16.5. Traición

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Suzdal, Rusia.

Lionetta no quería contar cuantos días llevaba encerrada, pero le fue imposible no contar los días que llevaba junto a Howard. Diez días en total. Ella amaba el diez. El diez era un buen número. De acuerdo, podría ser que el número diez en realidad fuera atractivo solo porque se trataba de él. No podía creer que llevaran juntos tanto tiempo y no se mataran todavía.

Todavía recordaba como se habían llevado el primer día.

—¿Lionetta?

Lionetta ignoró la voz molesta.

—¿Lionetta estás despierta?

Lionetta apretó sus dientes.

—Lionettaaaaaa —canturreó Howard.

Siguió sin responder.

Lo escuchó suspirar y entonces... se giró para verlo cuando lo escuchó cantar en voz baja. Seguía mirando al techo, y parecía muy tranquilo.

—¿Estás cantando el himno nacional de Inglaterra? —cuestionó, confundida.

Howard dejó de cantar.

—¿Sabías que es de mala educación interrumpir cuando se canta el himno nacional? —cuestionó él, con un tono malhumorado.

—Perdón, pero no puedo evitarlo. Estás destruyendo las notas. Por favor no cantes nunca más —pidió, volviendo a darle la espalda.

Se había acomodado en la pared a la que estaba encadenada y se había acostado. Los rusos los habían dejado en paz por primera vez y ella había podido dormir con tranquilidad.

—¿Y tú cantas mejor?

—No. Canto igual de horrible y por eso no lo hago —gruñó—. Ahora déjame en paz.

—Oh, eso va a ser difícil. Verás, me he encontrado extremadamente aburrido todo este tiempo y tú eres el único ser humano cercano. Tendrás que charlar conmigo antes de que me vuelva loco.

—Oh, en ese caso me quedaré callada. Con un poco de suerte la locura trae la pérdida de memoria y así no les das información valiosa a nuestros secuestradores.

—Y yo creí que no podría encontrar una persona tan malagradecida —dijo un ofendido Howard.

—Cierra la boca. Callado te ves mejor.

—¿No eran los italianos personas agradables?

—No.

Lo escuchó reír, pero su risa se apagó en un quejido de dolor que la hizo volver a verlo. Había olvidado que estaba herido. La preocupación se adueñó de ella sin su consentimiento, pero no pudo evitarlo.

—Déjame verte —dijo y él la miró con sorpresa.

—No. Estoy bien —mintió, desviando la mirada.

Lionetta frunció su ceño.

—Howard Harrelson, ven aquí o me romperé las muñecas para soltarme de estas cadenas e irte a buscar —amenazó. Eso la hizo ganarse una mirada alarmada.

Lionetta sabía que podía quitarse las cadenas arriesgando sus huesos, pero no le serviría de nada si no podía pelear ni correr y con sus pies magullados, no tenía opción de nada. Sin embargo, valdría la pena el dolor si eso la acercaba a él y le permitía darle un puñetazo y luego revisar sus heridas.

Howard pareció entender que ella no estaba bromeando y se arrastró hasta ella. Cuando ella lo atrapó, le soltó un puñetazo en el brazo que le hizo sisear.

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