- XXII -

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El inconmensurable tiempo su marcha jamás detiene, Remy pensó a las tres semanas de su regreso a clase. Agotado en cada noche pero fresco y resuelto cada mañana para continuar en esta nueva vida que se diluía como agua en él.

A cada sesión de terapia a la cual asistía mas mejoría iba mostrando. Se sorprendía a cada momento del mismo modo que los doctores reportaban el progreso de su padre. Nada era fácil, pero las recompensas ese exitosos desempeño eran invaluables para ambos, padre e hijo.

Desde que regreso a casa, con esta nueva vida, han tenido que experimentar una variedad de experiencias y sentimientos que no podía predecir que sucederían. Todas estas experiencias cobran una factura, pero le permiten aprender. Pero aún faltan muchas mas que definirán su futuro, o destino, de aquí para el final de su vida.

Viernes. El ponerse al día estaba siendo un reto demasiado exigente, pero debía de hacerlo, "sin claudicar", eso diría su amigo Eduardo. En esta mañana que comenzaba a iluminarse Remy se detuvo antes de llegar a la escuela para poder ordenar un café, las pocas horas de sueño ya se le notaban en el rostro. "Nada que un buen café no pueda arreglar". Bajo del auto y entro, ordeno un café negro, grande, lo necesitaría para iniciar la mañana con empeño. Delante de él una figura de una mujer alta de cabello oscuro poco ondulado batalla por encontrar dinero en su cartera para poder pagar por su bebida. La barista del lugar la mira con prisa y una pizca de molestia.

- Creo que olvide mi tarjeta. –declara la chica de cabello ondulado-

De reojo Remy mira la escena, la barista con una cara de incredulidad escucha.

- Cóbrese ambas bebidas por favor. -dice Remy mientras extiende su tarjeta-

La chica alta lo mira como su salvador, lo reconoce.

- Me avergüenza mucho, pero muchísimas gracias. –la tez delicada tez morena de la chica se enjoya con una amplia sonrisa a modo de agradecimiento-

De todas las actitudes y acciones que en los últimos días Remy ha tenido, ha descubierto que algunas se han llevado acabo de manera involuntaria; solo "le nacen". A pesar de ello, la invitación a esta desconocida es a razón de ver la hora, se empezaba a hacer tarde para llegar a la escuela y sin ser impaciente, la orden de la chica ya lo estaba haciendo perder tiempo.

- No hay problema. –con la mano niega- A todos nos puede pasar.

Con una mirada de acierto la morenita de cabello ondulado, sonríe nuevamente.

- Tu eres Remy Bazán, ¿cierto?

Ya no siendo un desconocido en la escuela, el ser reconocido no le resultaba incomodo, lo que le era incomodo era el porqué; ¿por haberle roto la cara a un compañero, por ser amigo de Lorgia o por el concurso de literatura?

- Si. –respondió amigablemente- ¿Nos conocemos de la escuela? –mentía, el solo tenia a tres personas la cuales frecuentaba, Michelle, Eduardo y Lorgia a nadie más, pero prefería ser cortes-

La barista les entregaba sus bebidas y les agradecía su preferencia a la cafetería. Ambos dieron un par de pasos encaminados a la salida, sin dejar de mirarlo, con los ojos entrecerrados a modo de inquirir, no dejaba de mirarlo.

- Bueno, yo conozco a Lorgia. –miraba su bebida como una niña esconde la mirada por alguna travesura- Soy de último semestre.

- Mucho gusto... -hacia una pausa Remy mientras abría la puerta para que ella pudiera salir y responder-

- Soy Pamela, mucho gusto Remy. –respondía irguiéndose y mirándolo cándidamente-

Entonces recordó Remy, aquella celebración a la que Lorgia invito, el cumpleaños de Pamela, esta era ella. Recordar a Lorgia le entristeció un poco. Él asintió con la cabeza y se detuvo delante del auto de su padre.

Promesas RotasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora