Capítulo 1

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Después de la muerte de mi padre, las cosas se empezaron a poner difíciles. Mis dos hermanas y yo, no sabíamos cómo manejar sus bienes ni administrar el dinero que nos había dejado de herencia.

Mi madre, como viuda, encontró el amor y se casó con un hombre de la nobleza inglesa, quien tenía cinco hijas que estaban ya casadas con hombres de la alta sociedad y un hijo, Lilian, quien a pesar de haber crecido con riquezas, decidió unirse a la marina en vez de manejar todos los oficios de la corte y la servidumbre del rey en su palacio, que lamentablemente era la ocupación de su padre, pero por cuestiones de salud tuvo que ceder a quedarse en casa.

Mi madre llevaba ya dos años casada con el Conde Percy, pero jamás habíamos visto a su hijo, el Vizconde Lilian. Nunca pisaba tierra, siempre iba con el mar. Alejado de la sociedad en la que creció, casi sentía que simplemente odiaba pertenecer a Birmingham.

El Conde Percy, enfermo, cayó en cama con fiebre, su estado de salud desmejorada gradualmente y nuevamente todo empezaba a decaer.Enviamos una carta a una ciudad del Caribe donde creímos que desembarcaría Lord Lilian, con la fe de que supiera el estado de salud del Barón y así tomara el puesto que le pertenecía en el frente de la familia Percy.

No obtuvimos ninguna respuesta, sino hasta un mes después, con una breve carta amarillenta del peor papel que se encontraba en las costas:
-Querida señora Percy, cumplo con la promesa de estar en tiempos grises, estaré ahí cuando el tiempo despeje mi camino y los peces me permitan navegar- Atentamente, Lord Lilian.

Después paso una semana más, sin ninguna novedad de su parte. Necesitábamos a alguien que llevará la batuta de la familia y mi madre nunca había podido, más que intentar buscarles esposos a mis hermanas antes de quedar en la ruina.

Ni siquiera era alguien que conociéramos, pero había acudido a nuestro llamado a pesar de no querer saber nada de la nobleza y de Inglaterra. Los rumores decían que venía en un carruaje directo al palacio Percy.
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Todas nos emperifollamos con nuestros mejores vestidos, llenamos el palacio azul de flores turquesas y los sirvientes prepararon una cena exquisita solo para recibirlo de su exhausto viaje.

-¡Julieta, siéntate correctamente! - le reclamó mi madre a mi hermana del medio.

-Madre, ajustaste demasiado mi corsé, no puedo ni siquiera respirar- se quejó tocando su torso.

Yo estaba ansiosa de verlo, me lo imaginaba como una persona que tenía historias increíbles que contar sobre un mundo que yo lamentablemente aún desconocía. Las damas debían pertenecer en casa paseando de aquí allá sonrientes, haciéndoles pensar a las personas a su alrededor que viven una vida maravillosa y que aman intensamente su vida en el encierro de un castillo.

Yo había deseado viajar por el mundo sin rumbo o hasta algo no tan radical... como tomar un pasaje en tren y cambiar de aire. Esos mundos del exterior solo vivían en mi cabeza y los libros que leí alguna vez, aunque ya no disfrutaba leer, sentía envidia de todos esos hombres aventureros que se sumergían en las profundidades de lo desconocido.

Nos sentamos en el salón para esperar al Vizconde, con los dedos anudados, con tanta curiosidad por conocerlo. Era nuestro hermanastro, y todas secretamente queríamos compartir con él.

-Damos la Bienvenida al Vizconde de Birmingham, Lord Lilian Sebastián Percy- anunció el Mayordomo.
Abrieron las enormes puertas de madera que rechinaban fuertemente para permitir la llegada de Lord Lilian.

Un hombre, de alta estatura, de pelo liso hasta los hombros, con una vestimenta simple, y cubierto totalmente de mugre negra que no permitía que percibiéramos sus facciones, entro caminando paso a paso al salón.

Nos observaba con mucho desinterés, como si no le importase nuestra presencia. Era inaudito que alguien con su título se vislumbrara con tan desganada y poco higiénica apariencia.

Las cuatro nos levantamos de un tirón y nos inclinamos hacia él.

-Disculpen mi demora y apariencia damas. El barco donde venía tuvo falta de personal y me ofrecí para trabajar en caldera.

Su voz era gruesa, y hablaba con mucho tacto. Al estar tanto tiempo en barcos pensé que tendría un lenguaje más coloquial.

-Un placer tenerlo aquí, Vizconde Lilian, no se preocupe, la espera fue justificada- se inclinó ante él mi madre. -Le presentó a mis hijas, Lady Anette, mi hija menor. Lady Julieta, mi hija del medio. Y Lady Rosset, mi hija mayor.

-Sería un placer conocer a mis hermanastras a dos años de que nuestras familias se unieran. No es lo ideal, pero mis compromisos con el mar me desvelan y ausentan- sonrió con suficiencia e inclinó su cabeza ante nosotras con respeto.

De pronto, un arete cayó de mi oreja, rodó y rodó por la porcelana hasta llegar a los pies del Lord. Estaba muy apenada por no haberlos ajustado adecuadamente.

Él solo se arrodilló y lo tomo, sin problema alguno. Yo estaba tan roja como una cereza, y mi corazón palpitaba al millón. Él me producía como una sensación extraña, su presencia era como si no quisieras cometer ningún error.

Se acercó pausadamente hasta posarse frente a mí. -¿Me permite, Lady Rosset?

Yo solo asentí sin saber a qué se refería. Estaba parada allí viendo directamente sus ojos de color verde que se escondían bajo una capa de mugre, pero no era difícil darse cuenta de que un hombre hermoso se encontraba bajo eso.

Me tomo la mano, con delicadeza y abrió mi palma para depositar el arete. Cerro mi mano y cruzo una mirada conmigo que jamás olvidaría. Me había mirado como nadie lo había hecho antes, había sentido una intensidad, como una corriente que entraba por mis ojos y apretaba mi pecho.

Mis guantes blancos quedaron manchados, pero ese día el Vizconde causo algo en mí que no sabría explicar con palabras.

-Si me disculpan, me retiraré a ver a mi padre.
Sin decir otra palabra, se inclinó nuevamente y se retiró del salón. Dejando la cena servida y el pavo frío.































En los brazos del Vizconde De BirminghamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora