La campana que marcaba la llegada de la hora del almuerzo se escuchaba por toda la escuela, dando salida a una estampida de estudiantes hambrientos que se dirigían a la cafetería. Como de costumbre, llegar allí era un verdadero lío, pero nada en comparación al caos que te esperaba una vez entrabas. Los más chicos corrían de un lado al otro con sus bandejas, los grandes se arrojaban comida, bolas papel y cualquier objeto que estuviera a su alcance, y los profesores gritaban indicaciones a las que nadie ponía atención... Ah, y todo eso con un escándalo que se podía escuchar desde la otra calle.
Eso sí, la comida que daban en la escuela no era para nada mala, mucho menos los lunes de pollo frito y puré de papas. La parte negativa era que siempre se hacían filas extremadamente largas para que te sirvieran. Algunos estudiantes preferían llevar sus almuerzos listos desde casa para evitar aquello. Me gustaría decir que mi hermano y yo formábamos parte de ese selecto grupo de individuos; sin embargo, mamá era de las personas que se tomaba su tiempo para cocinar, por lo que nunca tenía el almuerzo listo a tiempo.
No tenía intenciones de estar ahí por veinte o más minutos, al menos no con el hambre que tenía. Por suerte, no hacía falta que lo hiciera, pues ser un half tiene sus ventajas, como poder hipnotizar descaradamente a niños de séptimo grado para que te den sus almuerzos.
Con un par de platos listos para ser engullidos, miré a mi alrededor en busca de algo raro y casi imposible de ver en Coverton: una mesa libre.
Nos regíamos como manadas de lobos. Cada grupo en la escuela (nerds, músicos de banda, futuras estrellas, deportistas, etc.) escogía un lugar para almorzar a principios del año escolar, y durante el resto del ciclo, ese era su territorio. Y como las cosas funcionaban así, todas las mesas solían llenarse desde el primer día de clases; y las pocas que quedaban libres solían ser para los niños nuevos, quienes aún no pertenecían a ningún grupo. En nuestra pequeña selva de concreto y mesas rectangulares solo había una ley: nadie entraba al territorio sin el permiso de la manada.
Los únicos con una mesa fija eran The Elite, quienes se encontraban por encima del resto; y no lo digo en sentido figurado, ya que se habían adueñado de la única mesa sobre el muro en el que teníamos las máquinas expendedoras, justo al fondo de la cafetería. Era ahí, al lado de esos hermosos idiotas, donde se encontraba mi lugar habitual; aunque, por la forma en la que me miraban, estaba claro que ya no era bienvenido. De hecho, me atrevería a decir que no era bienvenido en ninguna mesa, ni siquiera en la de los perdedores, junto a los botes de basura.
Mientras pensaba en dónde demonios iba a sentarme para devorar mis cinco bandejas de pollo, Jake se acercó a mí.
—Oye, tengo que ir a comer —dijo, señalando a una porrista rubia que lo esperaba a la entrada de la cafetería—. ¿Vas a estar bien aquí por tu cuenta? Solo serán unos minutos.
—No te preocupes por mí. No pretendía quedarme aquí.
—Entonces, ¿a dónde irás?
—A donde pueda estar solo...
Así fue como terminé comiendo en medio de las gradas de un gran campo vacío, donde la única vista que tenía era un reluciente alambrado que delimitaba con el estacionamiento de la escuela, yardas y más yardas de pasto descuidado, y dos enormes postes de anotación que se ubicaban a los extremos de la cancha, ambos pintados con los colores de la escuela: blanco, negro y amarillo.
Era un buen lugar para estar solo. El característico olor a sudor de atleta y comida chatarra impregnado por doquier, las corrientes de viento soplando sin cesar, el inclemente sol de mediodía brillando sobre mí; no necesitaba más que eso.
Me encontraba comiendo mi pollo frito plácidamente cuando, de repente, el radar que tenía por nariz captó a alguien acercándose. Aún se me hacía extraño el tener la capacidad de percibir aromas de la forma en la que lo hacía, y me era casi imposible saber desde que dirección provenían. Sin embargo, sabía que la persona que se aproximaba usaba un shampoo con esencia a manzana verde y canela. Estaba seguro que no se trataba de Jake; él prefería usar fragancias más «varoniles», como campo de lavandas y cosas del estilo.
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Half Blood: Destiny - Afterlife
FantasyDespués de una vida de burlas, decepciones y rechazos, un adolescente con una terrible actitud es chantajeado por sus tres amigos para emprender un viaje al bosque en la víspera de su cumpleaños número diecisiete. El objetivo era sencillo: tomar fot...