- XXV -

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El pálido y pulcro blanco se comenzaba a perder ya, en los bordes de la pequeña caja adornada con un listón y moño color carmesí. Ya había estado en sus manos por algunos días, buscando el momento apropiado para poder entregar ese regalo, y ello estaba acabado con ese blanco impecable. No estaba la tarjeta pegada en la caja, se la había quitado y pegado nuevamente al menos dos veces; pero al final prefirió que en lugar de una nota, le dijera de viva voz, de frente, que le agradecía. Una vez que decidió, que para poder superar todo lo que estaba viviendo, desde aquella decepción al verlo salir de la heladería del brazo de Pamela, tenía que entregar ese regalo, agradecerle haberle ayudado e intentar continuar evitando verlo, hablarle, sin resentimiento, al final, ellos no eran nada el uno para el otro, mas allá de los sentimientos que podían tener.

Antes de decidirse a todo lo anterior, Michelle se retrajo nuevamente, parte de la negatividad que tenía cuando regreso se había ido, incluso ahora se permitía, al menos dar los "buenos días" a Erick, que como perro fiel seguía sentado a su lado. Su intento era perderse en las clases, estando atenta a ellas; de vez en vez lograba hacerlo, pero en otras ocasiones miraba de reojo a aquella banca que compartió con su "ex", quería nombrarlo secretamente así, sin su nombre, eso le restaba poder a lo que sea que podía venir de él.

Esos días evito todo contacto, hasta ahora que decidió entregar el presente y seguir adelante. Sin embargo había un problema, pensaba dárselo al final de la última clase, pero él no se había presentado, no estaba con Pamela, ella se encontraba presente. Odiaba a esa morena de cuerpo perfecto que siempre buscaba verse glamorosa en la escuela, podría sentirse menos iracunda si Remy estuviera con cualquier otra. "Bueno otra, menos Lorgia y la resbalosa de Pamela". Seguía sin saber nada de Lorgia, nadie le decía nada, y bueno, ella tampoco dirigía la palabra a otros. El problema era que ella quería terminar con eso del regalo ese día y su "ex" –como ella ya lo llamaba- se había desaparecido, no podía dárselo después por que tenía que entrar a un taller de literatura para poder pasar la asignatura y comenzaba esa misma tarde después de la última clase.

Guardando con cuidado la pequeña caja, deseando que no se maltratara más, se resignó por ese día y volvió sus ojos cafés a lo que el profesor explicaba y así perderse en la lección.

* * *

El sonido del reloj que se encontraba en la pared frente a él, sonaba con eco cuando la mayor parte del personal administrativo de la dirección, súbitamente desapareció, sería la hora del café o todos eran muy callados al trabajar. Ese eco le resonaba en los oídos, mas aun después de tener mas de veinte minutos esperando por hablar con el director. Estar en una posición, como esa, sería de gran preocupación para Remy hace apenas unos meses, aunque en esta ocasión motivos distintos lo obligaban a solicitar audiencia con él. Con un dejo de amargura recordó las veces que estuvo ahí, la mayoría en compañía de su amigo Eduardo, ya fuera por un lio o por malas calificaciones; sonrió levemente recordando lo vivido con él, siempre tenía una puntada graciosa para momentos como ese; mas, Remy, no sabía como enfrentar este tipo de momentos, solo con seriedad.

La puerta color fresno se abrió con un ligero rechinido de la chapa y de ahí se asomo el director que con un ademan invito a Remy a pasar.

Entrar a esa oficina era como retroceder en el tiempo, el escritorio, la pintura y los libreros lucían gastados, del tipo que había en los años noventa, las dos sillas frente al escritorio eran de fría lámina de acero pintadas en un color beige que ya había dejado los bordes de las esquinas por su uso.

Con pasibilidad Remy tomaba asiento mientras el director de la escuela estaba de pie, frente a él a un costado del escritorio viejo, limpiando sus lentes negros de pasta con un pañuelo de algodón a rayas, tenía los ojos cerrados mientras lo hacía, eso permitió la oportunidad para que Remy pudiera mirar a su rostro y ver las arrugas que esculpían su tés en veredas ya profundas en su piel, todo por la edad y seguramente la profesión. El director ya tenia mas de treinta años en su puesto y a pesar de ese aspecto avejentado, con su pelo totalmente cano, aun caminaba rígido y a paso vertiginoso, parecía disfrutar su trabajo no obstante lo que otros pudieran pensar. Abrió los ojos para mirar sus lentes que ya casi parecían estar relucientes.

Promesas RotasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora