Capítulo 9

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Me pasé todo el fin de semana sintiendo una angustia en el pecho cada vez más grande con solo recordar lo que pasó en ese maldito coche.

Lo tenía decidido; despediría a Maxon. Bueno, me desapuntaría de sus clases. Era lo mejor.

No hablé con mis compañeros de piso en todo el fin de semana. No quise.

El viernes, al llegar a casa, me dieron todo el espacio del mundo y no me agobiaron en absoluto. Es más, no entraron a mi habitación, y lo agradecí en el alma. Necesitaba ese momento a solas.

Pero lo que me pasaba con la soledad es que, cuando la necesitaba, comenzaba a tirar de ella compulsivamente olvidándome de que tengo amigos, familia... y esas cosas.

Así que el sábado al medio día, Finn entró a mi habitación a pesar de haberle dicho que no. Prácticamente llevaba veinticuatro horas sin comer, ya que la noche anterior, no cené.

Bueno, miento; me comí una barrita Twix a las seis de la tarde entre estudios. Pero eso no cuenta. Solo para hacerme sentir mal por haber engordado unos dos kilos desde que Blake y yo lo dejamos y me sentí algo culpable por ello.

—Live, está la comida preparada —me informó con tono suave mientras yo me escondía bajo el edredón —. He hecho tallarines con queso, tus favoritos —volvió a intentarlo.

Y fue tentador. Realmente tentador. Lo que pasa es que no tenía mucho hambre y no dejaba de reproducir esa maldita canción en mi móvil.

Se sentó en mi cama con algo menos de paciencia, resoplando, y lo entendía. A veces, era realmente difícil hablar conmigo. El 99% de las veces estaba pletórica y era muy simpática. Pero ese 1%... era un baúl cerrado con candado y con la llave dentro. Era realmente muy difícil.

—Está bien. Te lo traeré a tu habitación —concluyó, en un murmuro.

Antes de que se fuese, saqué la mano del edredón y agarré la suya, reteniéndolo ahí un momento.

Me incorporé con mis pintas de mierda en la cama y, ostras, es que no aguantaba ni tres minutos sin llorar. Ya tenía los ojos llorosos porque me di cuenta de que tenía a los mejores amigos del mundo.

—Lo siento, Finn —murmuré, sin mirarlo a la cara y trazando dibujos inexistentes en su palma de la mano, enorme —. Lo siento mucho.

Me dio un abrazo de oso que podría haberme hecho llorar, es más, ganas tenía, pero creo que mi cuerpo se secó y no me quedaba nada más para llorar.

Aún así me apoyé en su hombro y él frotó mi espalda como gesto reconfortante.

—No pasa nada. Lo entiendo. Te entendemos —me dijo, aún abrazados —. Sabemos que lo necesitas, pero no por ello dejas de preocuparnos.

Y ya está. Esa frase fue suficiente para saber que, a pesar de una infidelidad, a pesar de la presión de unos padres cuya única preocupación acerca de su hija son las notas y el triunfo y, en general, una mala racha, había gente que me quería de verdad. Aunque fuese muy poca. De hecho, debía ser muy poca. El amor verdadero, no tiene por qué ser el amor de tu vida, y yo me di cuenta con ellos. 

—Es muy frustrante todo esto —le confesé, con la voz temblorosa.

Me agarró la cara con las manos y no pudo decir otra cosa más que:

—Todo es una mierda, sí. Pero para eso estamos aquí, ¿No? Para intentar hacer de esa mierda una anécdota divertida que contar en un futuro. Cuando seamos unos solterones viviendo juntos en un piso algo más... grande. Y nuevo —los dos reímos —. Pero el mundo no se acaba porque tengas una mala racha, Live. Todo lo contrario. El mundo es grande, aún queda tanto... —murmuró —. pero porque a veces te sientas pequeña, no significa que sea imposible. Hazte valer. Sé tú, Live, no dejes que nada ni nadie te apague esa luz tan tuya y tan especial. Y ahora, señorita —me tendió la mano, levantándome de la cama —. Vamos a ponernos hasta el culo de tallarines con kilos de queso, ¿Vale?

SIZIGIA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora