Zafiro, el color de un asesino

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Tan pronto como los miembros de ambos consejos abandonaron la sala, los guardias procedieron a desatarme. Al retirar las sogas, las marcas en mi piel, generadas por la presión de la atadura, se hicieron visibles. Entonces pude sentir cómo la sangre volvía a circular por mis entumecidas extremidades.

—Ahora vamos a quitarte las esposas por un segundo. No intentes nada raro —me advirtieron.

—Oh, gracias por su advertencia, caballeros —dije con sarcasmo—. Salir corriendo era lo primero que tenía pensado hacer cuando me soltaran; digo, ustedes son dos y yo uno. ¿Qué podría haber salido mal?

Seh, esas fueron las palabras que salieron de mi boca, pero ¿quieren que sea sincero con ustedes? Sí que pretendía escapar, y la única razón por la que no intenté hacerlo, fue porque al decirlo en voz alta me di cuenta de lo estúpido que sonaba. En serio, había dos enormes vampiros justo a mi lado, y yo... Bueno, yo ni siquiera sabía dónde estaba metido. ¿A dónde demonios se suponía que iba a llegar así?

Mientras uno de los guardias me sujetaba de los hombros, el otro liberó mis manos, me hizo colocarlas al frente y me volvió a esposar. Fue entonces cuando lo vi de nuevo: no eran esposas ordinarias, una rara y sombría aura se desprendía del brillante acero con el que estaban hechas, como si fuese una especie de humo.

De mala gana, me pusieron de pie y, a base de empujones, me hicieron caminar fuera de la sala. A unos pasos de nosotros, frente al espacio entre las dos puertas, se encontraba una gran escalera de madera oscura que conducía a la planta inferior. Esta contaba con un pasamanos de hierro negro forjado que bordeaba el hueco de la misma y delimitaba dos pasadizos que conducían hasta una pequeña estancia que se encontraba al otro lado del pasillo.

Miré a los lados en busca de algo que me permitiera ubicarme. Tanto a la izquierda como a la derecha se extendían un par de amplios y limpios corredores de paredes color lima e incontables puertas. Ambos estaban decorados con lo que asumía eran réplicas muy convincentes de pinturas famosas (como la noche estrellada y los girasoles de Van Gogh) y tapetes con los mismos colores que los de las túnicas que usaban los vampiros.

Al bajar la escalera, fuimos recibidos por una puerta doble de cristal, la cual tenía vista a una fabulosa piscina rodeada por elegantes tumbonas reclinables y enormes palmeras ubicadas estratégicamente a lo largo del amplio contorno de mármol blanco, todo en mitad de un patio trasero de dimensiones incalculables.

Después de ver eso, estaba casi seguro de que me encontraba en una mansión de Beverly Hills. ¿Que cómo lo sabía? Sencillo, las palmeras. Además, era el único lugar no tan alejado de donde nos habían arrestado en el que se veían patios traseros como esos.

Actualización de estado: seguía sin tener la más mínima idea de dónde estaban mis compañeros. Sin embargo, ya sabía dónde estaba yo, y eso era un avance.

Los guardias me llevaron por el pasillo a mi derecha, conduciéndome directamente hasta la impoluta, lujosa y muy bien equipada cocina; cosa que me pareció curiosa, porque ¿para qué necesitaban un puñado de vampiros una cocina? Era desconcertante.

El guardia del mohicano se acercó a la estantería de la vajilla que estaba pegada a la pared del fondo, la desplazó hacia un lado y... ¡Bam! Había un muro de concreto detrás de ella... Nah, es broma. Detrás de la estantería se escondía la entrada de un pasadizo secreto.

En este momento me veo en la obligación de detenerme para hacer un llamado de atención: queridos señores dueños de mansiones, si quieren tener un pasadizo secreto en sus faraónicos hogares, entonces háganlo. Pero por el amor de Dios, ¡que no sea un agujero lúgubre y horroroso! Esmérense, decórenlo; no sé, háganle algo. No es posible que en un lugar tan suntuoso tengan un hueco que tiene pinta de conducir al infierno. Por su atención, muchas gracias.

Half Blood: Destiny - AfterlifeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora