoy conteniendo, pero no sé por cuánto tiempo lograré dominar mis impulsos.
Basta una mirada para que mis hombres se retiren. Son muchos años a mi servicio y ya me conocen.
Giustiozzi parece turbado, pero tiene el sentido común de no hacer ningún comentario. Sabe que no lo tomaría nada bien en estos momentos.
Mientras que Pietro permanece en silencio dejando que sea su hermano quien resuelva sus asuntos pendientes conmigo, este parece que se quiere morir ya porque se sitúa a escasos centímetros de mi rostro y no se le mueve un pelo cuando me enfrenta.
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Peligrosa alianza (+21) #1 Camorra italiana
RomanceA sus veintitrés años, lo último que Bianca Messina tiene en mente es casarse. Siempre imaginó el día de su boda como el más feliz de su vida, un sueño hecho realidad. Sin embargo, la realidad no perdona y las circunstancias la obligarán a tomar u...