El principio del fin

82 5 0
                                    

No sabía qué hora era; había perdido la noción del tiempo desde que estuve con Maddie. No debía ser tan tarde, aunque el cielo diese otra impresión: donde antes había estado plagado de estrellas, ahora se arremolinaban grandes y oscuros nubarrones que escondían a la luna y su brillo platinado. Sin embargo, la falta de claridad en el cielo poco me importaba, pues en ese momento yo era, genuinamente, la criatura más feliz del mundo. Hacía semanas que no me sentía tan bien, y ni siquiera otro desagradable encuentro con Tristán hubiese podido arruinármelo. 

Había estado dando saltos y bailando en el medio de la calle durante todo el camino de vuelta a casa. Era inevitable: ¡estaba enamorado! Me sentía tan dichoso que el pecho comenzó a dolerme de repente... Aguarden... Aquello no podía ser por la dicha, ¿o sí? Sentí una punzada que trataba de abrirse paso a través mi pecho, desgarrando, lastimando. Me detuve en seco y tragué saliva, esperando que el dolor cediera, pero este solo dio paso a un millón de pinchazos y escalofríos que empezaron a recorrerme de arriba abajo.

Mis piernas se volvieron como hojas de papel, incapaces de sostener su propio peso, y caí de rodillas al suelo. Por más que intenté ponerme en pie, era como si fuese un extraño en mi propia piel: sin control, sin poder. Terminé desplomándome por completo, quedando totalmente inmóvil en el áspero y frío pavimento. Respirar, moverme, incluso parpadear; todas las funciones de mi cuerpo se habían detenido.

De una manera totalmente bizarra, algo en mí había comenzado a fracturarse, y los pedazos resquebrajados de mi ser se desmoronaban hasta caer en un abismo oscuro, dejando en libertad lo que vivía dentro de mí. Por unos pocos segundos (casi eternos para mí), sentí como si dos fuerzas totalmente opuestas estuvieran librando un combate en mi interior para tener el control, una especie de frío y calor que se perseguían en cada rincón de mi cuerpo y descargaban la una contra la otra con violencia y desenfreno. No era más que un espectador en el conflicto que se había desatado; aun así, resentía cada golpe que intercambiaban mi corazón y mi mente.

Todo se calmó de un momento a otro.

Por anticlimático que suene, así fue. La pelea se detuvo sin previo aviso, permitiendo que mi cuerpo recuperase su movilidad. Todo parecía haber vuelto a la normalidad, a excepción de un pequeño detalle...

Yo ya no era yo.

Me levanté como si no hubiese ocurrido nada, me sacudí el polvo y me puse en marcha nuevamente, pero no para volver a casa. Esta vez tenía un nuevo destino en la mira: Coverton.


Me dirigí directo al gimnasio apenas llegué, sin reparar en nada o en nadie. Iba con una sola cosa en mente: acabar con lo que había empezado. Visualicé mi alrededor en busca de mis presas. No se les veía por ningún lado; sin embargo, podía sentir su olor a colonia barata y estupidez mezclada con el resto de aromas del lugar.

Cerré los ojos y empecé a olfatear, concentrando toda mi atención en su esencia. Una especie de hilo flotante se apareció ante mí como por arte de magia. Este me condujo hasta las gradas de madera al otro lado del gimnasio, donde me topé con los muy tontos, quienes se escondían ahí debajo para jugar a la Nintendo Switch y comer frituras.

Me acerqué a ellos con una falsa sonrisa en mi rostro.

—¡Hey, chicos! —saludé con ánimo. Muecas con una mezcla de sorpresa y desconcierto no se hicieron esperar por parte de ambos—. ¿Qué hacen aquí abajo? ¿Dónde están sus citas?

A Ryan casi se le salen los dedos de queso de la boca.

—¿Es... estás hablando con... con nosotros? —balbuceó.

Miré a un lado y al otro, desconcertado. 

—Bueno, no hay nadie más aquí abajo, ¿o sí? 

—Cierto, cierto —señaló Tyler. Seguidamente, vació todo el contenido de una bolsa de papas fritas en su boca y procedió a mascar de forma ruidosa—. No tenemos citas —explicó entre chasquidos—, nadie quiso invitarnos después de que nos humillaste. Nos colamos al baile por los bocadillos y el internet gratis.

Half Blood: Destiny - AfterlifeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora