10. Pasado

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Nueva York, Estados Unidos, 2028

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Nueva York, Estados Unidos, 2028.

Edrick Relish estaba revisando los últimos informes que le habían enviado de Company's Relish con una taza de café en la mano mientras salía de la cocina hacia la sala de estar.

Su ceño se frunció al mirar unos números que no le gustaron demasiado, pero se detuvo al aspirar un perfume femenino que no reconoció. Levantó la cabeza y se quedó rígido, mirando a la mujer frente a él.

¿Qué demonios?

Ella estaba recostada en su sillón, con las piernas estiradas, mientras bebía de su botella de whisky como si fuera algo que hiciera todos los días. Era rubia, de cabello rizado, aunque estaba trenzado hacia un lado varios mechones de cabello caían en su rostro ovalado. Sus ojos grises lo miraban con diversión aunque ella estaba relajada sin ninguna expresión concreta.

Se le hacía conocida, pero no podía recordar dónde…

—¿Quién eres y cómo coño entraste aquí? —cuestionó molesto.

—Hmm —dijo ella dándole un trago a su botella mientras lo repasaba con la mirada. A él le pareció notar que se sonrojó, pero no podía decirlo a ciencia cierta, sus mejillas llevaban rubor desde antes.

—Responde la puta pregunta o te mataré —amenazó.

Ella frunció su ceño, pero no respondió. A él se le calentó la sangre y decidió que ya había tenido suficiente. Dio un paso hacia ella.

—Señor Relish —dijo una voz ajena que lo hizo detenerse. Miró en dirección de la otra mujer—. Yo la he llamado.

Frunció más su ceño mirando a la mujer entrar a la sala. Castaña, ojos verdes, alta y delgada. Vestía su refinado uniforme de abogada de siempre, camisa blanca, falda negra ajustada. La misma mujer que le había dicho quien era su padre y que la mitad de todos sus bienes le pertenecían hasta que la otra mitad se descongelara.

La abogada de su padre y ahora su propia abogada.

—¿Con qué derecho metes a una desconocida a mi casa?

La mujer lo ignoró completamente.

—Señorita Strong, muchas gracias por venir —dijo y la rubia hizo un gesto con desdén.

Edrick sintió que su mundo se desestabilizaba y volvió a mirarla. Tuvo que parpadear dos veces más para reconocerla. Era idéntica, sí, pero al mismo tiempo no. Ya la había conocido, sí, pero no era la misma. La niña que había enfrentado no se parecía en lo absoluto a la mujer que estaba en su sillón, todavía bebiendo alcohol.

La hija de Carrie Strong estaba frente a él. Viva.

—¿No estabas jodidamente muerta? —cuestionó sin poder detenerse.

Ella bufó, pero tampoco respondió. Y con un gesto apremió a la abogada.

—Señor Relish, es mi deber informarle que la mitad de los bienes del señor Axel Relish le pertenecen a Melissa Strong, a quien nombró como su segunda heredera en caso de que usted no quisiera hacerse cargo de…

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