🐍CAPÍTULO 26🐍

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ANGELO
Me siento como si me acabara de pasar un tren por encima.
Apenas recuerdo cuándo fue la última vez que me dio fiebre, pero tampoco lo había echado de menos. Es una completa mierda.
Odio sentirme débil.
Tengo que salir de esta maldita cama y hacer algo, lo que sea. Porque tengo claro que esto no se va a quedar así.
No descansaré hasta que todos los responsables de haber intentado matarnos a mi mujer y a mí paguen por ello con creces.
Suelto un gruñido bajo al notar un pinchazo agudo en la parte baja de la espalda cuando trato de incorporarme y a duras penas reprimo la maldición que ya tenía en la punta de la lengua al darme cuenta de que no estoy solo.
Bianca duerme apaciblemente a mi lado y su aspecto nunca se había asemejado más al de un ángel.
Alargo la mano con la intención de acariciar su mejilla, pero me contengo en el último minuto. No quiero despertarla y menos después de que haya pasado toda la noche en vela cuidándome.
Tengo recuerdos vagos de ella poniéndome paños húmedos en la frente y susurrándome palabras tranquilizantes cuando me agitaba en medio de mis pesadillas.
No recuerdo cuándo fue la última vez que alguien me cuidó tanto. Probablemente mi madre cuando era un niño.
Había olvidado lo bien que se sentía...
Ella no tenía por qué haberlo hecho, no la habría culpado si me hubiera dejado solo, y aun así...se quedó conmigo.
Trago saliva y me obligo a no darle demasiadas vueltas. Puede que solo sea gratitud por haberme interpuesto entre una bala y ella -algo que volvería a hacer una y mil veces sin parpadear- pero ahora tengo demasiadas cosas en las que pensar.
La más urgente es cómo ha podido pasar esto y quién lo ha orquestado desde las sombras. Hay alguien que pretende acabar conmigo y me hierve la sangre que no haya tenido los arrestos suficientes como para tratar de hacerlo mirándome a los ojos.
Solo un cobarde sería capaz de encargar el asesinato de su enemigo.
Por lo tanto, ya puedo descartar a Ciro.
El tipo es un jodido lunático y no niego que no sea lo bastante retorcido como para prestarme ayuda solo con tal de que le dé un puesto en la maldita mesa de negociaciones para así entrar en el cotarro, pero sé que si el Giambardella me quisiera muerto lo habría hecho él mismo. Y no habría fallado.
Oportunidades tuvo de sobra cuando nos vimos a solas.
No, es otra persona.
Alguien más me está jodiendo y cuando averigüe quién es y le ponga las manos encima...deseará no haberse metido con un Salvatore, porque lo destruiré hasta que no queden de él ni las cenizas.
Hago un segundo intento por levantarme y el sudor me corre por la frente debido al esfuerzo. La herida está demasiado reciente y me arde.
Entonces una vocecita mandona resuena y sé que mis intentos por no despertarla han sido en vano.
—¡Angelo! ¿Qué estás haciendo? ¿Acaso estás loco? Vuelve a tumbarte, tienes que descansar —me regaña y reprimo una sonrisa al percatarme de su mirada asesina. Realmente está preocupada por mí, ¿eh?
—Créeme, si paso un minuto más en esta cama me volveré loco —exagero un poco para ablandarla y añado, no sin dificultad —: ¿Me ayudas?
Ella carraspea y se levanta, con las mejillas rojas.
—Claro.
Asiente y me pasa un brazo alrededor de los hombros para cargar con mi peso.
—Apóyate en mí, con cuidado —me guía. Obedezco, ignorando la erección que me provoca su cercanía. Bianca todavía no se ha dado cuenta, está demasiado concentrada en no hacerme daño. —Eso es, despacio.
—Tranquila, esto no es nada. Me han disparado tantas veces que ya estoy acostumbrado —aseguro, jocoso.
Pero lejos de aliviarla, mi comentario la hace entrecerrar los ojos con molestia.
—No tiene gracia, ¿sabes el susto que pasé? Creí que...que tú...—farfulla, notablemente nerviosa. Me encanta cuando se ruboriza.
Enarco las cejas, girando el cuello hasta que nuestros labios casi se rozan. Bianca tiene la boca entreabierta y se apoya en la pared, jadeante.
—¿Te asustaba la idea de que pudiera morir? —indago, acariciando su delicado rostro con la yema de los dedos. Se estremece ante el contacto.
—Claro que sí, ¿qué tipo de pregunta es esa? Si te hubiera pasado algo jamás me lo habría perdonado...no vuelvas a hacer una tontería como esa nunca más —me exige, autoritaria. Parece que la Bianca mandona está de vuelta y eso me encanta.
—Tomo nota, tesoro.
Deja escapar el aire contenido cuando susurro esas palabras en su oído y la piel de su nuca se pone de gallina. Me imagino besándola y mordisqueándola por todas partes y entonces, en el preciso instante en que nuestras miradas se encuentran, se percata de lo duro que estoy por ella.
La tengo arrinconada contra la pared. Ahora mismo ni siquiera me importa la maldita herida, por mí como si se me abren los puntos, porque pienso follármela ahora mismo como no me pare.
Mi mujer abre la boca en forma de o, traga en seco y sus mejillas adoptan un tono rojo escarlata. Los ojos le brillan más de lo normal y se inclina más cerca, como si quisiera besarme...
—Angelo...—musita, con un hilo de voz, mientras abre las piernas a modo de invitación. —No podemos...—razona, pero su cuerpo está pidiendo otra cosa muy distinta. Y yo sé cómo complacerla.
—Sí, mia regina, podemos. Así que a menos que no quieras que me hunda dentro de tu coño, dilo ahora.
Ella deja escapar un gemido de pura necesidad. Puedo sentir la dureza de sus pezones bajo ese diminuto camisón de seda que lleva puesto.
—Podrías haber quedado tetrapléjico, Angelo, ¿eres consciente de eso? No puedes forzarte así...
Cierro los ojos cuando apoya su frente contra la mía, con la respiración agitada y las lágrimas a punto de aflorar.
Es irónico. Nunca hasta hoy me había sentido tan conectado a ella y ha tenido que pasar esto para que sucediera. Esa chispa...esa complicidad sin barreras que por fin sale a la luz después de semanas intentando fingir que nos odiamos a muerte.
—Entonces hazlo tú —replico, dejándola atónita. Le estoy cediendo todo el control y eso, para un hombre como yo, no es nada fácil. Pero estoy decidido. —Fóllame, bellissima.
Esas palabras bastan para acabar con sus inhibiciones y se lanza hacia mi boca, hambrienta. La recibo con mi lengua, ansioso, y dejo que tome las riendas.
Me quita los pantalones con prisa y vuelve a mi boca. Le rodeo la cintura con los brazos y ella se engancha a mi cuello.
Cuando mi polla queda al descubierto se queda sin habla, está tan hinchada que es casi doloroso. No podré aguantar mucho más.
Con habilidad, le levanto la fina tela hacia arriba y me deleito con la visión de sus bragas de encaje negro. Mis favoritas.
Mi malvada esposa me tortura a propósito, mordiéndose el labio de forma provocativa y bajándoselas lentamente por las piernas.
Incapaz de quedarme quieto, avanzo hacia ella dispuesto a devorarla, pero me frena poniendo una mano en mi pecho con sorprendente ímpetu.
—Ah, ah...lo haremos a mi manera, despacio ¿recuerdas? —chasquea la lengua y me guiña un ojo.
Esa faceta dominante suya será la causa de mi muerte un día, lo sé.
—Bianca...—gruño cuando empieza a lamerme como si fuera un helado desde la V de mis caderas hasta mis pectorales marcados, ignorando por completo mi polla.
Cuando se lleva uno de mis pezones a la boca y lo mordisquea me deshago.
—Bianca —repito, esta vez con más urgencia.
Pero ella me pone un dedo en los labios para hacerme callar y cuando decide que por fin se ha divertido lo suficiente, se arrodilla delante de mi erección.
Parpadeo, atónito. ¿Seguro que no estoy soñando? Es demasiado bueno para ser verdad.
La mera idea de que mi mujer por fin esté a punto de hacerme una mamada es demasiado para mi cordura y realmente agradezco no correrme antes de tiempo.
Pero justo cuando sus labios rozan mi glande, alguien llama a la puerta.
—¿Angelo? ¿Bianca? ¿Estáis ya despiertos? —inquiere Sabrina y aunque adoro a mi hermanita Dios sabe que le daría una buena sacudida por ser tan inoportuna.
A punto de explotar de la rabia, contesto mientras Bianca se viste a toda prisa.
—¿Qué quieres, Sabrina?
El mal genio se me sale por los poros, así que debe de haberlo notado. Sin embargo, hace caso omiso. Demasiados años lidiando conmigo la han acostumbrado.
—Siento molestaros, pero es que tenéis visita —se excusa, azorada. Mi hermanita no tiene un pelo de tonta y habrá sumado dos más dos.
Bianca es la primera en recomponerse y tras retocarse el pelo y echarse agua fría del baño en la cara -ojalá fuera tan fácil para mí, tengo que quedarme de espaldas para que no se me note la erección descomunal que todavía tengo-, abre la puerta como si nada.
—Buenos días Sabrina, ¿de quién se trata? Es un poco temprano, ¿no? —comenta, expresando en voz alta mis pensamientos.
¿Quién demonios puede haber venido a esta hora?
Entonces una idea me viene a la cabeza y resoplo, coincidiendo con la explicación de mi hermana.
—Pues sí, pero se trata de...tus hermanos. Se han enterado de lo sucedido y quieren asegurarse de que estás bien —le dice y al ver que mi esposa se ha puesto pálida, se apresura a añadir —: que ambos estáis bien.
—Oh, Dios, deben de estar muertos de preocupación. Debería haberlos avisado yo, pero con todo lo que ha pasado no he tenido cabeza...—se lamenta, apenada, haciendo un puchero con esos labios que hasta hace nada han estado a punto de albergar mi polla.
Me reajusto el pantalón y avanzo hacia ellas, con los ojos fijos en una Sabrina que luce avergonzada.
—¿Cómo se han enterado?
—Angelo...—Bianca intenta mediar, pero estoy cansado de que se me oculten las cosas en mi propia casa.
—Yo he avisado a Leonardo. No puedo ocultarle algo así, lo siento —se justifica, mordiéndose el labio inferior con cierto nerviosismo. Teme mi reacción. Pero no estoy enfadado, ya no.
—Está bien, bajamos en un momento —repongo y si no me dolieran tanto las bolas la expresión de incredulidad con que ambas me miran me habría hecho sonreír.
Mi hermana me echa los brazos al cuello con ímpetu y me llena de besos, arrancándome una risa.
—Gracias por entenderlo, Angelo —exclama, más emocionada de lo que la he visto en mucho tiempo. La estrecho protectoramente contra mí. —Y no sabes cuánto me alegro de que estés bien, cuando Massimo y Fabrizio me contaron que te habían disparado casi me muero de preocupación...
Los ojos se le empañan y deposito un beso sobre su cabeza. Odio verla llorar.
—Lo sé, cariño, pero ya me ves...mala hierba nunca muere —suelto, porque es la verdad; pero también para hacerla reír. Funciona.
Sabrina no tarda en recomponerse y tras darle un abrazo de disculpa a mi mujer, sale de la habitación para dejar que nos cambiemos antes de recibir a los Messina.
—Me siento fatal por no haber sido yo quien los llamara, pensarán que he intentado ocultarles lo que ha pasado —expresa, inquieta, mientras trata de subirse en vano la cremallera del vestido floreado que ha elegido ponerse.
Me acerco a pasos renqueantes -con los dientes apretados por el esfuerzo que me cuesta andar- y la ayudo, retirándole a un lado la melena dorada.
Mis ojos viajan unos segundos por su cuello grácil y esbelto como el de un cisne, a duras penas conteniendo las ganas de besarlo y mordisquearlo. Pero no tenemos tiempo.
—Tranquila, estoy seguro de que lo entenderán. Solo querrán asegurarse de que estás bien.
No lo digo solo para hacerla sentir mejor, sino porque de verdad lo creo.
Vuelvo a acomodarle el pelo sobre la espalda y al quedar frente a frente, me sorprende la sonrisa cálida que me dedica en agradecimiento.
—Gracias —la veo moverse hasta el armario y sacar un bastón negro con una serpiente de oro incrustada en la punta. Mi ceño se frunce de inmediato al ver que me lo tiende y niego. —Angelo, por favor, el médico ha aconsejado que lo uses por lo menos esta primera semana de recuperación, te facilitará las cosas —intenta persuadirme, pero yo no estoy por la labor.
—Me hará parecer débil —gruño, con la mandíbula apretada.
—No, te hará parecer humano —rebate ella, acariciándome fugazmente la mejilla. Y por mucho que una parte de mí quiere ceder, la otra -esa que mi padre esculpió a su imagen y semejanza a base de palizas y castigos- simplemente no puede.
—He dicho que no —espeto, más borde de lo que había pretendido.
Los párpados de Bianca caen con tristeza y asiente.
—Bien, como quieras. Puedes...puedes apoyarte en mí. Si me coges del brazo no prestarán atención a nada más —indica, ecuánime.
Y eso hago.
Bajar las malditas escaleras se convierte en un suplicio y no hago más que blasfemar, enfurecido, hasta que el contacto de la piel suave de Bianca en torno a la mía me aplaca.
—Eso es, ya queda poco —me anima.
—Cazzo —suelto un exabrupto cuando me tropiezo y a punto estamos los dos de caer rodando escaleras abajo, pero Bianca consigue estabilizarnos en el último minuto.
Y de repente se echa a reír, con tantas ganas que estoy seguro de que deben de habernos oído desde el salón. La miro como si acabaran de salirle dos cabezas.
—Dios mío, si pudieras verte la cara en este momento...—se seca las lágrimas y respira hondo para serenarse.
—Me alegra divertirte —suelto, mordaz.
—Bueno, con estar amargado todo el tiempo no vas a sacar nada. Deberías sonreír más a menudo, estás más guapo —deja caer la pulla como si nada y se encamina hacia el salón, caminando despacio para acoplarse a mi ritmo.
Mis comisuras se deslizan hacia arriba de forma inconsciente.
Esta mujer me tiene envuelto en su dedo meñique y no tengo ni idea de cómo demonios ha pasado.
...
—¡Bianca!
La mayor de las hermanas Messina se levanta de un brinco nada más vernos y corre a abrazar a mi esposa, a quien dejo ir.
—¡Fiorella! —corresponde ella al gesto, con la misma efusividad.
Me dejo caer sobre el sofá, justo al lado de Fabrizio; que ha tenido el tino de sentarse entre Sabrina y Leonardo. Le dedico un asentimiento de aprobación.
Massimo, por su parte, está junto a un Pietro que no deja de repiquetear la pierna arriba y abajo, seguramente debido al nerviosismo.
Marcello se encuentra enfrente, mirando a su esposa -que sigue abrazada a la mía, las dos llorando- con pura adoración.
—¿Cómo estás? He pasado tanto miedo...te ves pálida, no quiero ni imaginarme lo horrible que fue todo —habla atropelladamente y la llena de besos, hasta que Leonardo interviene.
—Fiorella, Fiorella, deja algo para nosotros ¿quieres?
A pesar de su tono jocoso, salta a la vista que estaba preocupado. Tengo que concederle eso.
—Tienes razón —admite ella, secándose las lágrimas y separándose de mi mujer a regañadientes.
—Sorella, tranquila, te digo que estoy bien. Ya ha pasado todo —asegura, intentando calmarla, y la morena asiente, volviendo junto a Marcello.
—Me alegra veros a los dos bien, Angelo —afirma, con ese aire sosegado que lo caracteriza.
—Gracias, Marcello. No ha sido nada, comparado con lo que podía haber pasado.
Leonardo se separa de los brazos de Bianca, que acude junto a un ansioso Pietro, para encararme.
—¿Cómo ha pasado esto, Angelo? Nos aseguraste que mi hermana estaría sana y salva contigo y mira...por poco pierde la vida —espeta, furioso.
Me trago el orgullo y la rabia que me da tener que darle la razón, porque es cierto.
—Leo, por favor... —media Bianca, consternada. Pero el mayor no está dispuesto a dejarlo correr y ciertamente Pietro tampoco.
—No, nuestro hermano está en lo cierto. Casi te perdemos, pequeña, ¿sabes lo mucho que eso nos habría destrozado? Exijo una explicación, porque si tu marido no puede garantizar tu seguridad...
—Te aseguro que puedo —lo corto, severo. No permitiré que ponga en tela de juicio mi capacidad para cuidar de mi esposa. —Mira, estamos todos nerviosos. Sentémonos y os explicaré lo que pasó con calma, ¿de acuerdo? —propongo y menos mal que se muestran conformes.
Mi paciencia no está para ser puesta a prueba.
Bianca y yo volvemos a contar la historia desde el principio y mis cuñados escuchan atentamente, con gestos que van desde el asombro a la indignación.
—No debiste llevar a mi hermana a ese lugar si sospechabas que algo raro estaba sucediendo —me reprocha Leonardo y aprieto los puños a mis costados.
¿Desde cuándo se cree con derecho a decirme lo que debo o no debo hacer?
—Escucha...sé que hablas desde el desconocimiento, pero te refrescaré la memoria al recordarte que no es para nada frecuente que alguien se atreva a atacar al puto Don de la Camorra y mucho menos ¡su maldita gente! —exploto, dando un puñetazo sobre la mesa que provoca que Bianca dé un respingo.
—Es cierto, si hubiera sido un ataque externo las tornas cambiarían...pero algo así yo no recuerdo que haya sucedido en los últimos cincuenta años —interviene Marcello, para calmar los ánimos.
La expresión crispada de Leonardo se suaviza, pero todavía no está del todo convencido.
—¿Sabes al menos quién lo orquestó todo?
Ojalá. De ese modo podría clavar su cabeza en una pica y usarla para decorar el jardín.
Rechino los dientes.
—Todavía no, lo estamos investigando...dado que todos los que podrían habernos proporcionado un nombre murieron en el ataque.
Es Fabrizio quien habla, empleando su habitual diplomacia.
—Hemos reforzado la seguridad en la mansión y en todas nuestras propiedades y te puedo asegurar que Bianca estará bien protegida. Si sale lo hará conmigo y con varios guardaespaldas que no le quitarán el ojo de encima y yo personalmente me encargaré de mantenerla a salvo —garantizo, retándolo con la mirada a cuestionarme.
No lo hace.
—Solo queremos asegurarnos de que Bianca está bien. Si volvieran a atentar contra ti y la hirieran... —Pietro deja la frase en el aire y mejor, porque la sola idea de imaginármelo me provoca náuseas.
—No volverá a ocurrir. Aprovecharon que estábamos fuera de nuestra casa para tomarnos por sorpresa y atacar, jamás se atreverían a hacerlo en nuestro territorio. Así que ni siquiera lo pienses —le advierto, más seco de lo que había pretendido.
La mano de Bianca se entrelaza con la mía y me relajo.
—Entiendo cómo os sentís, de verdad, yo también tuve mucho miedo...pero con Angelo estoy a salvo, él nunca permitirá que me pase nada. Se puso delante de mí para recibir esa bala sin dudar.
Oírla hablar así, con esa confianza inquebrantable me cala más hondo de lo que esperaba y trago saliva. Moriría antes de dejar que nadie se atreviera a dañarla.
¿Desde cuándo estoy tan jodido?
Ya no importa. Nunca la dejaré marchar.
—Está bien. —Fiorella es la primera en ceder al percatarse de la complicidad que compartimos. —Veo la forma en que miras a mi hermana, Angelo. De la misma manera en que Marcello me mira a mí. Sé que en ninguna parte estará más segura que contigo —asegura, con sabiduría en esos ojos verdes tan parecidos a los de Bianca.
Le dedico un asentimiento para darle las gracias por sus palabras y ella me sonríe.
Leonardo y Pietro se hacen de rogar antes de finalmente ceder.
—Bien, pero te mantendrás en contacto con nosotros para hacernos saber que todo está en orden. Al menos hasta que las aguas se calmen —le pone como condición el mayor y me clava una mirada desafiante, como si estuviera esperando a que me negara.
Permanezco en silencio.
—Claro, lo haré, te lo prometo —responde ella, aliviada.
Me mantengo al margen mientras se despiden. Tal vez por eso me sorprendo tanto cuando Fiorella se lanza a mis brazos.
—Gracias por haberle salvado la vida a mi hermana —murmura, con la cabeza enterrada en mi cuello.
Le doy un par de palmaditas en la espalda, sin saber qué hacer.
—No tienes que agradecérmelo. Volvería a hacerlo —respondo, porque es la verdad.
Ella me sonríe antes de volver junto a su esposo.
Sin embargo, parece que no es la única que quiere decirme algo, porque Leonardo se encamina en mi dirección. Y dudo que sea para abrazarme.
Me cuadro de hombros, a la expectativa.
—Me gustaría visitar a Sabrina, solo quería que supieras que no soporto estar lejos de ella...no te estoy pidiendo permiso para verla —aclara, sin apartar sus ojos de los míos ni un segundo.
Enarco las cejas.
Nadie mueve un músculo, todos están pendientes de mi reacción.
—No me digas...¿y tú qué opinas de eso, Sabrina?
Ella abre los ojos como platos, lo último que se esperaba era que le preguntara. Bueno, también aprendo de mis errores. Pero de ahí a que vaya a disculparme con él por pensar que la estaba utilizando para vengarse hay un trecho.
—Yo...siento lo mismo, hermano. Me encantaría que Leonardo viniera a verme de vez en cuando —afirma, algo tímida.
—Bien, entonces está decidido. Pero te estaremos vigilando —le advierto, señalándolo con un dedo tieso. A lo que él sonríe. Un pequeño puente se ha tendido entre ambos, pero yo si fuera él tampoco me emocionaría. Lo hago por mi hermana.
—Contaba con ello, Salvatore —es la réplica mordaz que me dedica.
Se marchan poco después, no sin que Bianca repita que los mantendrá al tanto y sin que Marcello me informe de que ha puesto al corriente de lo sucedido a Carlos y Alessandra, quienes llamarán pronto.
Tenemos mucho de lo que hablar. Ellos también deben estar prevenidos, porque no sabemos quién está detrás de este complot.
Tras volver al salón con mis hermanos, me acerco a mi mujer y le susurro al oído la promesa velada que lleva rondándome por la cabeza desde que bajamos.
—Bueno, recuerda que tú y yo hemos dejado un asunto pendiente.
Puedo sentir cómo los vellos de su nuca se erizan de anticipación y se separa de mí, fingiendo que mis palabras la escandalizan cuando la realidad es que la excitan a más no poder.
—No puedo creer que le hayas dado permiso a nuestra hermanita para tener novio —me pincha Fabrizio, con la única intención de molestarme. Sabrina lo amonesta, preocupada porque sus palabras me hagan cambiar de opinión, pero él solo se ríe y yo también.
Lo conozco y sé que es su manera de decirme que se alegra de tenerme de vuelta sano y salvo. El sarcasmo siempre ha sido nuestra vía de comunicación favorita.
Estoy a punto de replicarle cuando mi teléfono suena y descuelgo, fastidiado. A estas alturas, seguro que ya se habrán enterado todos los clanes aliados y llamarán para hacerme la pelota.
Sin embargo, no tardo en comprobar cuán equivocado estaba.
—De nada por salvarte la vida, Angelo. Quiero pensar que el ajetreo de las últimas horas te ha impedido agradecérmelo como se espera de ti.
—Ciro —mascullo.
Su nombre me sabe amargo en la boca. El muy bastardo ha orquestado esta jugada para que esté en deuda con él, ha sabido aprovechar su ventaja como el alacrán que siempre ha sido y ahora tengo que responder en consecuencia.
En cuanto pronuncio su nombre Bianca traga saliva, visiblemente nerviosa y frunzo el ceño. Tal vez tiene miedo de que llame para chantajearme.
Le hago un gesto para que se tranquilice, sé cómo manejarlo.
Fabrizio y Massimo también se acercan, tensos. Saben de sus alcances a la perfección.
Me aclaro la garganta y fuerzo a las palabras a salir antes de que mi orgullo lo estropee todo.
—Te agradezco de corazón lo que hiciste, no solo por mí, sino también por mi esposa.
—Quiero pensar que tú habrías hecho lo mismo por mí. ¿Cómo está Bianca? ¿Está contigo? —inquiere y a mí me hierve la sangre. No soporto que se atreva siquiera a mencionarla.
—Mi mujer está perfectamente bien —gruño, provocando que se eche a reír como el demente que es. Pero ella, a mi lado, se tensa todavía más.
—¿Ha preguntado por mí? —inquiere, con tono cauteloso. Massimo le pone una mano en el hombro y yo le articulo con los labios que esté tranquila.
—Tan posesivo como siempre. En fin, ¿cuándo será la reunión?
De súbito, unos gritos animales -como si estuvieran desollando vivo a alguien- resuenan desde el otro lado de la línea y a punto están de dejarme sordo.
Enseguida se acallan y Ciro chasquea la lengua, molesto.
—Atti...te pedí que mantuvieras callado a nuestro invitado, cuando despellejas vivo a alguien tiende a chillar como un cerdo al que están llevando al matadero —oigo cómo amonesta al loco de su hermano, que se echa a reír.
—Lo sé, pero es divertido escucharlos gritar y suplicar. Mándale mis saludos a Angelo.
Pongo los ojos en blanco.
—¿De qué reunión hablas? —inquiero, aunque no sé si quiero saber la respuesta.
—Lo sabes muy bien. Quiero un puesto en esa mesa de negociaciones, Angelo, y lo quiero cuanto antes.
—Lo sé, pero estas cosas requieren su tiempo. Tenemos que organizar un consejo y votarlo, necesito unas semanas para persuadirlos...
—Una, te concedo solo una semana de plazo. Si para entonces no me has llamado...bueno, tendré que cobrarme este favor que te he hecho de otro modo y creo que no te gustarán mis métodos. Tiendo a volverme poco ortodoxo cuando me tocan los cojones, ¿soy claro?
Aprieto tanto el teléfono que no me habría sorprendido si lo hubiera hecho pedazos aquí y ahora.
—Como el agua. Tendrás noticias mías en una semana como máximo —siseo, a punto de explotar de la rabia.
—Excelente, cuídate ¿quieres? Te escucho algo estresado...deberías probar a torturar a alguien, no hay nada como eso para relajarse —suelta.
Le cuelgo, conteniendo las ganas de mandarlo al diablo porque no me conviene. Ahora mismo, me guste o no, estoy en sus manos. Y eso es demasiado peligroso.
Tengo que hablar urgentemente con Carlos y Alessandra. Necesitamos prepararnos para reunir a todos nuestros aliados y solventar este asunto antes de que sea demasiado tarde.

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