11. Una Oportunidad

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Londres, Inglaterra, 2033

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Londres, Inglaterra, 2033.

Melissa Matheson:

Abrí mis ojos lentamente, sintiendo la pesadez rogarme mantenerme dormida, pero también escuché esa molesta voz gritando que despertara, que estaba perdiendo de vista algo importante.

La luz golpeó mis retinas y gemí, molesta, cuando un zumbido en mi oído llegó con fuerza.

«Joder. ¿Qué ha pasado?»

Intenté reconectar mi cerebro, pasándome las manos por la cara, pero las sentí tan pesadas como cuando los músculos se duermen.

«La boda, el ataque, Alexander cayendo… cayendo…, la casa, el ataque… ¿Alexander?»

Me levanté de golpe, parpadeando varias veces para enfocar bien mi vista y adaptarme a la luz. No reconocí el lugar donde estaba, parecía un estudio y yo estaba sentada en un sofá de cuero café. Frente a mí había un escritorio oscuro, con una pila de papeles encima. Las paredes eran de un azul oscuro y seguía sin saber dónde diablos estaba.

La luz fue opacada por un cuerpo masculino. Sé que dijo algo, sé que me preguntó algo, pero nunca supe qué. Estaba reclinado frente a mí y mi visión de cerca estaba muy borrosa en ese momento, pero lo pude ver unos instantes después. Seguía sin escuchar su pregunta, solo podía verlo. Tenía su pómulo izquierdo morado, el cabello oscuro húmedo, su ceño fruncido y sus ojos azules repasaban mi rostro una y otra vez.

Se me hacía conocido… ¿de dónde?

Seguí estudiando su rostro y él hizo lo mismo, aunque parecía enfadado. No fue hasta que miré unas finas marcas en su cuello que supe quién era.

Edrick.

El enfado que él demostraba me fue proyectada, recordando bien lo que había ocurrido antes de que perdiera la consciencia. El muy descarado había ido a mi casa nueva y la había explotado.

¡Me había costado una fortuna la maldita casa!

—¿Dónde está mi esposo? —cuestioné primeramente.

Sus ojos se entrecerraron, estudiandome un momento más. Pareció satisfecho y una sonrisa burlona curvó sus labios.

—Te preocupas por él, eso suena prometedor.

Sacudí mi cabeza, con las ideas confusas, todavía el zumbido en mis oídos no me dejaba adaptarme a la realidad, pero estaba claro que mi repentino interés por Alexander al despertar no era nada bueno.

Y casi olvidaba mi papel en la vida de Edrick.

Suspiré.

—Tengo una reputación, Edrick, ¿te imaginas lo que van a decir de mí? Maté a mi esposo la noche de bodas —dije horrorizada y antes de que él volviera a hablar agregué: —Lo maté para irme con mi amante.

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