26. Amor sobre familia.

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Nuevamente estaba soñando

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Nuevamente estaba soñando.

Sólo que esa vez en lugar de soñar con algo extraordinario, tuve un recuerdo. Un muy buen recuerdo.

Tenía siete años, me habían separado de mi madre porque mi tío paterno había reclamado la custodia alegando que mi madre era negligente. Había odiado la casa desde el primer minuto en el que había entrado, y había odiado todavía más al hombre que trataba de ser mi amigo y no entendía que no podía serlo mientras fuera la razón para alejarme de mi madre.

Y por eso, no podía dormir por las noches.

Me aventuré a buscar en un móvil cuyo dueño no recordé, hasta encontrar el número de Luke Kenner.

Ya había podido conocerlo con anterioridad, lo había visto bailar con mi madre en nuestra cocina, había visto como él conseguía hacerla reír después de pasar mucho tiempo en un doloroso silencio. Él había sido amable y dulce conmigo, además de completamente caballeroso. Me dio el mejor desayuno de mi vida y me prometió llevarme un día a la fábrica de chocolates que tenía.

Así que esa noche lo llamé.

Contestó al tercer tono.

—Dime que es algo de vida o muerte o vete a la mierda, Gianna—fue lo primero que dijo, sonando adormilado.

Parpadeé varias veces y miré de nuevo el teléfono en mis manos. ¿Había marcado el número correcto? ¿El mismo caballero estaba maldiciendo?

—¿Luke Kenner? —pregunté, nerviosa.

Él se ahogó con algo y empezó a toser.

¿Melissa? ¿Qué...? Niña, por Dios, ¿qué son estas horas de llamar?

—No puedo dormir —confesé.

Lo escuché bostezar.

—Sí que puedes, cierra los ojos y cuenta hasta cien. Vamos, yo te acompaño... uno...

—¡No! ¡Ya llegué a mil y no puedo! —exclamé, desesperada.

Él gruñó algo sobre no tener hijos y de todas formas sufrir.

Hubo movimiento del otro lado de la línea y suspiró.

—Bien, bien. ¿Por qué no puedes dormir? ¿Hay algo en tu armario?

Miré el armario de mi habitación, desconcertada.

—¿Por qué habría algo en mi armario?

¿Y yo que voy a saber? Ustedes siempre piensan que hay un monstruo en el armario.

Palidecí.

—¿Hay un monstruo en mi armario?

¿Qué? No. No. Por supuesto que no.

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