09. Hija De Carrie Strong

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—¡Alexander, suéltalo! —gruñí, tirando de su brazo, pero no lo moví

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—¡Alexander, suéltalo! —gruñí, tirando de su brazo, pero no lo moví.

Una risa brotó de la garganta de Evan, mientras Alexander lo sostenía contra la pared, presionando la misma garganta con fuerza. Todos nos observaban. Todos estaban en silencio, pero observaban como el heredero McKenzie era sometido por el heredero Lawrence. Y no me gustó.

Ya habían pasado minutos desde que nos habían atacado. En cuanto Alexander abrió los ojos y miró el desastre que nos rodeaba, después miró a los McKenzie su primer instinto fue ir en contra de ellos, pero Evan se metió en su camino antes de que pudiera discutir con Alistair o Nighean.

Evan lo provocó, burlándose de lo fácil que había sido matarlo y lo incompetente que era su seguridad.

El resto pasó en un abrir y cerrar de ojos. Alexander cerrando su puño en la garganta del chico, Alexander estrellando al chico contra una de las paredes en la esquina del lugar, Alexander llamando la atención de todos... Y Evan sonriendo a pesar de eso.

—Hazlo —invitó Evan.

Mi pulso se aceleró.

Si Alexander perdía los papeles frente a todas las familias del Círculo de Sangre los McKenzie estaban en su derecho de matarlo. O en tal caso, Nighean Bothwell estaba en su derecho, como líder.

Lo soltó, y entonces Evan empezó a toser, todavía sonriendo y probablemente riendo mientras tosía, pero no por mucho tiempo, porque Alexander cometió el segundo error de su vida. Le apuntó con su arma.

La mirada de Evan quedó ensombrecida.

—Admite que ustedes lo orquestaron —gruñó el pelinegro.

No dije nada, no fui capaz de moverme. Un paso en falso y tendría muchas pistolas apuntando. Y entonces todo sería un caos.

Además también deseaba saber si ellos tuvieron algo que ver con el ataque.

Evan cruzó los brazos y se recostó a la pared con aire arrogante y desdeñoso.

—Mi familia no gastaría ni una pizca de energía en un ataque tan estúpido como el de hoy —respondió con tranquilidad, como si no supiera que era capaz de apretar el gatillo.

—Ustedes no hicieron nada y no les hicieron nada —señaló Alexander.

Los labios del chico se curvaron en una sonrisa maliciosa.

—Da la casualidad que tus enemigos son nuestros amigos. —Levantó la mano derecha y mostró su tatuaje y luego me miró—. Ella puede llevar tu apellido, pero es de los nuestros, si es lo que te preguntas. Jamás le harán daño mientras lleve el tatuaje. Tú y tu familia le pusieron un blanco en la frente al seguir con el compromiso. Tus enemigos no están felices que te hayas unido a la organización que se suponía odiabas.

Procesé sus palabras más rápido de lo que me gustaría y di un paso atrás, muy aturdida. La verdad flotaba a mi alrededor, mientras observaba a todas las familias escuchando también, con los músculos tensos, las miradas ardiendo en rabia contenida, a excepción de los McKenzie, que ni siquiera miraban a su heredero, como si fuera aburrido el arrebato de Alexander y Evan pudiera escapar cuando quisiera. Pero no era cierto. Evan podía morir. Alexander no estaba jugando y Evan podía saber manipular, pero no pelear. No lo habían entrenado. Era solo un niño arrogante.

Destrucción Donde viven las historias. Descúbrelo ahora