Capítulo XXX: To Télos

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~°~°~ Capítulo XXX: To Télos ~°~°~

~°~°~ El Epílogo ~°~°~

El camposanto albergaba una gran cantidad de terreno, donde podían apreciarse verdaderas obras de arte en el diseño y arquitectura de algunos mausoleos de prestigio. Antiguo, pero lejos de estar abandonado, el lugar se mantenía con su grama fresca y con diversas flores silvestres que se colaban para decorar el ambiente con colores agradables.

Una pequeña niña, con su cabello rubio peinado en un par de coletas, observó maravillada, con sus grandes ojos ambarinos, un arbusto lleno de flores rojas. Corrió hacia él y comenzó a agarrar una por una, con un cuidado tan delicado, extraño para alguien de apenas seis años.

Juntaba algunas flores con hojas de diferente forma y algunas otras flores amarillas que crecían desde el suelo. Terminó formando un pequeño y hermoso ramo, del cual se sintió muy orgullosa y sonrió de satisfacción. Se dio la vuelta para correr a enseñárselo a sus padres.

En el camino, chocó con algo y terminó cayendo de sentón al suelo, haciendo que su creación quedara esparcida por el camino adoquinado. Al ver las flores desparramadas, comenzó a llorar.

—¡Anastasia! —llamó su padre, llegando a donde ella estaba. —Fue un tropiezo, todo estará bien —consolaba mientras revisaba si el golpe no había sido de gravedad. Afortunadamente no lo fue.

—Noooooo —entre el llanto y los hipos, a la vez que le limpiaban la cara con una toalla, logró señalar al culpable del dichoso tropiezo. La niña especificó que no había sido un accidente.

—¡Alexander! ¡Caesar! Vengan acá de inmediato si no quieren tener peores consecuencias.

Luego de un tiempo, y de verse descubiertos por las risillas que soltaron, llegaron con su padre. Ambos con su cabello azulado lleno de hojas y las mejillas sucias de tierra. Idénticos, como si uno de ellos fuera un espejo. Sus miradas con pupilas verdes escondían una pequeña culpa. Sonrieron traviesos, fueron regañados y se disculparon con su hermana, quien aceptó el perdón luego de que su padre, quien tenía su cabellera azulada en una coleta, la cargara en brazos.

—Escuchen bien los tres —dijo el padre de los tres chiquillos, colocándolos en fila para poder verlos fijamente a los ojos, con firmeza. —Deben comportarse. Hoy es un día importante para su padre. Nada de travesuras —amenazó el griego.

—Está bien —respondieron los tres al unísono. A la vez que, uno de los niños jaló una coleta de la rubia. Naturalmente se quejó sonoramente, y nuevamente Kanon los llamó al orden.

—¡Alexander!

—Fue Caesar

—¡No! Yo los puedo diferenciar bien y no me van a engañar —exclamó al borde de un colapso nervioso. Él conocía bien ese juego y no caería en los mismos trucos. Aunque para ser sincero con él mismo, había ocasiones en las que dudaba. Ésta no era una de ellas.

Una vez calmados. Se reunieron con el hombre rubio que los esperaba frente a una voluminosa y hermosa escultura. El panteón de la familia Gastrell.

Luego de lograr que los niños cumplieran con un tiempo de silencio respetuoso y que encendieran algunas veladoras al abuelo que nunca conocieron, se les otorgó permiso para que corrieran en un área donde no había tumbas, y que no se perdieran de vista. Los dos adultos se quedaron un momento frente a uno de los nichos.

—Valentine, me parte el alma que no hayas logrado ser feliz, como yo lo soy ahora —expresó Radamanthys, con gran pesar.

—No fue tu culpa —dijo Kanon, acercándose para abrazarlo por la cintura, descansando su quijada en el hombro ajeno.

Drákos AgóraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora