La miserable vida de un muerto viviente

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En caso de que alguno de ustedes esté en búsqueda de una cura para combatir la tristeza, aprovecharé este momento para compartirles la mía. Si alguna vez me siento decaído o algo por el estilo, todo lo que hago es escuchar música de una playlist llamada: «Para ahogarme con mis propias lágrimas».

Así que, sí, la respuesta a la tristeza, por descabellado que suene, es la música triste. No sé si tenga algo que ver con el hecho de que negativo más negativo es igual a positivo, pero les aseguro que funciona.

Habían pasado un par de días desde todo lo que ocurrió con Maddie en las gradas del campo, y como si ya no me sintiese lo suficientemente terrible cada vez que lo recordaba, me tocaba sentarme justo detrás de ella en clase de historia.

Durante ese periodo, no solo debía preocuparme por no volverme loco a causa del delicioso olor de mis compañeros, sino que, además, debía resistir la angustia que me generaba el tener que ver su sedoso cabello bailando frente a mí por sus constantes cambios de posición, oler su empalagoso perfume de vainilla y oír su meliflua voz cada vez que respondía a las preguntas del señor Hatcher. Era una completa tortura, en serio.

Lo maldigo señor Hatcher. Lo maldigo a usted y a sus estúpidos puestos fijos.

Se los juro, quería salir corriendo del salón y desaparecer... o que alguien me arrancase el corazón; cualquiera de esas opciones funcionaba para mí. Tristemente, la realidad era otra, y mis únicas herramientas para intentar combatir con aquello eran las canciones de Lewis Capaldi y mantener la cabeza gacha durante todo el tiempo que me fuese posible.

—Con esto culminamos nuestro breve repaso a la juventud del pequeño gigante, Napoleón Bonaparte. —Lograba oír vagamente al profesor por encima de la melodía que estaba tocando el piano—. Ahora, tengo una pregunta antes de entrar en materia: señor Sloan, ¿acaso le aburre mi clase? —Quería pretender que estaba muerto, razón por la cual ni siquiera me moví cuando me llamó—. Señor Sloan, es la quinta vez que se lo repito esta semana, está prohibido dormir durante la clase.

Con fastidio, levanté la cabeza y me quité los audífonos.

—No podría dormir aquí ni queriendo. Una viva imagen de usted se aparece frente a mí cada vez que cierro los ojos en este salón —respondí, esbozando una sonrisa sarcástica.

—Señor Sloan, ¿le parece que la historia es aburrida?

—¿Quiere que le responda con honestidad, o con educación?

—¿Debo recordarle que ya debe tres semanas en detención?

Volteando los ojos, me acomodé en el asiento.

—No. No necesito que me recuerde lo miserable que es mi existencia. Gracias.

El señor Hatcher se levantó de su silla para dar la vuelta al escritorio y apoyarse en la parte delantera de este. Su pose era la de un profesor que intentaba ser intimidante y buena onda al mismo tiempo, aunque solo conseguía verse como un papanatas con un horroroso peluquín de zarigüeya atropellada.

—Hagamos algo: usted me responde a una pregunta, y yo ignoraré por completo su mala educación. ¿Le parece?

—Si con eso me ahorro una semana más arreglando casilleros, por supuesto.

Rebosante de entusiasmo, el señor Hatcher aplaudió.

—¡Esa es la actitud que estoy buscando! —Me señaló con su dedo índice—. Entonces, quiero que me diga... la fecha de una batalla de las guerras napoleónicas cuyo desenlace haya sido una derrota para el ejército francés.

La respuesta vino a mí tan rápido que incluso desconcertó a varios de mis compañeros:

—La caída del enano, 18 de junio de 1815. Batalla de Waterloo.

Half Blood: Destiny - AfterlifeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora