Capítulo XXVII: El Anahata

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Fotografía de un cúmulo de galaxias por el telescopio Webb, 2022. Al final todos somos, cúmulos de estrellas.


~°~°~ Capítulo XXVII: El Anahata ~°~°~

"Hace falta mucho valor para dejarse amar sin reservas. Un valor que es casi heroísmo. La mayoría de la gente no puede dar ni recibir amor porque es cobarde y orgullosa, porque tiene miedo al fracaso. Le da vergüenza entregarse a otra persona y más aún rendirse a ella porque teme que descubra su secreto... el más triste secreto de cada ser humano: que necesita mucha ternura, que no puede vivir sin amor. Creo que ésa es la verdad. O al menos eso he creído durante mucho tiempo, aunque ya no lo afirmo tan categóricamente porque estoy envejeciendo y me siento fracasado. ¿Qué en qué he fracasado? Te lo estoy diciendo, en eso, precisamente en eso. No fui lo bastante valiente para la mujer que me amaba, no supe aceptar su cariño, me daba vergüenza, incluso la despreciaba un poco por ser diferente de mí, una burguesita de gustos y ritmos vitales distintos de los míos; y además temía por mí, por mi orgullo, temía entregarme al noble y complejo chantaje con el que se me exigía el don del amor. En aquellos tiempos no sabía lo que sé hoy... que no hay nada de lo que avergonzarse en la vida excepto de la cobardía, que hace que uno no sea capaz de dar sentimientos o no se atreva a aceptarlos."*

Suspiró. El significado de ese fragmento de Sándor Márai le mermaba cada centímetro de su ser. Desde hacía tiempo se había desligado de cualquier red social, y se refugiaba en aquello más cotidiano, más palpable: sus libros. No se detuvo en consumir más alcohol del que ya bebía e iniciar con el vicio del tabaco, haciendo que la nicotina se apodere poco a poco de sus sentidos, con la creencia de calmar su ansiedad y estrés –algo totalmente lejos de la realidad.

Sentado en un simple banco de madera, admiraba la hermosa acrópolis de Atenas, aquella que lo acogió en una época de incertidumbre y rebeldía contra lo impuesto por su padre, y que terminó disfrutando, amando. Se convirtió en su hogar. Ahora, aquel apartamento que lo había alojado por casi 9 años, parecía el doble de su tamaño debido a la ausencia de la mayoría de muebles y objetos. El silencio se interrumpió por la tonada de "Flying to the moon" que emitía su celular. Sonrió melancólico; recordar cuando dedicó aquella canción a todo pulmón, le hacía trizas su corazón.

—¡Cariño! ¿Cómo estás? ¿Qué tal la fiesta de despedida? —saludó el interlocutor cuando respondió el teléfono celular.

—Valentine... —lo nombró apenas en un susurro, ebrio. —Todo bien, bien. Ya en casa, listo para dormir —esas habían sido sus intenciones desde que ingresó, hace más o menos una hora, encontrándose con el enemigo número uno de la humanidad: el insomnio.

—Me da gusto escuchar que te lo pasaste bien.

Radamanthys se limitó a escuchar las anécdotas e historias a futuro que el individuo, que lo mantenía a flote, contaba con entusiasmo.

—Ya no te quito más tu tiempo de sueño, descansa lo suficiente. Ya tendremos todo el tiempo del mundo cuando vengas. Te juro que no aguanto las ganas de tenerte aquí, conmigo.

Reflexionó, chupó su cigarro, y luego de exhalar sonoramente, se despidió.

—Yo tampoco puedo esperar.

Decidió que ya no podía seguir hundiéndose en su miseria, y aceptar lo que la vida le ofrecía, a quien había estado ahí para él, en diferentes momentos de su vida. El sentimiento no era recíproco, pero, podía aprender a amarlo, ¿verdad? Se convenció de ello cuando terminó con los últimos dos cigarrillos que le quedaban. Al fin, el cansancio físico y mental lo venció; quedó tendido sobre su cama.

Drákos AgóraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora