ANGELO
Cuando llego de regreso al hotel, todavía estoy que echo humo y solo quiero tumbarme en la cama para que se me calme el creciente dolor de cabeza que el encontronazo con Ciro me ha provocado.
Los problemas no hacen más que crecer desde que me casé con Bianca, maldita sea. Y hablando de ella, más vale que no haya causado ningún alboroto más en mi ausencia o tendré que castigarla más de lo que tengo previsto.
No puedo negar que me excita que me desafíe continuamente, pero tiene que empezar a entender que no puede desobedecerme sin sufrir las consecuencias.
—Giustiozzi —llamo, nada más bajar del coche, y él enseguida acude; solícito.
—Señor, ¿ha ido...todo bien? —inquiere, un tanto nervioso.
—Bien no sería precisamente la palabra que emplearía — espeto, con sequedad, antes de cambiar de tema. Lo último de lo que quiero hablar es de ese imbécil. —¿Bianca está en el cuarto?
Él asiente y entrecierro los ojos.
—¿Ha salido de allí? ¿Algún problema? — lo interrogo.
—No señor, no ha salido. Lo único es que...
—¿Qué? Habla — lo incito, incapaz de contener mi impaciencia.
—Bueno, la señorita llamó al servicio de habitaciones y también parece que eh...estuvo bebiendo una botella de licor en su habitación y accidentalmente se cortó —me explica y lo interrumpo echando chispas.
—¿Cómo dices? ¿Es grave?
—No, no, solo una herida superficial — se apresura a decir, seguramente temiendo por su integridad. Pero no lo culpo. Aun con toda la vigilancia a su disposición, esa niña altanera se las ingeniaría para provocarme dolores de cabeza —. He intentado curársela, pero se ha negado en redondo, asegurando que lo haría ella misma.
Asiento; en parte aliviado y en parte contrariado por su maldita necedad.
—Está bien, voy a subir a verla. Seguid vigilando los alrededores, porque no me fío un pelo de ese Giambardella. ¿Algo sospechoso?
Por muchas ganas que tenga de ver a mi esposa, primero tengo que cerciorarme de que Ciro no me ha jugado sucio. Al menos, de momento.
—Nada en absoluto, mi Don —me asegura.
—Bien —digo, abriéndome paso hacia el interior con ímpetu.
Nadie se interpone en mi camino.
Cuando llego a la habitación, me lo encuentro todo hecho un desastre.
Hay cristales rotos y licor derramado por toda la alfombra. Todo ello se mezcla con la sangre de Bianca, que está sentada con las piernas cruzadas sobre la cama mientras maldice entre dientes y trata de vendarse la mano herida.
Pero no lo está haciendo bien.
Ni siquiera levanta la vista al ver que me acerco hasta donde está, lo que solo me hace apretar más la mandíbula. El recuerdo de la pelea que tuvimos antes de que me marchara todavía sigue fresco en mi mente.
Soy un hombre rencoroso y parece que ella también.
—No hace falta que te quedes ahí parado y finjas preocupación, ya puedo apañármelas yo solita —espeta, desafiante.
Mis dientes rechinan y en un impulso me inclino sobre ella, sujetándola por el mentón hasta que la obligo a alzar la cabeza para mirarme.
—¿Eso es lo mejor que se te ocurre hacer cuando tu marido está fuera, cara? ¿Emborracharte y comportarte como una niña malcriada? —casi ladro, con fiereza.
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Peligrosa alianza (+21) #1 Camorra italiana
RomantikA sus veintitrés años, lo último que Bianca Messina tiene en mente es casarse. Siempre imaginó el día de su boda como el más feliz de su vida, un sueño hecho realidad. Sin embargo, la realidad no perdona y las circunstancias la obligarán a tomar u...