- XXI -

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El ayer esta muy lejos y un nuevo día comienza. Los días anteriores fueron jornadas agotadoras, el llevar a su padre a terapia y traerlo de regreso era complicado. Al llegar la noche Remy quedaba muy agotado.

De no haber sido por la ayuda de la enfermera, su rutina hubiera sido imposible. El tener ayuda en casa le permitiría intentar recuperar el semestre, regresar a la escuela. Sin embargo toda la emoción de regresar desaparecía al saber quién más estaría ahí. Desalojo esas ideas de su cabeza por ratos.

El segundo día en casa fue todo limpieza y ponerse de acuerdo con la enfermera sobre horarios y actividades; al día siguiente ya era momento de regresar a la escuela después de casi un mes de ausencia, le gustara o no.

En aquel día, muy temprano Remy inicio su día; tuvo listo a su papa para la llegada de la enfermera, ambos habían desayunado regalándose una grata compañía. Después de la demostración de su padre, el poder mover un poco sus manos, todo se veía alentador en su recuperación, difícil, dura, pero alentadora, habían dicho los médicos al saber del progreso de su padre. Aquel simple leve apretón de manos fue tanto para ambos. Una vez con su padre y la enfermera en el auto se dirigieron a la clínica para la terapia de su padre. Ya una vez dejándolo en buenas manos, condujo en dirección a su escuela, con el tiempo apremiante.

Al padre de Remy siempre le habían gustado los autos deportivos; para Remy, entrar a la escuela por el estacionamiento, manejando aquel auto de su padre le pareció singular. Un inglés, descapotable, de un rojo impecable, de ocho cilindros y asientos en piel. Jamás lo había hecho, el conducir un auto para ir a la escuela era algo que nunca hubiera imaginado. Recordó la primera vez que entro con Lorgia en su auto.

Mirarlo manejando el auto también fue extraño para quienes estaban cerca; atrajo muchas miradas, por igual. El verle bajando de aquella maquina atrajo la mirada de varias chicas, después de todo el ya no era un desconocido, mucho menos después de haberle roto la nariz a aquel tipo.

Al entrar a la explanada sintió muchas miradas, mucha gente le miraba sorprendida por que no se le había visto después de que tuvo esa pelea. Muchos aparte de fijar su mirada en él hablaban de la pasada pelea como una hazaña y las voces se corrían.

Subió las escaleras deprisa y algunos incluso le abrieron paso enmudecidos, sorprendidos de verlo ahí. Remy sabía de esos ojos sobre él, pero solo les ignoro inconscientemente; paso a lado de todos ellos sin siquiera mirarlos. No por vergüenza o pena, con normalidad. Ni él mismo sabía lo que hacía, era natural; ni él sabía que algo cambió en sí, había madurado... aunque fuera solo un poco.

Al pararse frente a la puerta del aula dio un vistazo rápido hacia adentro del mismo, al caminar un par de metros todos callaron al verlo. Remy pudo ver como Michelle dejaba el lugar de siempre, parecía que era su preferido y tomo un asiento apartado del de él. Y sin preocuparse Remy se sentó donde habitualmente lo hacía, ahí mismo donde Michelle lo conoció. La clase no tardo en comenzar y esta vez era su profesor preferido, el mismo que le impuso el castigo el primer día de clases.

Como siempre tomo asiento despreocupadamente y después de dar un trago a su café y levantar la vista observo que Remy estaba en su clase y con saña el circo comenzó.

- ¡Que maravilla! – exclamaba el profesor mientras se ponía de pie- Nos encontramos con una grata sorpresa. Ya que después de casi un mes de ausencia el señor Bazán nos deleita con su presencia. –mirando directamente a los ojos de Remy prosiguió irónicamente- Desgraciadamente no vemos al señor Eduardo que lamentablemente ha pasado a mejor vida.

Con furia y reproche Remy le mantuvo la vista al profesor sin parpadear un segundo. Era todo lo que podía hacer ante las palabras del profesor.

- Así estaría completa la imagen... -tres segundos de frio silencio se hicieron mientras estudiante y profesor se enfrentaban cara a cara, vista con vista-

Promesas RotasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora