14 años
Impaciente, me desperté una hora antes de la que quedamos Klaus, ella y yo en la puerta de casa.
No pude pegar ojo en toda la noche.
Padre estuvo gritando durante al menos tres horas después de que Klaus se fuese de casa. Me prometí que no volvería a llorar, y por fin puedo escribir aquí que no lo hice. Lo conseguí. No lloré. No fui un debilucho.
Cuando el reloj marcó las ocho en punto, bajé de forma tan sigilosa por las escaleras que fue imposible que madre me escuchara. Seguramente, padre habría pasado el resto de la noche en el bar de siempre.
Al llegar al último escalón, me quedé paralizado mirando al frente, sin aliento.
En el sofá del salón, estaba madre con una caja de pañuelos en la mesa.
Si padre se enteraba... si me veía marchar...
Madre no era tonta. Estaba más que claro que iba a irme por un tiempo, o, con suerte, para siempre, con lo llena que llevaba la mochila.
Tragué con fuerza y miré al suelo, avergonzado.
—¿Te vas? —preguntó mediante un hilo de voz.
Asentí. No pude mirarla a la cara. No pude envalentonarme al admitir que la iba a abandonar.
Pero ya no lo soportaba. No sabía cómo había podido enamorarse de un monstruo como él. De alguien que no sabía querer y respetar. De alguien cruel y repugnante.
—Lo siento —murmuré. No solía disculparme con nadie salvo con Klaus. Pareció sorprenderle.
Su aspecto era enfermizo. Tenía la melena oscura revuelta, los ojos azules irritados y las manos temblorosas.
Madre es guapísima, es la mujer más bonita que he conocido, y verla así resultaba hasta doloroso.
Se puso en pie y me temí lo peor.
«Ella no. Ella no te haría daño por nada del mundo. No es él. Ella no».
Cerré los ojos cuando se puso de rodillas frente a mí y me envolvió en sus brazos, soltando un sonoro sollozo que me dolió más que nada.
No quería irme y dejarla ahí, en manos de ese animal.
No podía, no podía.
—Mi hombrecito —lloró, temblando —. Vete. Vete de aquí lo más pronto posible.
—¡No puedo dejarte aquí! ¡Ven con nosotros! —le grité, poniéndole mis manos en sus mejillas.
Me dedicó una sonrisa triste y le limpié las lágrimas. No podía verla así.
—Estás a tiempo, cariño. Estás a tiempo de empezar de cero con tu hermano y vivir la vida que te mereces, que os merecéis los dos.
—¡No quiero esa vida si no estás tú! ¡Vámonos, por favor! —le rogué, inquieto —. Klaus aparecerá enseguida, tienes tiempo para coger un poco de ropa y...
Acarició mi mejilla, esbozando una sonrisa por encima de sus lágrimas, y a mí se me alteró la respiración.
—Eres tan inteligente, cariño. Tienes tanto futuro... tantas oportunidades... —dijo, siguiendo cada centímetro de mi cara con la mirada, como si quisiera tatuarla en su cabeza —. Apoya a tu hermano con la astronomía. Sé que le apasiona. Sé que será brillante. Y tú... descubre lo que te apasione también.

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SIZIGIA ©
RomanceDestino. Quizá azar. O es que, simplemente, era tonta de remate. Olive solo necesitaba una cosa: aprobar esa maldita asignatura de alemán que escogió por error en la matrícula de la universidad. ¿El problema? Que no tenía ni la más mínima idea del i...