Amargas despedidas

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Dejé caer el corazón de Ryan tan pronto como dio su último y débil latido en mi mano, pues el instinto asesino que me había guiado e instruido para cometer tan horripilantes acciones se apagó, permitiéndome volver a ser yo.

En un completo estado de conmoción, comencé a caminar por la casa.

Mientras avanzaba arrastrando los pies y sujetándome de las paredes para no caerme, observaba, con un nudo en la garganta, los estragos que había cometido. No fui capaz de emitir un solo sonido, tampoco de dejar de temblar, mucho menos de pensar con claridad. Lo único que pude hacer fue contemplar, horrorizado, de lo que era capaz.

Los pensamientos y recuerdos se aglomeraron en mi cabeza al ver los cuerpos sin vida. Las escenas se repetían una y otra vez para atormentarme, me mostraban cómo no solo los maté, sino la tortura a la que los sometí y cómo disfruté de ella. ¿Saben cuál era la peor parte de todo? Que no sabía porqué lo había hecho.

El gozo, la satisfacción que sentí cuando los asesiné; todo se había esfumado. Vacío, tristeza, rabia; mi cuerpo había sido invadido por una combinación de los más horribles y desgarradores sentimientos que podía haber, sentimientos que, como una bola de demolición, estaban derribando cada parte de mi ser.

Miré el corazón de Ryan tirado en medio del río de sangre que salía de su cuerpo y se extendía por el piso. Aun teniendo el estómago revuelto, una parte de mí quería comerse lo quedaba de él.

Enfermo por todo lo que había acontecido, metí mi antebrazo en mi boca y empecé a morderlo. Aquel mordisco fue dado con tal fuerza y rabia que todo mi cuerpo temblaba mientras lo hacía. Y hasta que no sentí que estuve a punto de arrancarme la carne, no me solté.

—Soy un monstruo... —musité, llevándome las manos a la parte de atrás de la cabeza. Caí de rodillas junto al cadáver—. ¡SOY UN MALDITO MONSTRUO! —grité a todo pulmón, dejando que el hormigueo en mi nariz se transformara en las lágrimas que inundaron mis ojos.

¿Qué se suponía que hiciese ahora? Estaba demasiado agobiado como para responder a mis propias preguntas. Solo había una persona que podía ayudarme en ese momento...

Saqué mi móvil del bolsillo y le marqué. Tardó un rato, pero finalmente contestó.

—Hermano...

—Son las tres de la mañana, Austin. —La voz de Jake sonaba adormilada, e incluso logré escucharle bostezar; parecía que lo había despertado de un profundo sueño—. ¿Qué pasa?

Suspiré de forma pesarosa. 

—Hice algo malo. Necesito que vengas —informé entre sollozos. No sabía cómo había sido capaz de decir más de dos palabras seguidas sin desmoronarme.

—Austin, ¿qué hiciste? ¿Ir a dónde? —interrogó desconcertado. Su voz ya no sonaba adormilada, sino sobresaltada y preocupada.

—Estoy en casa de Tyler. Apresúrate —contesté antes de colgar y volver a guardar el móvil.

Me cubrí la cara con las manos para ocultar la vergüenza y la decepción que sentía hacia mí mismo. Pretendía quedarme ahí, hundiéndome en mi propia miseria hasta que Jake llegara, pero eso cambió en el momento en el que sentí una mano posarse sobre mi cabeza y acariciarme el cabello con suavidad. Me quedé inmóvil, mientras un profundo vacío se apoderaba de mi estómago.

No había nadie vivo en esa casa a excepción de mí...

Quien quiera que fuese, se agachó a mi lado, me descubrió la cara y procedió a secarme las lágrimas con sus dedos. Aun sin moverme pude apreciar que su mano era suave y pequeña; llevaba los finos dedos morenos llenos de delicados anillos dorados, y las uñas cubiertas de esmalte color lavanda.

Half Blood: Destiny - AfterlifeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora