Edmund:
Actualidad:
El viejo cajón polvoriento me provoca carraspeo, cubro mi rostro con la manga izquierda de la ropa y saco el disco con la derecha, levantándome de nuevo.
El toca disco esta a unos metros de distancia y le sonrio a mi esposa que yace sobre la cama, me acerco al aparato y las primeras melodías de Chaikovski se reproduce trayéndome agradables momentos al imaginar a mi mujer en el pasado.
Lorena abre los ojos y me siento a su lado.
—¿Quieres un poco de agua, amor?
Ella niega. —Eso es...
Sus ojos se iluminan y asiento, me pide que la ayude a levantarse y eso hago.
—Desearía poder levantarme y... bailar contigo...
—¿Aunque siga teniendo dos pies izquierdos?
—Amo esos pies izquierdos.
—¡Señor Edmond! —La voz de Eli nos interrumpe, el chico que prácticamente esta a cargo de nosotros.
Me disculpo con ella y salgo de la cabaña, encontrando al joven vestido con una camisa a cuadros suelta mientras por dentro lleva una camiseta normal y pantalones oscuros junto a botas para la lluvia.
—¿Dónde quiere que deje las frutas?
—Tenemos nuevas ¿Eh? —Digo sosteniendo algunas de la variedad que hay. —No la lleves a granero, es temporada de ratones, al almacén de la cocina.
—Como ordene. —Sonríe.
Desaparece de mi alcance y me regreso a la casa, aunque capto un coche venir por la carretera.
—Oh dios...
No tarda en pararse frente a la cabaña y mi nieta baja de el con el hombre a su cargo, Bronwyn lleva ropa nada cómoda empezando por los zapatos de tacón, lleva un bolso, donde logro notar las tiras de sus zapatillas de ballet.
—Sorpresa. —Dice con una mueca, es claro que es un error que este aquí.
Suspiro.
—¿Y esta visita repentina?
No la he tenido aquí desde que era una niña.
—¿Te metiste en problemas de nuevo?
—Mamá quiere que permanezca lejos mientras soluciona mi problema y ya viste que ni siquiera pudo venir conmigo, así de enojada esta.
El hombre a cargo pone los ojos en mi. —Cuídenla mucho.
No me deja ni hablar y comienzan a bajar sus cosas del maletero.
Suspiro.
—¡Eli! —Llamo al muchacho, el mismo que viene de adentro y se queda viendo a mi nieta.
—¿Tenemos visita?
—Una mudanza corta, ayúdala con sus cosas.
—Como ordene. —Asiente y se dirige a ayudar con el maletero.
Observo como baja cada maleta y pronto se caen algunas.
—Cuidado donde pones las manos, ranchero. —Advierte Bronwyn.
Respiro profundo.
—Dime eso cuando te toque, señorita. —Eli hace énfasis en la palabra y deja con la boca abierta a mi nieta.
Bronwyn me observa con un rostro indignado. —¿No dirás nada, abuelo?
—Ayuda también metiendo algo. —Le ordeno y regreso a la casa.
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Hasta la Eternidad
RomanceLorena y Edmund son la prueba viviente de que el amor lo sobrepasa todo. Sin embargo, su amor necesitaba una última prueba.