Dios. Así sí que da gusto venir a la universidad. Con cero distracciones, nadie que pueda molestarte, solo tú, tu libro y tu quinto café del día. Me esperaba una noche de lo más larga.
Ah, y también adelanté con alemán. En una de las noches en las que no paraba de llorar compulsivamente pensando que mi vida se estrellaría por no pasar la materia, me descargué una aplicación para aprender idiomas, y ya iba por el nivel siete. ¡Nivel siete! Es un gran avance.
Maxon se reiría en mi cara si tuviese sangre en las venas y hubiese escuchado lo que acababa de pensar. Pero ni lo escuchó ni tampoco se molestaría en sonreír, creo que lo consideraba una pérdida de tiempo.
Eché una mirada hacia atrás cuando me fijé en que el enorme ventanal de la pared del fondo de la biblioteca daba nada más y nada menos que al edificio donde trabaja Max.
Era enorme. Blanco; gigante. Seguro que tenían una sala estilo a un planetario y no me lo quería decir porque ya se nos había quedado la coña de que solo se dedicaba a mirar el cielo y ya está.
A la que me giré de nuevo a mi mesa después de unos dos o quince minutos mirando realmente a la nada e imaginándome a mi profesor de alemán cruzando los pasillos de su centro enfurruñado y de brazos cruzados, mi móvil vibró. Mierda, era la pesada de Suki.
Salí rápidamente de la biblioteca sin recoger mis cosas, porque no pensaba moverme de allí fuese la emergencia que fuese. Tampoco podía; recuerdo que llovía a mares y no tenía coche.
—¡Hola, cariño!
—Estoy empezando a hartarme de tus "cariños" —rechisté —. ¿Qué pasa?
—Oh, nada. Solo quería asegurarme de que te ha llegado mi mensaje antes de que me vaya al bar donde he quedado con un chico que está como el queso.
Rodé los ojos y suspiré.
—Déjame adivinar con quién... ¿Liam?
Fingió sorprenderse por acertar —obviamente — y empezó a reírse como loca sola. Al final, acabé riéndome yo también.
—Pues sí, con el bombón de Liam. Bueno, ¿Qué te ha parecido Tom?
Enarqué una ceja. ¿Acaso lo conocía ya?
—¿Eh?
—¡Mierda! —gritó, y tuve que apartarme el teléfono del oído —. Pensaba que se había enviado la foto que he conseguido suya. Ahí va.
Me despegué el teléfono de la oreja y subí el brillo, no veía ni un pimiento.
—Ostras —musité, con los ojos más abiertos que la boca.
Tuve que hacer zoom y todo.
—Te quejarás de amiga...
—¿Es el tío bueno del club de natación? —tuve que preguntar, asombrada.
—¡Sí, sí! ¡Ese! —Afirmó, entusiasmada —. ya sabía yo que lo conocíamos de algo, pero no caía de qué. ¡Qué fuerte! ¿A que sí?
Un momento, ¿El popular Tom Forister, nadador con abdominales irresistibles de la uni sabía quién era yo?
—No entiendo —fruncí el ceño —. ¿Qué pretendes que haga yo con este chico? ¡No tengo nada que hacer! ¡Ni contarle un triste chiste!
Suki se echó a reír como una loca de nuevo. Me saltó hasta la risa de lo triste que sonó eso.
—Tranquila, mujer. Que ya sabe quién eres.
—¿¡Tom Forister sabe quién soy!?
Madre mía. No había tenido un viernes tan bueno como ese en mi vida.
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SIZIGIA ©
عاطفيةDestino. Quizá azar. O es que, simplemente, era tonta de remate. Olive solo necesitaba una cosa: aprobar esa maldita asignatura de alemán que escogió por error en la matrícula de la universidad. ¿El problema? Que no tenía ni la más mínima idea del i...