De vuelta a la... ¿normalidad?

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Al entrar a casa, la puerta del salón, que se encontraba a nuestra izquierda, estaba abierta de par en par, dejando ver la desgarradora escena que tomaba lugar en medio de este: mamá y papá, ambos de pie a un lado de la chimenea, trataban de responder a las preguntas que les hacían los dos oficiales de policía que estaban sentados en el gran sofá beige frente a ellos. Mamá tenía un aspecto terrible; prácticamente se desmoronaba en los brazos de papá mientras lloraba de forma inconsolable. Papá, por su parte, no parecía estar mucho mejor que ella, y aunque trataba de mantenerse sereno, estaba tembloroso y muy pálido, tanto que era imposible atinar que el verdadero tono de su piel era muchísimo más tostado. 

Todos se giraron hacia nosotros al sentir el sonido de la puerta cerrándose, quedando en completo silencio. Estaban impactados, como si tratasen de asimilar lo que veían sus ojos.

—¿Esos son sus hijos perdidos? Porque si me lo pregunta a mí, no se ven tan perdidos —comentó de forma graciosa el robusto oficial de bigote. Era un hombre realmente enorme, de tez muy oscura y voz sonora.

Tras unos segundos de estupefacción, mamá y papá corrieron a abrazarnos con lágrimas en sus ojos.

—¡Pensamos que no los volveríamos a ver! —dijo mamá entre sollozos.

Papá se separó de Jake y lo tomó por los hombros.

—¡Creímos que estaban muertos! —Empezó a agitarlo.

Jake y yo nos miramos, confundidos. Se suponía que esa era la hora a la que el señor Pierce nos llevaría de vuelta a casa.

—¿Por qué pensaron eso?

—Tyler y Ryan nos llamaron esta tarde —respondió mamá, que aún me mantenía sujeto con fuerza contra su pecho—. Dijeron algo sobre haber sido atacados por un lobo gigante y no sé qué más —las palabras se le entrecortaban de la emoción—. Los pobres chicos estaban tan alterados que casi no encontraban cómo decirnos que ustedes dos se habían perdido en el bosque. —Mamá se echó a llorar otra vez.

—Par de idiotas... —mascullé—. Mamá, estamos bien, ¿vale? —La separé de mí y le dirigí una mirada tranquilizadora

—Sí, mamá. Ya deja de llorar, por favor. No es lindo verte así —comentó Jake.

Los policías tomaron sus gorros y se levantaron del sofá.

—Creo que nuestro trabajo aquí ha terminado. Anótalo en la lista de casos resueltos, Johnny —ordenó el oficial a su blanco y larguirucho compañero mientras recorrían el camino hacia la salida—. Con su permiso, señores. Tenemos rondas nocturnas que hacer. —Abrió la puerta y los dos salieron—. Que pasen buenas noches.

Con la conmoción del momento acabada, mamá se sorbió la nariz, limpio sus lágrimas con un pañuelo de tela que le había sacado a papá del bolsillo y, como si nada hubiese pasado, lo cogió del brazo para conducirlo hasta la mesa, donde ambos se sentaron. Realizando un gesto con la mano, nos indicó a Jake y a mí que hiciésemos lo mismo. Sin rechistar, ambos la obedecimos.

—Antes de que nos cuenten qué fue lo que ocurrió en el bosque, solo voy a hacer una pregunta... —La voz de mamá ya se notaba más calmada.

—Su madre solo les hará una pregunta —repitió papá.

—Austin, mi niño hermoso, mi hijo querido... ¡¿Por qué razón tienes el cabello blanco?! —interrogó, alterada.

—Sí, Austin. ¡¿Por qué tienes el cabello blanco?! —repitió papá nuevamente.

Mamá se volvió hacia papá. Tenía esa típica mirada que puedes descifrar a veinte metros de distancia, una mirada en la que claramente se leía: «No sabes las ganas que tengo de darte una colleja ahora mismo».

Half Blood: Destiny - AfterlifeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora