𝙆𝙞𝙩𝙚𝙚𝙣

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Intenabo

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Gustabo se quejó abriendo los ojos perezosamente, sentía como su cabeza le estaba taladrando. Al enderezarse en la cama, se dió cuenta que no estaba en su humilde hogar. Estaba en una cama extremadamente grande, fácilmente podían caber más de quince bebés. La decoración era sencilla y moderna, con tonalidades blancas y negras.

Un momento.

Él había estado ahí antes, la reconocía de algún vago recuerdo que recorría por su memoria.

El aroma que desprendía la cama y la ropa que llevaba -la cuál no era de él- podría reconocerla a kilómetros, hasta con los ojos cerrados.

Mientras quería que la tierra se lo tragara y lo escupiera en Saturno, pensaba abrumado cómo había podido llegar ahí. De un momento a otro, la desconocida puerta del baño se abrió revelando al dueño de la casa recién duchado, mantenía su azabache cabello mojado con unas ágiles gotas cayendo y con una toalla rodeada en su cadera.

—Lo siento si te desperté. No tenía pensado despertarte para que descansaras.

Gustabo ignoró sus palabras y lo miró boquiabierto, repasaba con su mirada esos musculosos brazos morenos, las grandes y cálidas manos que se caracterizaban por tener unas venas que derretían a cualquiera, y ni de hablar del fornido abdomen que estaba brilloso por la humedad que cargaba su cuerpo. Quién diría que por solo ver a semejante obra de arte haría que pensara en cosas que perdiera totalmente la cordura.

¿Donde quedó lo "asexual", Gustabo?

Pogo cállate, no es el momento. Pensó el rubio.

Si antes ese viejo lo traía loco y alborotaba las mariposas en su estómago, ahora era...

—¡Gustabo, te estoy hablando! ¿Me estás escuchando o le estoy hablando a una puta pared?— el nombrado dió un respingó, saliendo de sus profundos pensamientos.

—¿Eh...?— ahora veía esos ojos oscuros, los cuales los miraban fijamente haciendo que se sintiera intimidado y pequeño en su sitio —¿Qué hago acá? ¿Cómo llegué acá? ¿Usted me...

—Para el carro, Gustabín. No te asustes. Cuando acabé el turno de madrugada, fui a los vestuarios y te vi dormido en la banca como un perro abandonado. Agradece que no tengas un dolor de cuello que flipas— explicó Jack, viendo como un sonrojo subía por el pálido rostro del rubio.

—Mhm...¿Ha visto mi móvil?— preguntó avergonzado, intentando de ignorar lo que dijo anteriormente el Superintendente.

—Está ahí junto a tu ropa— señaló su ropa perfectamente doblada encima de un mueble — Si quieres cámbiate y desayunamos juntos. Si necesitas algo me avisas o ahí esta el baño.

Gustabo asintió. Su boca no emitía ninguna palabra. Le sorprendía lo gentil que lograba ser Conway con él fuera de servicio. Este Jack era distinto al que estaba en comisaría, amargado e intimidante.

Luego de cambiarse y asearse como pudo, salió de la habitación con una llamada entrante sonando en su móvil. Por el otro lado, estaba Jack con ropa de chandal, terminando de cocinar unas tortitas. Inevitablemente escuchó a Gustabo hablar por teléfono, parecía estar hablando con un doctor, pero le pareció extraño involucrar en la conversación la palabra ¿Gato? ¿Qué tenía que ver Gustabo con un gato?

Luego de unos cortos minutos, Gustabo llegó a la cocina bufando, aunque su molestia se esfumó con totalidad cuando vió a Jack de espaldas con la concentración al máximo nivel al cocinar.

—¿Todo bien, Gustabín?— murmuró sin voltearse.

—No, — murmuró, a lo que Conway se volteó mirándolo con una ceja alzada —mi gato se enfermó y el veterinario no quería darme noticias de él. Por eso pedí el día libre para cuidarlo.

—No me habías comentado que tenías un gato.

—Me lo regaló Horacio hace unos meses en mi cumpleaños— dijo quedando al lado del mayor, observando atentamente sus movimientos —Se llama Don Gato.

—¿Don Gato? ¿En serio? ¿No había mejor nombre?— preguntaba reprimiendo una leve sonrisa.

—Si usted tuviera un gato, le llamaría Dios o T-800. No tengo pruebas pero tampoco dudas— criticó viendo con una sonrisa pícara al mayor.

—GodCat es el mejor nombre— sentenció, el menor chistó divertido.

Después de una agradable charla entre los dos, sin tema específico, fueron a la mesa para comer su desayuno preparado por el mismísimo Superintendente. Al terminar, Jack se ofreció a llevar a Gustabo al veterinario, aunque este no quería molestar, terminó aceptando.

—¿Conway, no va a ir a comisaría?— cuestionó, era raro ver a su superior a horas de la mañana fuera de comisaría vistiendo ropa cómoda.

—No, hoy es mi día libre— contestó con la mirada fija en la carretera —Por cierto, puedes tutearme.

—Madre mía, yo creo que te despertaste con cojones católicos. Lo que falta es que me permitas llamarte por tu nombre— bromeó Gustabo posando su mano involuntariamente en el regazo de Conway. Por un momento pensó que iba a recibir un regaño o incluso un reclamo, pero realmente solo llamó la atención del mayor y un asentimiento.

—Si te apetece, puedes llamarme Jack. Pero solo fuera de servicio, o estando solos.

—¿Qué? ¿En serio?— ladeó su cabeza sorprendido, quedado de frente con Conway.

—¿No crees en mi palabra, muñeca? Me ofende, la verdad.

—No, no. No es eso, realmente nunca imaginé que me dejarías, estando solo nosotros dos— murmuró, pero la última frase parece que lo dijo para si mismo.

Para la mala suerte de Gustabo, se vió visto a dejar la conversación ya que el audi de Conway ya estaba parqueado enfrente de la agradable veterinaria. Abrió la puerta del coche, pero antes de salir de el, plantó un suave y precipitado beso en la mejilla del moreno.

—¡Nos vemos pronto, Jack!— dijo eso antes de irse y desaparecer por la puerta del edificio, dejando al mayor perplejo y con las palabras en la boca.

Soltó un suspiro, pensando que estaba haciendo ese chaval rubio desde que entró al CNP. Se había dado cuenta que con el sutil tacto que tenían o las largas e indefensas conversaciones, hacían que un nuevo se sentimiento de cariño y protección se instalara en su pecho. Sin admitirlo en voz alta, amaba que Gustabo estuviera dentro en su vida. No lo iba a dejar ir tan fácil.

𝙊𝙣𝙚 𝙎𝙝𝙤𝙩𝙨 ; Intenabo y RebornplayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora