Capítulo 45

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Entramos al hogar, dónde todos se movían en zigzag arreglando los preparativos para la boda. Lady Leticia se veía muy ansiosa, se asfixiaba los dedos unos con otros. El peso de la boda siempre recaía en la novia, quien tenía que organizar desde lo más grande hasta lo más pequeño con ayuda de las doncellas, pero la crítica recaía siempre en la novia si algo salía mal. No obstante, Lady Leticia había sido muy reservada con las invitaciones a su boda, solo había invitado a no más de sesenta personas, que se percibía como pocas para lo que se acostumbraba en Inglaterra. Quizás mientras menos, mejor.

Julieta estaba pálida, temblaba como si hubiera visto un fantasma. Tanto era su miedo, que se fue al jardín a "mirar las flores", con la intención de esconderse. Yo la miraba a través del ventanal de la sala, mientras los demás se fueron a recorrer la finca con Lady Leticia.

—¿Dónde está mi esposa?— me preguntó severamente Lord Lionel, sin siquiera saludarme, solo me habló con mucho arrebato, como si yo fuese una cualquiera, más no una dama.

Yo decidí tragarme la lengua, y simplemente omití su comentario. Refugiaba mi mirada en las comisuras de la ventana, como si no hubiese escuchado a nadie hablarme.

De pronto, tomo mi brazo con mucha fuerza. —No volveré a repetir la pregunta. Han traído a mi esposa sin mi consentimiento... Eso es traición.

Despegue mi brazo de su mano, de un tirón. La sangre me hervía simplemente de saber todo el daño que le había hecho a Julieta y él se comportaba como si ella hubiera ocasionado todo el terror que le había tocado vivir. Con su comportamiento no me quedaba ni una pizca de duda de que era un hombre prepotente y explosivo.

—¿Crees que no sé qué le has hecho a mi hermana?— susurré, para no invitar a un escándalo. —La vuelves a tocar...

—¿La vuelvo a tocar y qué?— respondió, llenando mi rostro de saliva, lo que provocó que diera un paso atrás para sacudirme con la mano. Había cruzado el límite, era un ser despreciable... Tan joven y tan despiadado, no pensé que habiendo vivido tan poco, una persona habría experimentado tanto dolor como para tratar a otros de una manera tan cruel y despectiva, sin un trago de arrepentimiento mucho menos de humanidad. —Es mi esposa... Puedo hacer lo que se me plazca con ella, si deseo que coma excremento de cerdo, debe hacerlo porque yo se lo ordeno. Tú eres una simple y desvivida treintona, realmente me sorprende que alguien se quiera casar contigo, si estás tan concentrada en la vida de alguien más. Te lo advierto una última vez... Vuelve a sacar a Julieta sin mi permiso y te juro que no vive para el otro día... Y dile a quien quieras, nadie va a creer en la palabra de alguien sin título, menos sin un padre que las proteja.

Me ofendió una y otra vez, sentí que el corazón me había estallado y estaba cubierto en espesa sangre. Quizás tenía razón, estaba sola, y no había ningún testigo... ¿Quién me creería? ¿Quién le creería a tan poca cosa como yo? La monarquía y sus discípulos desaparecían personas todos los días... No le costaba nada enterrar viva a Julieta y decir que murió de una gripa, ¿Quién iría contra la palabra de un noble? Absolutamente, nadie lo haría, a menos que se arriesgará a qué se lo tragara la tierra también.

—Oféndame todo lo que quiera y saque todos sus demonios, Lord Lionel, me tiene sin cuidado. Tarde o temprano usted cosechará lo que siembra, pero no voy a permitir que una de esas semillas sea mi hermana. Dios tenga piedad de usted...

Me había sorprendido lo pacífico con el que mi corazón se había dirigido a sus amenazas, pero sabía que no podía combatir el fuego con fuego, eso sería darle un preaviso.

Él sonrió, como si de verdad fuese un demonio quien se apoderase de su cuerpo. Tenía llamas en los ojos. —Dios no ha tenido piedad conmigo nunca... Mucho menos lo ha tenido con Julieta, porque eso la hubiera salvado de cada golpe que rompió su puro y hermoso corazón.

Choco su hombro con el mío, haciéndome tambalear, tuve que sujetarme de la pared para quedarme de pie, del contrario me había derribado. —¿Está bien, señorita?— inquirió un caballero, quien acababa de atravesar la puerta principal. Se me hacía familiar, juraba haberle visto en otro lugar.

—Sí... estoy bien. Gracias por preguntar, Lord— le dije sacudiendo mi vestido, como si hubiera sido víctima de un simple mareo. Me recompuse y sin pensarlo volví a observar a Julieta a través del cristal. Ella estaba tanteando algunas flores, y Lord Lionel se le acercó, consumido en ira, yo sabía que algo terrible pasaría. Julieta se asombró de verlo, tanto que unió su espalda de un arbusto, y lo miraba con mucho miedo.

—¿Esa es Lady Julieta?— comentó el hombre, captando la mirada hacia el mismo punto dónde posaba la mía. Yo no tenía palabras, solo asentí con la cabeza.

Lord Lionel la tomo del cabello, aprovechando la soledad del jardín, y empezó a amenazarle. Yo solo accioné, emprendí rumbo al jardín, pero al primer paso el hombre me aprisionó entre sus brazos. —Mi Lady, no deseo que usted sea partícipe de una revolución contra Lord Lionel. No tengo miedo a morir, ni a represalias... Déjeme actuar a mí.

Me soltó de su agarre, y me arrimo para seguir su paso, corriendo para detener a Lord Lionel. Cuando llegó a su frente, lo empujó y le quitó a Julieta de sus garras. Por alguna razón, Lord Lionel dio algunos pasos atrás, como si no pudiera tocar ni un pelo de la cabeza del hombre. No sabía qué estaba ocurriendo realmente, pero sentí paz al saber que Julieta estaba a salvo. Lord Lionel simplemente se perdió entre los árboles en el jardín, quizás continuo hasta el bosque.

El hombre trajo a Julieta adentro y la acomodo sutilmente en un sofá junto a la ventana. Ella estaba llorando y asustada, traumatizada por haber revivido otro episodio de maltrato. —Nadie la puede ver así... Eso empeoraría todo para ella— asumió él. —¿Hay alguna habitación a la que podamos llevarla?

Escuchamos a unas personas caminando y charlando cerca en el pasillo. —Yo me encargaré.

El hombre asintió, se agachó y se acercó a Julieta. —Te prometo que todo estará bien... Juli— le susurro, y a pesar del suplicio de mi hermana, vi como su rostro cambio, sintió un poco de paz. Beso su mejilla, acaricio su cabello y se dirigió a la puerta para irse.

Me apresuré, rápidamente, debía obtener al menos una respuesta. —¿Quién es un usted?

El trago grueso y empino el rostro hasta el suelo. —Soy el Príncipe de Suecia. 

Gracias por leer! 🥺



En los brazos del Vizconde De BirminghamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora