14.5. Miserable

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Suzdal, Rusia.

Lionetta abrió lentamente sus ojos, sintiendo que su cuerpo pesaba y su cabeza palpitaba de dolor. Recordaba la última vez que ese dolor se lo había causado el alcohol, pero sabía que esa noche era diferente, así que volvió a cerrar los ojos.

Y recordó todo.

Su pulso se aceleró.

La habían atrapado. Habían tenido éxito. Por un momento de debilidad. Por un maldito segundo de debilidad.

Se había alejado de la fiesta y de su seguridad sin pensar correctamente. Todo por el maldito audio. Todo por la maldita verdad que no debería haberle sorprendido.

¿Está despierta? —cuestionó un hombre en ruso.

—No, señor. La droga la ha mantenido dormida.

—¿La han limpiado?

—Sí. No tiene ningún localizador.

Ella se asustó.

Si le habían quitado los localizadores nadie iría por ella. Nadie.

¿Y el agente?

Lionetta quiso estremecerse ante la pregunta. También deseaba saber dónde estaba. Si seguía vivo.

—Despierto. Molesto. Insultando nuestra patria y preguntando por ella —respondió una tercera voz.

—¿Crees que se conozcan? Parecían unidos.

—Me estoy aburriendo de no entender una mierda —gruñó Lionetta—. ¿Pueden hablar en inglés? ¿O italiano? Incluso el alemán es preferible.

—Así que estás despierta —dijo uno de los hombres y sintió como tiraban de ella.

No tardó en darse cuenta de que tenía las manos encadenadas. Igual que un perro, pensó.

—Hola, caballeros —saludó alegremente cuando sus ojos pudieron enfocarlos—. Es un gusto conocerlos. ¿Puedo saber a qué se debe tanta hospitalidad?

Eran cuatro hombres, extremadamente grandes. No tenía oportunidad contra ellos, no sin armas y seguro como el infierno que mucho menos drogada.

—Lionetta Strong —dijo uno de ellos. Eso la hizo fruncir su ceño.

—Eh —murmuró confundida.

—Me presento, soy el hombre que tiene la obligación de sacarte toda la información acerca de los Matheson.

Su entrecejo se frunció más.

—¿Puedo preguntar por qué?

El hombre asintió.

—Puedes. Después no te quedarán fuerzas ni para gritar. —Sonrió y ella sintió un escalofrío —. Verás, mi jefe te compró a un precio razonable. Está muy interesado en la familia que le causó tantos problemas a Russel. Y cuando te escapaste de nosotros hace varias noches, le interesaste mucho más.

Lionetta tragó saliva.

—¿Quién es tu jefe?

El hombre frente a ella sonrió.

—No lo conoces. Y no lo harás hasta que consigamos toda la información que tienes. No puede arriesgarse a que tu hermana y tu familia lo encuentre. Así que primero habrá que destruirlos.

Se quedó callada, los engranajes de su cabeza trabajaron a toda velocidad. No la reconocían como la jefa de la mafia italiana, pero estaba segura de que lo sabían, no podrían haberse aventurado a buscarla sin saberlo.

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