12. La Reunión

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Observé en silencio como el naranja del cielo se aclaraba, dando paso al azul de la mañana demasiado temprano para mi gusto

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Observé en silencio como el naranja del cielo se aclaraba, dando paso al azul de la mañana demasiado temprano para mi gusto.

Alexander se había quedado dormido y ni siquiera escuchó la alarma, así que decidí que mejor viajaramos más tarde. En su estado y el mío necesitábamos fuerzas. Aunque yo apenas y había cerrado los malditos ojos y llevaba maldiciendo cada cosa que miraba.

Maldita cafetera. Maldito café. Maldito cielo malditamente hermoso. Maldita brisa fresca de la maldita mañana. Maldito dolor en las malditas costillas. Maldita sea yo y mi maldita debilidad por el maldito Alexander Lawrence.

De todos los malditos asesinos de la historia tenía que tener sentimientos encontrados por el malditamente peor.

—Wao, deberías sentir eso —dijo una voz adormilada—. Literalmente proyectas energía cargada en esta cocina, joder.

La miré por encima de mi hombro. Todavía estaba con su pijama. Pantalones largos de chándal y una camiseta grande que no dejaba ver nada de su cuerpo. Se veía tierna. Sobretodo con su cabello despeinado.

—¿Ahora sientes la energía de las personas? —cuestioné y ella entornó sus ojos.

—Soy budista. Claro que sí —mintió y eso me hizo sonreír.

—Te ves animada —observé—. Para alguien que casi pudo haber sido eliminada de la faz de la tierra con una mirada.

Sonrió y sacó una taza para servirse café.

—Esa mujer es intimidante cuando se lo propone —se limitó a decir encogiendo sus hombros. Fue una clara señal de que no iba a explicar el comportamiento de Nighean Bothwell. Se volvió con la taza en sus labios—. Y yo que pensé que la noche de bodas era mágica, ¿no tuviste un poco de esa magia y por eso estás así?

—¿Por qué? ¿Te interesa algo? —No pude evitarlo. Su actitud con Alexander había cambiado radicalmente al darse cuenta de quien era. Se había vuelto más atrevida y aunque parecía querer matarlo la mayoría del tiempo, había algo que no cuadraba.

Arqueó sus cejas.

—¿Es una invitación? —Como era de esperar, no se inmutó ante mi comentario— Joder y yo te consideré la más puritana de las dos en ese ámbito.

Mis mejillas se calentaron sin mi consentimiento ante la verdad y si ella se dio cuenta no dijo nada, solo parecía desafiarme a seguir por ese rumbo. Como si me dijera: ¿Qué coño crees que dices? ¿Te parece que me gustan las sobras?

—¿Por qué actúas como una sanguijuela con Alexander?

Sus cejas vuelven a su lugar y una mirada cálida reemplazó su expresión.

—Por la misma razón que tú actúas así con Edrick Relish —respondió, sin ningún problema. Parpadeé al procesar sus palabras. ¿Cómo sabía ella...? —. No me gusta Alexander, si es lo que piensas. No me gusta de ninguna manera. Lo quiero muerto porque nos engañó y si hay algo que no puedo tolerar es el engaño y la traición.

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