15.5. Perder

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Súzdal, Rusia.

Lionetta observaba la puerta de la habitación con cansancio. ¿Cuántos días habían pasado? ¿Cuántas horas desde la última vez que la habían torturado? ¿Cuántas veces se había querido rendir? Oh, tantas preguntas. Empezaba a sentirse desesperada. Necesitaba salir de ese lugar. Ya había quedado claro que no iban a ir por ella. Y no los culpaba, supondría algo muy difícil encontrarla sin sus localizadores. Se preguntó si por lo menos estaban preocupados por ella. No se le ocurrió una respuesta.

Sabía que estaba siendo injusta consigo misma, ella no podía negar el cariño que los Kenner y los McKenzie le tenían. Estaba muy consciente de que todos eran capaces de crear desastres enteros por ella. Incluso su hermana traidora. Sobretodo ella. Melissa podría tener serios problemas de confianza, pero la quería. No como se lo merecía, pero la quería.

La puerta de metal se abrió, haciendo un chirrido. Y entonces lo vio. Prácticamente se lo lanzaron a los pies, pero verlo fue un golpe de esperanza que no se había molestado en sentir.

—Aquí está —dijo uno de los rusos—. ¿Es ella a la que te referías?

Howard la miró con los ojos abiertos de par en par.

—¿Qué carajos? —cuestionó.

Ella parpadeó para contener las lágrimas. Él la estaba mirando con preocupación, como si le importara y ella estaba tan necesitada de ese tipo de cariño, que se odió a sí misma por su debilidad.

Sabía lo que él estaba viendo. La razón por la que estaba tan quieta.

La habían encadenado a una silla, pero las plantas de sus pies estaban sobre una tabla con clavos que le habían sacado suficiente sangre para que se sintiera más cansada.

—Howard —susurró, encontrando su voz ronca.

También estaba herido, con varios hematomas en su rostro, y probablemente adolorido en todo su cuerpo. A diferencia de ella, no se habían contenido en dejarle cicatrices. Sus manos estaban esposadas y al parecer sus piernas no le ayudaban.

—Entonces se conocen —dijo el ruso detrás de él. Le puso el pie sobre la espalda, haciendo que Howard cayera por completo y soltara un gemido de dolor—. Esto va a ser interesante.

Lionetta quiso gritar que lo dejara en paz, pero mantuvo la boca cerrada y no se movió.

—Llamaré al jefe. Ustedes pónganse al día. —Se burló antes de salir.

Se sio cuenta que no les importaba dejarlos solos porque ya habian sacado todos los instrumentos de tortura.

Lionetta había aprendido que el subjefe se apodaba Jax, no tenía idea si era su nombre real, pero así lo llamaban cuando creían que ella no entendía lo que estaban hablando en ruso. Él era el que estaba a cargo de sus torturas y cada vez se ponía más creativo.

—Howard, ¿qué estás haciendo? —preguntó, mientras él se daba la vuelta en el suelo, mirando hacia el techo. Su mano presionaba sus costillas y ella se sintió mal por él.

—Tenía que asegurarme de que no estuvieras muerta. ¿Qué es lo que quieren?

Ella miró a la puerta y luego al hombre.

—Información que me niego a darles —confesó—. ¿Tú por qué sigues aquí?

Él la miró, e hizo una mueca al ver sus pies.

—Información que me niego a darles —repitió las palabras de ella.

Claro, tenía sentido. Él era el primer ministro de la agencia, si necesitaban información, él la tendría.

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