𝘼𝙥𝙤𝙘𝙖𝙡𝙮𝙥𝙨𝙚

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Intenabo

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Jack apenas atravesó las grandes puertas de comisaría, empezó a quitarse el chaleco, no había ni un alma en recepción y nadie iba a molestarlo, bueno, a excepción una voz femenina saliendo del despacho que estaba al lado llamo su atención.

—¿Por qué no te curaste con los EMS, anormal de mierda?— espectó Michelle con los brazos cruzados.

Conway se limitó a enviarle una mirada confusa y ahí fue donde se dió cuenta que tenia una abertura en su pulcra camisa, un liquido espeso carmesí empezaba a esparcirse en toda la tela blanca. Rodó los ojos, tratando de evitar el tema de la lesión, se encaminó a los vestuarios pero un jalón en su brazo ileso lo detuvo.

—Tu no vas a ir a ningún lado. Ve a curarte.— lo zarandeó señalándole la sala de enfermería que había al lado de recepción.

—No, no, no. En tus putos sueños. En mi despacho me pongo una venda y aparcao'— negó a la orden de la pelirroja.

—Me importa una mierda. Espera ahí dentro, ya traigo a alguien.— Jack levantó una ceja, retándola —Si no vas te doy con la porra hasta que quedes calvo, gilipollas.

Ante la clara amenaza, Conway refunfuñando caminó de mala manera en la sala, cerrándola detrás de él y se sentó en la camilla que había dentro.

Luego de unos largos minutos, con la paciencia casi en el suelo, unos murmuros irreconocibles se percibían detrás de la puerta. La presencia de un chico rubio y bajo siendo, casi, empujado lo desconcertó por completo. Era nada más ni nada menos que el hermano de Michelle, Gustabo.

Trabajaba para el CNI desde hace un tiempo, pero de vez en cuando se pasaba por comisaría para joder a los nuevos alumnos y sin falta al Superintendente. Nunca faltaba sus bromas o chistes, los cuales los soltaba cuando se infiltraba en la radio policial.

—Chele, ¿por qué tengo que curar al viejo de Conguay si ni siquiera está acá?— chilló el ojiazul sin ver la presencia del mayor, trató de abrir la puerta, la cual parecía estar cerrada con pestillo desde afuera.

—¿Como mierda me llamaste, anormal?— la pontente y ronca voz del azabache hizo que las piernas de Gustabo flaquearan.

—Conguay.— después de un breve silencio contestó divertido sin voltearse, si lo hacía ya daba por seguro su muerte, o posiblemente un porrazo en toda su cara.

—Es Conway.— murmuró entre dientes.

No quería entrar en crisis por un rubito que solo iba a curar una simple herida.

Gustabo percibiendo como las aguas se calmaban, giró su cuerpo y conectó con esos orbes marrones, que eran ocultados por esas oscuras gafas. Esa penetrante y fulminante mirada hizo que comenzara a sentir un gran cosquilleo en su estómago. Tragó saliva y se dispuso a acercarse a la mesilla que estaba al lado de la camilla para tomar el botiquín.

—¿Puedo...?— preguntó señalando la camisa blanca, ahora ensangrentada, de Conway, quién asintió destensando su cuerpo.

Desabotonó la camisa delicadamente, tal se tratara de una fragil porcelana, cosa que llamó toda la atención de Jack. Revisó la herida abierta que estaba en uno de los brazos y los demás moretones, que empezaban a tornase en un tono rojo y morado. Desinfectó sus manos antes de dedicarse a curar las visibles lesiones.

Después de un rato, el agradable silencio presente en la sala fue roto por el Superintendente.

—¿Por qué te tiñes el cabello de rubio? Con el pelirrojo te ves...— de su boca iba a salir la palabra 'lindo', pero su orgullo no lo dejó —...bien.

Paseó sus ojos por la sedosa y suave cabellera del rubio, viendo como la raíz empezaba a revelar su tono pelirrojo, desde unos años que conoce al menor nunca lo había visto con su cabello natural. Esos zafiros brillantes lo miraron curioso durante unos cortos segundos, buscando una respuesta coherente.

—No me gusta como se ve en mi— soltó rápidamente evitando a toda costa la mirada castaña del contrario —. Igual alguien...— hizo una pausa, pensado que diría —me hizo creer que no quedaba veía bien, y pues eso. Desde hace un tiempo me empecé a teñir de rubio.

—¿Eres gilipollas o qué coño? No le creas a ese pedazo de mierda. I know you'll look great with red hair. I know.

Gustabo se quedó pasmado, la voz de Conway resonaba en su cabeza. Esas frases lo conmovieron, nunca esperó por parte de alguien y menos del pelinegro escuchar esas halagadoras palabras.

Al terminar de colocar las vendas de forma correcta, sin dañar otro centímetro de la piel morena de Jack, sintió como su cabeza era acariciada suavemente por una mano. Alzó la mirada y se encontró con la de Conway, este lo mirada de una forma tan dulce que a cualquiera podría morir por diabetes. Se acercó sutilmente al contrario, percibiendo como sus respiraciones se hacían una sola.

Jack se quitó sus oscuras gafas, viendo como esos orbes azules brillaban más que nunca, sus ojos se trasladaban a los ojos de Gustabo hasta sus carnosos y rosados labios.

El rubio con los nervios tocando las puntas de sus dedos, entrelazó una de sus manos, esperando algún tipo de acción que los separara, aunque no sucedió. Pestañeando lentamente y relamiendo sus labios, se adentró en las piernas de Jack, quién seguía sentado en la camilla, y acarició uno de sus muslos.

—Espero que la próxima vez que te lastimes, sea yo quién te cure— murmuró Gustabo casi tocando los belfos del mayor.

Sin esperar más dilación, el rubio tomó las riendas del asunto y junto sus labios, una unión tierna y cálida que ninguno de los dos pensó que algún dia presenciaría.

La fusión de sus labios era capaz de crear una guerra. Una apocalipsis.

Jack agarró de forma delicada la nuca del más bajo para profundizar el beso, su otra mano se dedicaba a acariciar la espalda baja de Gustabo, quién enternecido ante las acciones del contrario, acarició su mejilla percibiendo como su mano tocaba la barba perfectamente recortada. Se separaron para recuperar el oxígeno y se dieron cuenta que habían encontrado después de muchos años a la persona correcta, a su mitad, alma gemela.

Jack lo atrajo nuevamente para envolver su cintura con sus brazos y dejar un tierno beso en la frente del rubio.

—Encima de mi puto cadaver dejaré que alguien vuelva a dañarte, Gustabín— este escondió su rostro en el cuello del pelinegro, sintiendo como ese característico perfume caro y varonil entraba en sus fosas nasales —. Si sucede algo, no dudes en decírmelo, yo estaré aquí para ti.

El rubio asintió en los brazos de Jack con los ojos cristalizados. Algo dentro de él se volvió a sentir vivo y amado.

Desde aquel conmovedor momento, Conway empezó a reparar algo que él no había destruido. Con pequeñas palabras, roces o mimos unía delicadamente los pedazos del roto corazón de Gustabo.

𝙊𝙣𝙚 𝙎𝙝𝙤𝙩𝙨 ; Intenabo y RebornplayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora