Sombras acechantes

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Poco más de una hora fue el tiempo que transcurrió desde que dejamos nuestra hermosa casa hasta que llegamos al infierno montañoso conocido como «bosque». Durante todo ese tiempo, ni siquiera me molesté en participar de las casi divertidas discusiones que mantenían mis amigos; no solo porque siguiese algo molesto por lo que había pasado antes, sino también porque durante todo el trayecto estuve luchando contra el miedo irracional que trataba de apoderarse de mí para dejarme a merced de mis propios pensamientos tétricos y perturbadores.

Tengo que decirlo, desde el instante en el que puse un pie fuera del vehículo, ya podía sentir que algo no estaba bien... Bueno, muchas cosas no estaban bien ahí, empezando por el hecho de que la brisa hacía que te entrara polvo a los ojos; pero ustedes saben a lo que me refiero.

Empezamos a descargar las provisiones del maletero y a poner las cosas en orden para dar inicio a nuestra expedición.

Llegados a este punto, debo acotar que la lógica en ese momento me decía que un adulto responsable debía quedarse con nosotros mientras estábamos ahí, por lo cual me resultó sorprendente que el señor Pierce nunca bajase del auto. Todo apuntaba a que el padre de Ty no iba a quedarse como guía y supervisor de nuestra indeseada aventura.

Confundido, me acerqué a la puerta del conductor y golpeteé en la ventanilla con los nudillos. Él bajó el vidrio.

—Señor Pierce, ¿no se supone que usted vendría con nosotros? —indagué, inquieto.

Por lo visto mi comentario le pareció increíblemente divertido, porque comenzó a reírse a carcajadas mientras me daba palmadas en el hombro. Me quedé mirándolo con una expresión de incomprensión.

—Tú sí que eres gracioso, hijo. ¿Por qué pensarías algo como eso?

—No lo sé. Me pareció que quizás el hecho de dejar a un grupo de adolescentes que no tienen ni idea de acampar correteando solos por el bosque no es precisamente un acto que grite: «¡Miren, soy un padre responsable!» —comenté.

—Tienes un buen punto ahí... —Frotó los cortos pelos de su barba—. Pero no. Hasta yo sé que acampar es horrible.

—¡¿Entonces está de acuerdo con abandonarnos aquí a nuestra suerte?!

El señor Pierce encendió el auto y quitó el freno de mano.

—No seas exagerado. No los estoy abandonando. Volveré por ustedes mañana. —Empezó a dar marcha atrás—. ¡SUERTE! ¡Y PROCUREN NO MORIR! —gritó finalmente.

Su chiste no había hecho más que acabar con la poca calma que me quedaba, haciéndome caer en la total y absoluta paranoia. Sin embargo, no podía dejar que nadie viera que estaba asustado, por lo que me limité a quedarme observando cómo el auto se alejaba hasta desaparecer en el horizonte. 


Al cabo de un rato, nos pusimos en marcha hacia la capilla abandonada. Y no fue sino hasta que hubimos caminado por más de tres cuartos de hora, después de haber visto que ninguna de las vallas de madera y ningún mapa turístico indicaban la ruta a seguir, que nos percatarnos de que no teníamos ni la menor idea de cómo llegar a nuestro destino.

En vista de nuestra desorientación, decidimos que lo más inteligente sería buscar el observatorio astronómico que allí se encontraba, ya que seguramente alguno de los trabajadores podría indicarnos en qué dirección debíamos ir.

Nos tomó otro rato llegar, porque ninguno de los cuatro sabía cómo leer un mapa (quizás debimos prestar atención en el taller de cartografía en lugar de enrollar los mapas y usarlos como espadas). Pero una vez allí, entramos en búsqueda de algún ser caritativo que nos orientase para llegar a nuestro macabro destino. Desgraciadamente para nosotros, el lugar estaba desierto, helado y sumido en la oscuridad, como si hubiesen cortado la electricidad y por eso les dieron el día libre (o tal vez estaban tomando su break para almorzar y eran ambientalistas). Fuese como fuese, ninguno de esos dos escenarios tenía demasiado sentido si considerábamos que se habían dejado la puerta abierta.

Half Blood: Destiny - AfterlifeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora