25. La verdad

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—Debiste pensarlo mejor antes de ir a matar a Lionetta —gruñó Leah, limpiando mis heridas

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—Debiste pensarlo mejor antes de ir a matar a Lionetta —gruñó Leah, limpiando mis heridas.

Me quedé en mi lugar sin saber qué decir. Ella tenía toda la razón. Ya estábamos hasta el cuello con los problemas y yo sólo había empeorado las cosas al matar a la Jefa de la mafia italiana.

Ninguno de los Matheson habían sido atacados. Sólo se centraron en mí. Matteo no jugaría con ellos, su problema era conmigo y lo había dejado en claro.

—No podemos ir a la mansión —murmuré.

—Lo sé, nos estamos redirigiendo a la segunda casa de seguridad. Los Matheson nos están siguiendo. Quieren esa reunión hoy mismo.

Dejé caer mi cabeza sobre el asiento.

Estaba lista para gritar de frustración.

Nos habían sacado de la calle con prisa. Leah había ordenado que enviaran a Alexander con los Lawrence porque era mejor para él. Todos iban a querer un pedazo de mí y seguro como el infierno que mi esposo no aceptado sería devorado en un segundo.

—¿Te sientes mejor?

Ignoré su pregunta.

—¿Dónde está Ellie?

—Con Carol. Está dormida.

Suspiré, aliviada.

—Ella lo ha manejado mejor que nosotras —susurré.

—Herencia de Louis, creo.

Mi mirada se encontró con la suya. La sola mención del padre biológico de Ellie siempre causaba un momento de silencio incómodo, pero ella estaba siendo sincera.

—¿Te puedo hacer una pregunta?

Asintió, terminando su trabajo.

—¿Por qué tus padres son considerados traidores?

Se congeló. Parpadeó muy lentamente y me miró con sorpresa.

—Esa no es una conversación que me guste tener.

—Los Matheson van a usarlo cuando abras la boca en la reunión. Necesito entender de qué están hablando.

—Harán insinuaciones, pero si saben lo que les conviene no hablarán de más.

—Leah...

—Escucha, nena, el tema está fuera de discusión. No insistas en ello. En lo que concierne al mundo, mi padre fue Henry Matheson y lo más cercano a una madre fueron Carol y Carrie. Punto.

No quise dejar el tema.

—¿Te avergüenza?

Una sonrisa asomó en sus labios.

—En absoluto. No hay mejor historia que la de mi madre, pero no es algo que me guste hablar.

—¿Mi madre lo sabía?

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